Llegó agosto y, con él, una nostalgia que invadía el corazón de la joven escritora. Para Mariana, agosto era un mes especial, porque marcó un antes y un después de su vida.
Por su parte, Gustavo aún guardaba esas notas manchadas de sangre. Cada agosto las sacaba y las leía, preguntándose qué hubiese sido de él si su hermana fallecía ese día. A pesar de haberse peleado, él siempre velaba por ella a la distancia. Pero hizo falta que cayera el meteorito rosado para reparar los lazos rotos por el rencor, la distancia y el tiempo. En el fondo se sintió un pésimo hermano, debió cuidarla mejor, escucharla y prever sus acciones.
Apenas transcurrió la primera semana. Gustavo evitaba hablarle, pero esa noche la vio mirando por la ventana y se fijó en el extraño brillo de sus ojos. Como se estaba recuperando de sus heridas, no volvió a ingresar a la “Puerta dimensional”. Y durante ese tiempo, extrañó a Sorlac. El joven psiquiatra, conociéndola, sabía que ella no soportaría estar lejos de él cuando finalizaran con la misión. La realidad es cruel y, tarde o temprano, debía madurar y aceptar que la relación no funcionaría. Solo era algo pasajero.
Cuando Gustavo se marchó, Mariana sacó de su bolsillo el transmisor y recordó la dura batalla que tuvieron el mes pasado. Por poco y morían ahí mismo. Pero fue gracias a Gustavo que todos se salvaron. Se aprovechó de los aires de superioridad de los científicos para atraerlos a su trampa. Su hermano siempre fue así, experto con las palabras y la manipulación psicológica.
Activó el transmisor y se dirigió a la “Puerta dimensional”. Con suerte regresaría en cuestión de minutos para cenar con su hermano, el cual estaría tan concentrado en la cocina que nunca sabría de su huida multiversal.
Se dirigió al edificio “B” y se alegró de ver a su grupo de siempre: Hiro, Sorlac y Jaun.
Mariana se acercó a Sorlac y le dio un beso. Aunque él le correspondió, ella lo sintió distinto. Era como si se volviera frío y distante.
Sin embargo, lo dejó pasar. Más adelante hablarían de lo suyo con calma.
Todos miraron a Mariana. La vieron con un brillo de nostalgia en los ojos, pero prefirieron no preguntar. Todos tenían sus respectivos secretos que por ciertos motivos no deseaban revelarlos a nadie.
Pero no pudieron hablar por mucho tiempo, porque vieron que se acercaba un grupo grande de científicos, de diez integrantes armados hasta los dientes. Mariana se preocupó. El mes pasado apenas resistieron en una agrupación de once miembros. Ahora que eran cuatro, no sabía si realmente saldrían de esa con vida.
Lo primero que pensó fue en usar el transmisor. Estuvo a punto de activarla, cuando sintió que Hiro le tomaba de la mano. Era la primera vez que hacía eso. Mariana lo miró y se dio cuenta de que su cara se tornó pálida del miedo. Ahí lo comprendió todo: Él quería “desaparecer” de su mundo, ir lejos y nunca más regresar. Ella había sentido lo mismo en el pasado, hasta el punto de desear la muerte. Y cada vez que ingresaba a la “Puerta dimensional”, sentía deseos de permanecer ahí para siempre, con sus amigos y su novio. Pero debía regresar. Se prometió acompañar a su hermano a cenar. Además debían restaurar los lazos que frágilmente se formaron hace apenas unos pocos meses, después de que él le dijera que también tenía el transmisor. Además tenía que admitir que, cuando finalizara la misión, tendría que devolverle el transmisor a Asthar y regresar a su vida normal. No volvería a ver más a sus amigos. Ni a Sorlac. Él provenía de otra dimensión, una dimensión al cual se le prohibió el acceso desde el inicio. Al pensar en eso, soltó una risa de burla. Hiro la miró y le preguntó qué le causaba gracia.
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Editado: 31.03.2023