Capítulo 22. La gentileza de las mujeres
Un par de minutos después, vislumbraron a lo lejos a más científicos. Esta vez eran cinco.
- No podemos pelear en estas condiciones – Dijo Asmot – Y tampoco podemos abandonar a este niño. Tendremos que activar nuestro “escudo”.
- ¿Escudo? - Preguntó Gerda.
- Asmot tiene un escudo de invisibilidad – Explicó Ahtma – Lo consiguió hace poco, como estrategia para analizar las destrezas y debilidades del enemigo sin que lo detecten.
- ¡Guau! ¡Me gustaría tener una de esas! - Dijo Gerda – Capaz así no me detecten esos estúpidos agentes ni las cámaras de vigilancia.
Asmot sacó de su bolso una placa circular de color plateado. La misma flotó por los aires y se multiplicó, creando una semiesfera que los envolvió por completo. La superficie plateada cambió de aspecto y se transparentó como el vidrio.
- Ellos no nos podrán ver, pero nosotros sí – Le explicó Edfe a Gerda – De esta forma, podremos dispararles si se acercan demasiado.
- Dejen que yo dispare – Dijo Gerda, mientras echaba una mirada a Hiro – No sé bien qué le habrán hecho esos miserables, pero no perdonaré el suplicio que le hicieron pasar estos meses.
- Dejemos a uno con vida – Pidió Asmot – Necesitamos a quien interrogar sobre sus planes.
- ¡Esta es la parte que más me gusta! - Dijo Esjo, flotándose las manos – No hay nada como sacarles información de sus sucias bocas.
Pero no hubo necesidad ni de dispararles ni de sacarles la confesión a la fuerza, porque los científicos se detuvieron a una buena distancia y comenzaron a conversar entre ellos. Asmot le indicó a Gerda que guardara su pistola y escuchara. Gerda suspiró, no tenía otra opción. Ya tendría su oportunidad.
- ¡Maldición! ¡Ese mocoso primitivo escapó!
- No llegará muy lejos. No tiene el transmisor y se encuentra mal herido.
- ¡Sí! Pero creo que alguien lo ayudó. ¡Miren!
Se acercaron a los tres científicos que Asmot disparó y se quedaron analizando la situación.
- Es de los nuestros – Concluyó uno de los científicos – Los primitivos no poseen la tecnología suficiente para crear armas de máxima potencia. Solo fíjense en esas perforaciones.
- Si es así, seguro ese traidor a nuestra especie utilizó el transmisor para mandar a ese niño a casa.
- ¡No lo creo! Ese niño no abandonará a sus amigas. ¡Ya regresará por ellas!
- Lástima que cuando regrese, ellas serán sacrificadas.
- ¡Sí! Sus ADNs han respondido bien a los componentes atómicos de los transmisores. Con sus cuerpos podremos recrear esa materia y conseguir salir de aquí.
- En realidad el cuerpo del niño tuvo más coincidencias, pero como escapó...
- ¡Qué se le va a hacer! Al menos tendremos premio de consuelo. Bueno, regresemos. Puede que aparezca algún “aliado de Asthar” y nos tomen desprevenidos.
Los científicos se marcharon. Asmot sacó de su bolsillo una pequeña esfera negra, el cual flotó por los aires y se dirigió a los científicos.
- Con eso los rastrearé – Explicó Asmot – Si todo sale bien, quizás organice una gran agrupación y podamos derrocar el nicho de los científicos de una buena vez.
- ¡Sí! - Dijo Esjo, emocionado – No podemos derrotar a una colmena si solo nos enfocamos en matar a las obreras una a una.
En esos momentos, Hiro recuperó la conciencia y preguntó si podían darle agua. Gerda llevaba una pequeña cantimplora, el cual se lo pasó y el niño bebió a una velocidad sorprendente. Asmot, al verlo despierto, sacó su transmisor, se lo mostró y le dijo:
- Invocaré a Asthar y te enviaré a casa. Seguro tus padres te estarán extrañando.
