Una tarde mientras ensayaba mí solo para el casting general de la presentación de baile de fin de año, mi vida estaba más complicada.
Mi madre parecía más agotada que nunca, papá trabajaba horas extras y los gemelos no tenían quien los llevara a las prácticas de futbol, pero yo, solo pensaba en mí y en obtener ese solo que tanto deseaba.
Discutía cada día con mi madre por razones que ni entendía, ya no estaba para las reuniones de los domingos, ni para ver películas en el sofá; en el salón de ensayo trataba de que mi arabesque fuera perfecto. Lo practicaba una y otra vez, hacia los giros triples y luego dos fouettés seguidos, lo cual bajo mi poca concentración era difícil de conseguir de manera lineal. Cuando intentaba por última vez aquellos pasos tan complicados de manera seguida, me caí, un ruido bofo y resonante se escuchó en la sala.
— ¡Oh cielos! ¿Estás bien?—alguien exclamó a mis espaldas y volteé rápidamente.
Lo miré y me quedé totalmente muda, parecía una tonta en aquel momento.
¡La vergüenza completa!
¡La humillación alcanzada!
Me había caído muy estúpidamente y me había visto él.
—No me digas que la caída te hizo enmudecer—negué con la cabeza.
Él tendió su mano para que me levantara.
—Bailas muy lindo—elogió al fin, luego de que me colocara de pies.—Me ha encantado lo que has hecho, pero no lo último ¡Cielos Santos! Eso debió doler
Di una pequeña sonrisa, por mi mente solo me decía ¡Torpe! ¡Torpe!
—No deberías estar aquí—hablé luego de un rato a media voz y soltando su mano.
No me había percatado que desde que me ayudó a levantarme la teníamos aún unidas.
—Lo siento, sé que no debí. ¿Estás molesta?
Yo me alejé un poco y bajé volumen a la música.
—Los ensayos en estas áreas son privados—avisé mirándole fijamente.
No entendía por qué respondía de esa manera
—Ya he dicho que lo siento, si hubieras sabido que eras así no me habría molestado en ayudarte.
— ¿Acaso pensabas dejarme ahí tirada?—fruncí el ceño.
— ¡Ey! ¡Te ayudé! Y me respondes de esta manera. —parecía muy desconcertado.
—No te pedí ayuda… estaba bien sola.
—Pues no lo parecía… tirada en el suelo te veías mejor, por lo visto—frunció el ceño y se dispuso a marcharse
— ¡Espera!—se dio la vuelta—lo siento, es que estoy algo estresada, gracias por ayudarme, de verdad—su mirada se relajó, esta vez sonrió— ¡gracias!
—No fue nada, además, levantar bailarinas caídas es mi especialidad—reí ante aquel comentario—Soy Thomas.
— ¡Hola, Thomas! Soy Zoé—respondí mostrando una amplia sonrisa.
Si hubiera prestado más atención, lo habría notado.
Aquella mirada traviesa en sus ojos, la sonrisa mientras me hablaba, si hubiera estado atenta a lo que ocurría, notaria lo fría que estaban sus manos. Lo dulce y clara que sonaba su voz. La manera tan caballerosa con la que me trató.
¿Estaría acaso ahora sintiendo sus abrazos y caricias?
Era el mismo chico del parque, pero estaba vez había un detalle en particular.
Conocía más que su nombre.