Capítulo VIII
Eternos
“Y ellos dicen que el amor es un viaje
Prometo que nunca me iré
Cuando sea demasiado pesado de llevar,
Recuerda este momento conmigo”- I get to love you // Ruelle.
La mañana era cálida, a comparación con el frio de la noche anterior. Los tenues rayos del sol se colaban por entre las cortinas de la habitación. Alex despertó y se dio cuenta que Erick ya no estaba en la cama, pero su calor se había quedado en las sábanas. Se levantó de la cama, y se dirigió al baño, pero algo que resplandecía luz blanca le llamó la atención desde su vista periférica.
Era un pequeño papel doblado por la mitad, que reflejaba la luz del sol. Alex se acercó, notando las palabras escritas en él: “léeme”. Sus manos lo desdoblaron, hasta poder leer el mensaje en su interior, escrito en manuscrita perfecta, con un estilo de caligrafía que el ya conocía. Lo guardo en su bolsillo, y se dispuso a dejar la habitación.
Erick estaba en la cocina, frente a la ventana rota, parecía preocupado. O al menos eso pensó Alex, al verle tan concentrado viendo afuera. Ya lo conocía bien.
“Buenos días, Erick”, saludó Alex. Erick tardó unos segundos en responder, con la mirada puesta afuera.
“Ven a ver esto, rápido”, respondió Erick. Alex afirmo para sí mismo, estaba preocupado. Alex avanzó hasta quedar al lado de Erick, y comprobó lo que veía. El policía ya no estaba, y un rastro de sangre seca se extendía por el césped marchito.
“¿Crees que regresará?, Alex”, preguntó Erick, la preocupación se apoderó de su rostro.
“Está herido, tardará un tiempo para regenerarse”, Erick no respondió, pero no apartaba la vista de la ventana. “No volverá, al menos no a hacernos daño, la casa está protegida”.
“Tienes razón”, dijo Erick, y se apartó de la ventana, acercándose a Alex, quien lo agarró por la cintura, jalándolo hacia él. “Iré a tomar un baño, Alex”, dijo Erick, susurrando.
“¿Qué quieres desayunar, campeón?”, preguntó Alex. Erick alzó una ceja, y con una sonrisa en los labios, pronunció en el oído de Alex: “Sorpréndeme”.
“Eso es difícil de lograr contigo, pero ya veré que hacer”, respondió Alex. Erick subió las escaleras, y Alex deseó haberse quedado así con Erick para siempre. También deseó seguirle hasta el baño, pero suprimió la idea, con la idea de que su padre estaba en la casa. De una u otra manera, su padre estaba en la casa.
Unos minutos después, Alex se dio cuenta que seguía de pie en lugar donde Erick lo dejó, viendo hacia las escaleras. Se dirigió a la cocina, y comenzó a buscar lo que sería el desayuno.
Erick se quitó la ropa, el agua fría caía de la regadera, perdiéndose en la bañera para luego dar a parar a quien sabe dónde. El se metió en el agua, estremeciéndose por lo helada que estaba, pero a él le gustaba así, le hacía sentir vivo. Le hacía recordar que él existía, aunque los demás no se dieran cuenta.
El agua recorría su piel, y el vapor que su cuerpo emanaba parecían fumarolas de humo, como si se estuviese quemando por dentro. Y realmente lo hacía, cada movimiento que él hacía, cada cosa que su mente analizaba, todo se conectaba con Alex. Absolutamente todo. Erick sonrió débilmente, ese sentimiento de hogar le hacía sentir nada más que felicidad. Y lo supo. Siempre había estado enamorado de Alex.
Una vez terminado su ritual de baño, Erick salió de la bañera, y se miró en el espejo de pared colgado justo arriba del lavamanos. Su cara tenia algunos moratones y rasguños, y su labio estaba realmente lastimado. Se pregunto cómo hizo Alex para curarse tan rápido. Se prometió a si mismo que se lo preguntaría mas tarde.
Un pequeño crujido le sacó de sus pensamientos. Era afuera de la ventanita del baño. Su corazón latió un poco más fuerte, cuando el sonido regreso, pero ahora un poco más fuerte. Un poco más cerca. Erick se quedó parado ahí, inmóvil, viendo hacia la ventana. La misma ventana que no quiso marcar con el gis el día anterior. Una puerta de entrada en el segundo piso.
Una sombra apareció lentamente en detrás, y el cristal de color blanco solo dejaba ver su silueta. Erick pensó en correr, pero sus piernas no respondían. La persona detrás de la ventana alejó visiblemente su cabeza de la ventana, y golpeó con la frente el cristal, dejando una marca de sangre y grietas en el. Volvió a golpear la ventana con su cabeza, y las grietas se hicieron más grandes. Erick estaba paralizado en su lugar, y lo único que pudo hacer antes de que el cristal se rompiera por completo, y el policía de la noche anterior entrara tambaleante, fue gritar a Alex por ayuda.