El mensaje llega cuando estoy sentada en la punta del sillón, con el celular entre las manos. Mamá está en la cocina, preparando algo liviano para cenar. La escucho moverse despacio, abrir y cerrar cajones como si cada gesto le costara un poco más que antes.
Marcoss<3:
Hola...
¿Te gustaría vernos hoy?
Podemos ir a un parque, si te parece.
Leo el mensaje dos veces. Después una tercera.
No respondo, o al menos no pienso hacerlo ahora.
Dejo el celular a un costado y respiro hondo. No es que no quiera verlo. Es que no sé si puedo. Todo dentro mío sigue demasiado revuelto, demasiado reciente. Siento que si salgo del departamento, si me permito algo lindo, algo que no duela, voy a estar haciendo trampa. Como si no tuviera derecho.
—¿Quién era? —pregunta mamá desde la cocina.
—Nadie —miento rápido.
Ella aparece en la puerta con una taza en la mano. Me observa sin decir nada durante unos segundos, como si ya supiera la respuesta antes de escucharla.
—Sofía... —dice, apoyándose en el marco—. ¿Quién era?
Suspiro.
—Marcos.
Una sonrisa leve se le dibuja en la cara, cansada pero sincera.
—¿Y qué quería?
—Verme —respondo—. Dice de ir a un parque.
—¿Y vos qué le dijiste?
—Nada —admito—. Todavía no le contesté.
Mamá camina hasta la cama y se sienta a mi lado. Apoya la taza en la mesa ratonera y me toma la mano.
—Tenes que ir, Sofi —dice, sin vueltas.
La miro, sorprendida.
—Má...
—No —me interrumpe—. Escúchame. Todo lo que hiciste por mí estos días... estas semanas... todo este tiempo —corrige—. No te convierte en alguien que tenga que encerrarse acá, no tenes porque hacer eso.
—No quiero dejarte sola.
—No me dejas sola —responde—. Vos te mereces salir un rato de estas cuatro paredes.
Aprieta mis dedos y continúa hablando.
—No sos egoísta por vivir un poco, Sofi. Sos humana, tenes que vivir tu vida.
Me muerdo el labio. El nudo en el pecho vuelve, pero no tan apretado como antes.
—No sé si estoy para hablar... para sentir —digo.
—Justamente por eso —sonríe—. Anda. Aunque sea para caminar. Para respirar otro aire, estoy segura que hablar con Marcos te va a hacer bien, además hace mucho que no se ven, ¿no?
Asiento despacio. Agarro el celular y escribo antes de arrepentirme.
Yo:
Hola
Está bien. Si querés, sí.
La respuesta llega enseguida.
Marcoss<3:
Quiero si.
En media hora estoy en tu casa entonces.
Me cambio sin pensar demasiado en que ponerme. Me decido por un jean oxford azul –algo gastado por el tiempo–, una remera simple color blanca, y un abrigo fino negro. Me miro al espejo y no me reconozco del todo: ojeras marcadas, el cansancio tatuado en la cara. Pero como dice mi artista favorita; Sigo adelante.
Marcos toca timbre puntual –como siempre–. Mamá insiste en levantarse para saludarlo, cuando entra me deja deslumbrada, siempre se ve tan perfecto, tan tranquilo, como si supiera que tiene todo bajo control, todo lo contrario a mi.
Tiene las manos en los bolsillos de su campera, como si no supiera muy bien qué hacer con ellas. Su pelo está solo un poco más largo desde la última vez que nos vimos en persona aquel día cuando se fue de mi casa. Me mira fijo, sin sonreír, como si tuviera miedo de que, si se mueve, yo vuelva a desaparecer.
Nos quedamos así. En silencio.
Siento el golpe seco en el pecho. Ese reconocimiento inmediato, casi doloroso. Como si todo lo que no dije en estos días se me viniera encima de golpe.
—Hola —dice él, finalmente.
Su voz suena más baja de lo que recordaba.
—Hola —respondo.
No nos acercamos. No todavía. Hay una distancia mínima entre los dos, pero pesa como si fueran kilómetros. Días sin hablarnos. Días sin saber del otro. Días en los que todo cambió sin que él estuviera ahí para verlo.
—Gracias por venir —le dice mi madre, quién apareció de golpe a mi lado, apoyada en el marco de la puerta —. Cuidámela.
Él asiente, serio, como si le estuviera haciendo una promesa.
—Siempre —responde él—. ¿Vamos caminando? —pregunta, despacio.
Yo asiento en silencio. El parque al que iríamos estaba a unas cuadras así que me gustaba ir caminando, sintiendo el aire de la primavera en mi rostro.
Antes de salir, me mira una vez más, directo a los ojos.
—Te extrañé —dice.
Y solo eso basta para ponerme nerviosa de pies a cabeza.
Caminamos hasta el parque en silencio. No es incómodo. Es un silencio que acompaña.
El parque está tranquilo. Algunas parejas de adolescentes están sentadas en el pasto, los niños andando en bicicleta, perros corriendo sin rumbo.
Elegimos un banco un poco apartado.
Cuando nos sentamos. Marcos no me mira de inmediato. Juega con sus manos, como si estuviera ordenando las palabras antes de decirlas.
—No tenes que contarme nada si no querés —dice al fin.
Eso me afloja algo adentro.
—Ayer atendí una llamada que era para mamá —empiezo, con la voz baja—. Era del hospital.
Marcos gira la cabeza y me mira, atento.
—El doctor me dijo que el tratamiento no está funcionando como esperaban —sigo—. Que el riesgo es mayor. Que... hay cosas que pueden empeorar.
Trago saliva.
—No sé cómo hacer para no pensar en eso cada segundo del día.
Él no me interrumpe. No me apura. Cuando termino, solo dice:
—Lo siento mucho, Sofía.
Y después:
—Gracias por confiarme algo así.
Siento que se me humedecen los ojos. Bajo la mirada.
—Tengo miedo de no poder con todo, Marcos —confieso—. De que lo que de no sea suficiente.
Marcos estira la mano de forma despacio, como pidiéndome permiso de acercarse. Yo la tomo.