Tenía cinco años cuando mi madre decidió llevarme por primera vez al teatro local, quería que viera la presentación del cascanueces; para cuando entré, aquel hermoso teatro espacioso y decorado me atrapó. Miraba el techo, y los alrededores con total fascinación, lo cual hizo que mi madre me llamara la atención.
La función comenzó, y salieron al escenario varias chicas con trajes muy lindos y bailaron al ritmo de la música, aquella escena me cautivó completamente. La sutileza con la que danzaban hacía que todo pareciera fácil. No recuerdo haber hablado durante la función, mis ojos estaban encantados con lo que observaban.
La función culminó y mi madre me llevó tras bastidores. Aquello era emocionante, los bailarines se movían de un lado a otro, reían y celebraban. Yo miraba todo aquello sin dejar de asombrarme, mi madre abrazó a la bailarina principal, a quien miré fijamente.
—Es mi hija Zoé—me presentó mi madre, ella me estrecho la mano y me sonrió dulcemente.
—Y dime pequeña ¿Seguirás los pasos de tu madre?—me preguntó agachándose hasta que la lograra ver de frente— ¿También serás una bailarina?
—Mami, ¿qué es una bailirina?—mi pregunta hizo que estallaran en risas
—Ella es una bailarina. Lo que acabas de ver, se llama ballet—me respondió dulcemente
— ¡Entonces quiero ser una bailirina!—exclamé sonriendo
—Cariño, se dice bailarina—me corrigió la amiga de mi madre—Ya que quieres serlo, te regalaré esto.
Sacó de su moral unas pequeñas zapatillas color rosa. Las cuales causaron mi asombro y emoción.
—Pensaba dárselas a mi sobrina, pero ella no quiere ser bailarina, tú sí—me las colocó en las manos y besó mi frente—Haz que tu madre se sienta orgullosa de ti.
Pasé toda la noche mirando las zapatillas, me las probaba en mis pies una y otra vez.
Si me hubiesen dicho que aquellas zapatillas marcarían mi destino, lo habría pensado dos veces antes de colocármelas.