El ballet siempre será como una adicción que si no te destruye de irá acabado poco a poco. Pero era mi adicción, y así como un adicto no reconoce tener un problema, yo menos. En aquel momento no me importaba otra cosa más que el ballet, no me importaba la escuela, ni llegar a casa tarde por ensayar. Estaba cegada por mis objetivos.
El día del casting se acercaba y me sentía muy nerviosa, ¿se podría sentir más inseguridad en la vida? Previamente a aquel día mi autoestima había decaído. Para empezar ya no era la extraordinaria bailarina que los profesores preferían, había cambiado y ese cambio había sido contraproducente. En las clases y en los ensayos mi profesora siempre me exigía más, era horrible escuchar palabras insultantes o comentarios despectivos
“¿Eso es lo mejor que puedes hacer?”
“¿A eso llamas Arabesque?”
“Hasta una lombriz hace una línea mejor que tú”.
“¿Ser incompetente es tu segundo nombre?”.
Todos se rieron de aquella torpe. Aquellos comentarios hacían que todas se burlaran de mí en clases, y al quedarme sola ensayando, la señorita Kathrina, mi instructora de baile me hacia la asesoría. En la soledad de aquel salón sus comentarios eran más fuertes e hirientes.
Me levanté del suelo, con un dolor intenso y evitando llorar. Me gritaba fríamente que no estaba haciendo las cosas bien. Me esforcé mucho más, tripliqué mi esfuerzo, pero para ella eso no bastaba.
Al salir de las asesorías me disponía a caminar durante horas buscando una solución, mis pies estaban cansados pero no podía quejarme de aquel dolor. Mi respiración era cortante y volví a caer. Luego de cada ensayo corría por más de una hora, solo para que estuvieran contentos con mi esfuerzo. Esfuerzo que nunca consideraron…
Me repetían una y otra vez que ser más que perfecta era el límite, y así crecí,
creándome una perfección errónea.