Capítulo XI
Siete Pecados
“Un vicio capital es aquel que tiene un fin
excesivamente deseable, de manera tal
que en su deseo, un hombre comete muchos
pecados, los cuales se dice son originados en
aquel vicio, como su fuente principal…”
-Tomás de Aquino
Cómo pudo haber todo acabado tan pronto, pensó Alex mientras veía a Charles ser escoltado hacia el palacio principal. En ese momento, solo quería regresar el tiempo, a donde ellos jugaban con las luces en el cielo. Pero ya estaba hecho, claro estaba. Herald seguía parado en donde estaba antes, con los brazos cruzados, siguió con la mirada perdida a su hijo, mientras volvía a desaparecer doblando una esquina hacia el palacio. Alex se acercó a él, mientras trataba de llegar a una solución en su cabeza.
“¿No va a detener a Erick?”, le preguntó, con curiosidad fingida. Herald volteó a verle, como si le hubieran golpeado en la cara.
“Creo que quiere estar solo”, respondió, volviendo de nuevo a su estado de aparente pausa.
“Lo dejará ir de nuevo, ¿Qué es lo que usted piensa?”.
“Déjame en paz, Alex, no es momento”, respondió Herald, algo molesto.
“Nunca fue momento de nada, ¿Acaso no piensa que es momento ahora de solucionar las cosas”. Alex volvió a ver razón en su mirada, y supo que había dado en el clavo.
“Tienes razón, iré a buscarle, tal vez pueda calmarlo un poco”.
“Gracias, Herald”. Después de asentir con la cabeza, Herald se dirigió hacia donde el sendero empezaba.
Las ideas se amontonaban de golpe en la cabeza de Alex. Ya tenía bastante con tratar de salvarse de los demonios, para que viniera esto. No sabía cómo volver a acercarse a Erick, ahora que le tachaba de traidor. Si tan solo supiese que no había estado en sus manos decirle lo que ocurría.
“No quiero molestarte, pero hay dos personas en la entrada, y supongo que te conocen”, dijo Simón, apareciendo de la nada como siempre. Alex repasó en su mente las palabras que acababa de escuchar. Realmente no había estado ahí en ese momento.
“No creo que nadie venga hasta acá a visitarme, al menos no precisamente a abrazarme”.
“Bueno, tal vez es un error, pero es que se la han pasado gritando por tu nombre y el de Erick varios minutos”.
“¿Dos chicas?”, preguntó Alex, formando una idea en su cabeza.
“Dos mujeres, una de ellas muy joven”, respondió Simón, arqueando una ceja. Ahora estaba de frente a Alex, y desde su punto de vista, aquel hombre mayor parecía cómico en ese momento.
“Gracias, creo saber quiénes son esas dos… a propósito, quería pedirle algo, Simón”.
“Claro, dime que deseas, veré si está a mi alcance”.
“Necesito su aprobación, para hablar con Charles Treelight”. Al momento que Simón oyó las palabras, desaprobó lentamente con la cabeza.
“Veras, Alex, tu lugar es aquí, te aseguro que en ese muchacho no encontraras respuestas”. Simón alzó un poco la barbilla, haciéndolo ver más misterioso. Más sabio. “A veces, el mal usará el bien, para obrar en su voluntad… analiza esto, y sabrás lo que se esconde”.
“Solo necesito saber por qué antes me ha ayudado, y ahora regresa y quiere matar a su propio padre”. El anciano le miró como si Alex fuese una cosa divertida. O como si la respuesta se hallase en sus ojos.
“Lo siento, no puedo dejarte, te recomiendo que lo pienses mejor… y que vayas a recibir a tus amigas, parece que se están hartando de estar afuera”. Tras la última oración, Simón despegó del suelo a toda prisa, dejando atrás a Alex, más confundido de lo que se encontraba antes.
Tras haber pasado las grandes puertas, Alex empezó a caminar en el túnel que conectaba con la otra caverna. Llegó al final de esta, y subió por el borde de la ilusión de agujero. Fern se encontraba de espaldas, con una mochila a los hombros, mientras Eve encendía una bengala para regresar por el túnel hacia la salida.
“¿Tan pronto se van?”, soltó Alex, tratando de sonar casual, pero su tono era más lúgubre de lo que había esperado. Las dos se voltearon sorprendidas, al borde del miedo, pero al ver quien se paraba ahí, sus rostros dejaron atrás la expresión de desconfianza. Fue Fern la primera que se lanzó a abrazarlo.
“Alex, ¿Dónde carajos te has metido?, te extrañé muchísimo, imbécil”, dijo Fern, mientras analizaba el pálido rostro de Alex. Ella también se veía mal. Las ojeras bajo sus ojos eran enormes y marcadas. Incluso Alex pareció notar que había bajado de peso.
“¿Cómo llegaron hasta aquí?”.
“Te visité mientras estabas en coma aun en Green Hill, Herald me dio las indicaciones para llegar hasta aquí”, era la detective Eve, que parecía feliz al haberle encontrado también. “De camino para acá, me encontré a tu amiga, supuse que te alegrarías de saber que está bien”.