Capítulo XII
Deseos de Posesión:
Porneia
Caminó hacia una de las paredes vacías, y aplicó la misma técnica con la que había conseguido los cigarrillos, para obtener sus armas. Pensó que era más seguro que no le matasen con ellas. El único camino que podía seguir, era una entrada que conducía a dos pasillos diferentes. Comenzó a caminar por el pasillo de la izquierda, ya que pensó que era el más correcto. Caminó por más de cinco minutos, y el pasillo parecía interminable. A simple vista uno creería que jamás acabaría. Alex trató de enfocar el final del pasillo, pero a lo lejos lo único que se veía era oscuridad. Definitivamente, no tenía final.
Carajo, maldijo Alex en su mente. Volteó hacia atrás, para regresar por su camino. Había dado ya algunos pasos, cuando algo le hizo voltear de nuevo, como para asegurarse de que no estaba equivocado con su decisión. Y sorpresivamente, lo estaba. Una entrada apareció de la nada a unos cuantos metros adelante en el pasillo, donde antes parecía que jamás terminaría.
La entrada llevaba a una habitación, pero ésta en particular, no estaba vacía. Tenía una cama sucia en el medio, las sabanas estaban manchadas de lo que pareciese ser sangre. Estaba iluminada al mero estilo de las películas de terror de Hollywood, haciéndola ver macabra y misteriosa. Cuando se acercó a la cama, notó con algo de asco, que la mancha en las sabanas, la mancha de sangre, tenía forma humana. La forma de una mujer.
En las paredes había pegados recortes de periódicos antiguos. Se acercó hacia uno de ellos, que le llamó la atención al ver la palabra homicidio en su título. La mitad de la noticia estaba manchada de sangre, haciendo que las palabras se hicieran ilegibles.
El 22 de julio de 1961, el alcalde de la ciudad, Mathias Connors, fue asesinado por su propia esposa, la licenciada en derecho Elizabeth Connors, tras haberle encontrado con otra mujer en la cama, la señorita Claudia Martí, quien había trabajado antes como secretaria del mismo alcalde. Los dos fueron encontrados muertos en la cama, con una herida de bala en la sien. Según reportes forenses, el alcalde se desangró antes de morir, tras ser mutilado en el área genital…
Fue lo único que pudo leer con claridad, antes de que las palabras se tornaran borrosas. En su mente se aglutinaron ideas.
“Porneia, el primer pecado capital… lujuria”, susurró para sí mismo, como para afirmar sus propias conjeturas.
Salió de la habitación, dejando atrás la cama, donde la figura de sangre comenzaba a abultarse, como si se tratase de una pintura cobrando vida, saliendo del lienzo.
Trató de regresar por donde había venido, pero pareciese que los pasillos cambiaran. No pudo encontrar el retorno, así que siguió por otro de los largos pasillos.
Tras un rato caminando, Alex comenzó a aburrirse de tanto cegador blanco en las paredes, y trató de pensar en algo que le distrajera. Se dio cuenta que realmente era estar ahí, lo que le mantenía alejado del doloroso pensamiento de perder a Erick, así que se limitó a seguir caminando.
Mientras trataba de divisar el final del pasillo, notó movimiento en la pared de su izquierda. Parecía que formas geométricas emergían del blanco, como si hubieran sido sumergidas en el intenso color neutro. Lentamente tomaron la forma de lo que parecían ser pinturas, con marcos de madera apolillados. Pero cuando terminaron de emerger, y Alex se detuvo, dio con que no lo eran. Eran fotografías. Algunas mostraban una pareja sonriente, con elegante ropa, y algunas otras, la misma familia con dos pequeños. La misma foto se repetía, mientras Alex avanzaba en el pasillo. Con cada cuadro, la fotografía se tornaba más lúgubre. Se tornaba cada vez más triste, hasta llegar a la que parecía ser la última, donde los niños ya no aparecían, y la feliz pareja estaba separada. Alex siguió caminando, tratando de analizar el significado de aquellas fotografías.
Unos metros adelante, aparecieron dos cuadros más. Alex se acercó, y al tocarles con la mirada, retrocedió unos pasos, con la cara llena de horror. En uno de ellos se mostraba una mujer tirada en lo que parecía ser el suelo, alrededor de ella había un charco de sangre. En el cuadro a su lado, estaba un hombre en una amplia cama, toda cubierta de salpicaduras de sangre alrededor de su ingle cubierta por las sabanas. Pareció notar algo raro en la pintura de la mujer en el suelo, y se acercó con horror, al descubrir que su cabeza había girado, y ahora le miraba fijamente, con profundos ojos sin vida. Apresuró el paso, retomando su camino, tratando de dejar atrás las horribles imágenes que acababa de ver.
Pasaron unos cuantos minutos, y Alex comenzó a perder la esperanza de una salida. Cansado de tanto vagar, se sentó en las baldosas negras. Pero esas baldosas no eran negras, estaban manchadas de una fina capa de hollín, que manchó la ropa de Alex, a quien no le importó. ¿A quién demonios le va a importa manchar su ropa en el infierno?