Alejandro Ross, pienso mientras me cambio al uniforme que Elías me entregó, es un hombre de aspecto simple. Su pelo siempre está despeinado y su ropa arrugada. Se pierde con facilidad en sus pensamientos, haciendo que la mayoría de lo que dice se vuelva difícil de entender. Es alto, delgado y despistado. Muestra desinterés por casi todo, pero cuando algo lo atrapa, cambia por completo. Mira como si estuviera descifrando los misterios del universo. Lo que me mantienen en vilo, Su voz, suave y melodiosa, es la que me eriza la piel. Su perfume, como la comida más deliciosa que existe, me hace agua la boca. Y mi falta de voluntad para matarlo, pese a mi infinito deseo de devorarlo, todo esto me vuelve loco.
_Eres un científico. -había cuestionado antes de salir en esta misión- ¿Por qué querrías destruir tu laboratorio?
_Dejó de ser mío en el momento en el que morí. - respondió contrariado-
_¿No importa que toda tu vida esté allí? -sujeto su mano mientras hablo. No podía evitar tocarlo cuando estábamos juntos, o dejar de desear devorarlo-
_Allí morí. - respondió directamente- Matías y sus compinches se encargaron de destruir todo lo que ese lugar significó para mí alguna vez.
No dijo nada más, y el temblor en sus manos me dijo que no debería preguntar.
No supe más que el hecho que destruiría el lugar y mataría a los malditos quienes quieran que fuera.
_ ¿Están todos listos? -preguntó Elías, y asentimos- Pongámonos en marcha.
Recuerdo lo que tuve la oportunidad de aprender de Leo sobre cómo ocultar un rastro y lo apliqué en esta caminata.
_Tu genética es asombrosa. - había dicho una vez, poco después de que despertara bajo su cuidado- Tres especies que están en constante lucha entre sí conviven en perfecta armonía en ti.
_No me parece la gran cosa. -comenté sin dejar de verlo, preguntándome si noto mis ojos completamente negros- Mi padre era mestizo Fire y Destroyer, cuando nací, mi madre vio que era diferente y me dejó con él antes de irse.
_¿Diferente? -cuestiona antes de afirmar- Eres una anomalía genética tan perfecta que es imposible. Si no estuviera frente a mis ojos, no lo creería.
Si esas palabras salieran de la boca de alguien más, estaría muerto antes de que terminara, pero viniendo de él, suena halagador. Hace que agradezca haber llevado la vida que llevé. Él no tenía idea, nadie tenía idea de cuán diferente el resto era.
//Nadie más.-repite la voz en mi cabeza por milésima vez- Nuestro.
Me pregunto cuán fascinante me creería si lo supiera.
_Sí, sí. -susurro tan bajo como puedo, pero sé que al menos Cher me escucha-
Esto solía pasarme durante una pelea, mientras más intensa pero era la disociación. Pero desde que Alejandro llegó, esta otra parte de mí, este otro yo, se había vuelto una constante, reclamando señorío sobre él, siendo cada vez más intenso y difícil de manejar.
//Mataremos a todos. -continúa, como si fuera un mantra. Incluso puedo sentirme relamerme sonriendo de forma sardónica-
¡Claro! Acabo de transcribir el texto que me proporcionaste. Aquí te dejo la transcripción:
_ ¡Kenyon! -llama a Cher, viéndome de forma extraña- ¿Qué pasa contigo?
_Estoy bien. -respondo, regresando al presente. Intento controlar mi expresión, pero sé que no lo consigo del todo- Mentalizándome.
Aunque con algo de duda, acepta mi explicación. Todos en el clan sabían que yo no estaba muy bien de la cabeza. Tenía cicatrices que lo demostraban. Lo más sorprendente era que, el ahora líder Leo sabía que algo andaba mal conmigo, pero no cambió su actitud hacia mí. Todos sabían que prefería estar solo, sobre todo después de una pelea, pero no siempre fue así. De niño era normal, o lo normal que podría ser con la mezcla de sangres que tenía. El verdadero problema empezó cuando fue obvio que era empático. Desde ese momento, mi madre se encargó de quitármelo, o de intentarlo, claro que nunca lo logró, pero sí consiguió fracturar mi mente. Yo sé que está ahí, hablo con ellos, y muy rara vez toman el control, solo lo hicieron una vez, cuando maté a mi madre. En ese entonces, en esa vida, nunca tuve claro qué fue lo que pasó. Solo supe que estaba en casa de mi padre, sentado en su cocina, cubierto de sangre, mientras hablaba con alguien en mi cabeza. Una voz que repetía: “Respira, ya podemos volver a dormir”.
Desde entonces, comencé a vivir con él. También tuve quien me enseñó a controlarme y mi poder, pero funcionó por poco tiempo. Luego, cuando llegué a la plenitud, cuando mi poder fue más fuerte que mi voluntad, cuando me cansé de luchar conmigo mismo, ya no bastó. No fue suficiente su afecto, su preocupación o sus enseñanzas, entonces me dejó ir, entonces supe cuán monstruoso podía ser.
Tenía alrededor de diecisiete años la primera vez que maté a alguien. Sentí esta necesidad de algo que entonces no supe describir, estaba cansado de resistirme, así que un día decidí que buscaría la forma de satisfacerla, y esa fue causando dolor. Mientras más sufría en mi presa, más satisfactorio era. El problema venía después, cuando mi sangre se enfriaba y recuperaba la cordura. Pasaba tantos días sin dormir que comenzaba a dudar de mi realidad. Solía ver a todos los que maté, que acechaban durante el día y atormentaban por las noches. Por un tiempo, lo soporté, solo por la saciedad que me causaba. La vez que decidí que ya era suficiente fue cuando me vi en los ojos de una niña. Toda su familia estaba masacrada a nuestro alrededor, y yo cubierto con su sangre. La forma en que me miró me recordó algo que habría preferido no saber: qué pasó aquella vez con mi madre, y cómo me estaba convirtiendo en ella. Esa noche lloré, suplicando perdón, y usé mis propias garras para cortarme los brazos. Por la mañana, regresé con mi padre. Fue agónico cuando el ansia regresó, pero con su ayuda, aprendí a convivir con ella. Me habitué a ignorar las voces. La mayoría del tiempo funcionaba, excepto cuando la pelea era muy intensa. Entonces la necesidad me abrumaba, causando que perdiera el control, en esos momentos, era mi padre el único capaz de regresarme a la conciencia. Hasta que un día ya no pudo. Yo estaba tan hambriento, tan fuera de mí, y lo único que a mi alcance era él. En ese momento, en que tuve su corazón en mi mano, cuando dio su último latido, regresé a mis cávales.