- Aún no he terminado – Dijo Hiro, levantándose del suelo – En realidad me he dejado capturar para localizar el campamento de los científicos y descubrir sus planes. Entonces vi que capturaron a un grupo de mujeres, todas de diferentes países de mi mundo y de distintas edades. Ellas fueron muy buenas conmigo, hicieron todo lo posible por protegerme para que los científicos no me tocaran. Ahora conseguí escapar para pedir ayuda y poder rescatarlas. ¡Por favor! ¡Tienen que ayudarme! ¡Necesitamos ir ahora o las matarán!
Asmot comenzó a dudar. En verdad no quería que ese niño regresara con sus captores. Pero también admiró su determinación y valentía. Y por más que se le brindó la oportunidad de regresar a casa y olvidarse de la pesadilla, él lo rechazó para salvar a sus amigas. Lastimosamente debía ser realista. Eran muy pocos, necesitaban que más personas se unieran para contraatacar el campamento de los científicos y rescatar a sus víctimas.
En eso estaban cuando vieron que se acercaban Sergio, Gustavo, Sorlac y Juan, los cuales se unieron en esa ocasión para seguir buscando a los científicos.
- Ahí viene la ayuda – Dijo Gerda, sonriendo – Pero qué raro. ¡No veo a la chica!
- A Mariana le sacaron el transmisor – Explicó Hiro – Y para protegerla, le envié de vuelta a casa con el mío, el cual me lo arrebataron después.
- Eres demasiado caballeroso – Dijo Gerda – Solo te protegeré por la escases de caballeros que existen últimamente. Por cierto, debemos llamarles. Aún sigue activo el escudo.
- Lo desactivaré – Dijo Asmot, tocando el techo.
En segundos, la placa volvió a su estado normal y cayó en sus manos.
Sergio, Gustavo, Sorlac y Jaun quedaron sorprendidos al ver cómo Gerda, Ahtma, Asmot, Esjo y Edfe aparecieron delante de ellos. Y lo que más les asombró fue que Hiro los acompañaba.
Gustavo se acercó a él y enseguida comenzó a preguntarle dónde se había metido, cómo estaba y qué le sucedió exactamente.
- Estoy mejor que hace unos instantes – Le respondió Hiro - ¿Cómo está Mariana?
- Ella está bien – Dijo Gustavo - ¡Pero mírate! ¡Estás horrible! Te regresaré a tu casa enseguida.
- Iba a hacer eso y se negó – Intervino Asmot – Quiere que rescatemos a unas mujeres que conoció en su cautiverio.
- Pero necesitamos un plan. Y armas – Dijo Sergio – No podemos atacar a lo loco sin una buena estrategia.
- Yo puedo proveerles de armas – Dijo Gerda – Tengo rifles, granadas, puñales... lo que quieran.
- Y yo poseo escudos de invisibilidad, pistolas láser, paralizantes y guanteletes protectores – Dijo Asmot - ¿Con eso estará bien, detective Sergio?
- Creo que si – Dijo Sergio, admirado por la formación armamentista de ese grupo – En todo caso, que Hiro y Gustavo se queden aquí mientras nosotros vamos a...
- ¡No! ¡También iremos! - Interrumpieron Hiro y Gustavo, al unísono.
- Está bien – Dijo Asmot, resignado – Pero no intenten luchar. Enfóquense en salvar a las mujeres y enviarlas de vuelta a sus casas. ¿Están de acuerdo con eso?
- ¡Sí! ¡Lo estoy! - Dijo Gustavo.
- A mí me sacaron los guanteletes – Dijo Hiro – Pero quisiera que me los proveyeran para defender a mis amigas y a Gustavo.
- Todos contarán con los guanteletes de protección – dijo Asmot – Así nos aseguraremos de salir de ésta con vida.
- Bien, jefe – Dijo Gerda – Traeré el equipamiento.