Capítulo XIV
Gula
Las lágrimas le surcaron las mejillas, mientras se apoyaba para sentarse en el suelo del bosque al cual le había llevado la puerta. Sentía que sus pies ya no podían más, y su alma le pesaba en el fondo. Siempre las personas a su alrededor resultaban lastimadas, o secuestradas por todo tipo de razones. Tal vez, ahora entendía lo que Erick había sentido en ese entonces, cuando pensaba que no había una solución a su problema, y que los demás serían lastimados si se acercaban a él. Tal vez todo aquello era su culpa, o solo no estaba preparado para desatar una guerra en contra de un ente mayor. Tal vez, si jamás se hubieran conocido, no estaría en ese mismo lugar, lamentándose por cosas que ya no podía cambiar.
¿Qué te pasa, Alex?, deja de lamentarte ya. Si, es cierto, ya no puedes cambiar el pasado, pero puedes arreglarlo, como lo haz hecho antes. Busca la solución, aunque no sea la más fácil de conseguir. Hazlo por él, por Erick.
Cuando levantó la cara de entre sus manos, pudo ver como una pequeña libélula azul se acercaba volando, moviendo sus alas rítmicamente, como si quisiera llamar su atención. Entonces, se acercó a él, y suavemente se posó en su brazo. Alex pudo ver sus grandes ojos en comparación de su cuerpo, y sintió como si le estuviera viendo de verdad. No es como si otras libélulas no lo hicieran, pero esa en particular le transmitía sensación de paz. Era como si le dijese que estaba ahí, que se levantara y continuara su camino.
“¿Abuela?, ¿Eres tú?”, la libélula se despegó de su brazo, y flotó agraciada en el aire. Parecía que se alejaría, pero se detuvo, como esperando a que la siguiera. Mientras Alex recorría un estrecho camino en el bosque, guiado por una libélula, recordó algo. Una historia, un cuento de su infancia, sobre las libélulas. Decían que no eran por casualidad, sino que las visitas de esos animalitos significaban que alguien cercano te vigilaba, te cuidaba desde el más allá. Antes no hubiera creído la historia, pero ese lugar no era exactamente el más acorde con la realidad. Nada en la vida real lo era tampoco.
El lugar era extraño. Conforme más caminaba, los arboles se hacían mas y mas frondosos, ocultando el suelo de la luz. Alex volteó hacia arriba, y vio que no podía distinguir un sol, lo único que veía era luz que venía de ninguna parte. La libélula se posó arriba de una botella de cristal vacía al lado del camino. Era transparente, y parecía que no hace mucho había sido vaciada. Se acercó a ella, y la libélula voló de nuevo, esta vez perdiéndose entre la maleza. Recogió cuidadosamente la botella, y la inspeccionó un poco. Tenía un peculiar olor a alcohol barato. ¿Qué hacia eso ahí? Pronto lo descubriría.
Una rápida sombra agitó los arbustos detrás de Alex, haciéndole tirar la botella al suelo, que al golpearse con una roca se partió en pedazos. Ese tipo de sombras fugaces no siempre significaban algo malo, pero Alex solo podía esperar lo peor. Desenfundó la espada de su espalda, y cautelosamente caminó por el sendero. Se suponía que debía encontrar una puerta para pasar al siguiente pecado. Una puerta en un bosque, lo más lógico del mundo. Empezó a escuchar un ruido, como un bajo eléctrico repitiendo dos notas rítmicamente. Se le vino a la cabeza el sonido de un corazón. Un corazón.
Mientras caminaba notó que los arboles olían a algo dulce. Como a miel de maple. Se acercó a uno de ellos, y se dio cuenta que los arboles tenían una extraña capa de algo pegajoso con un brillo característico. En efecto, era eso lo que emitía ese olor dulce, tan dulce que provocaba un cierto asco. Pasó dos dedos sobre la miel para notar su consistencia y lo acercó a su nariz. En efecto, eso era miel de maple. Se limpió la miel de los dedos en su pantalón, y siguió caminando por el sendero.
Mientras más avanzaba, más intenso el olor era, y más nauseabundo le parecía. La miel escurría de los troncos hasta formar charcos pegajosos en el suelo de tierra, que de alguna manera, parecía brillar con pequeños destellos en la luz. Le recordaba a uno de sus cuentos favoritos de la infancia, aquel de los hermanos pequeños y una casa de caramelo en el bosque. Solo esperaba no encontrar a la bruja del cuento. Los demonios eran feos y peligrosos, pero no soportaba la idea de una anciana grotesca tratando de comérselo vivo. Simplemente le parecía repugnante.
El sendero terminó, cruzándose con un camino muy amplio de tierra. Unos pasos dentro del camino, le dieron una rara vista de el. No era como un camino normal de tierra, se veía como si hubieran arrastrado algo enorme para hacerlo, arrancando los arboles desde sus raíces. Algunos estaban tirados en las orillas del camino.
“Algo del tamaño de un edificio podría hacer esto fácilmente… ninguna buena señal”.
La libélula regresó y se posó unos metros adelante, sobre una rama caída a mitad del camino, invitándole a seguirla. El interior de Alex se llenaba de paz cuando le miraba, era reconfortante. Le siguió lentamente, colocando de nuevo su espada en la funda de cuero sobre su espalda. La libélula le llevó por el camino, alejándolo del olor a miel que los arboles despedían. Pero aun así, el olor ligeramente dulce permanecía. El paisaje no cambiaba, podía calcular que más o menos llevaba caminando veinte minutos siguiendo a la libélula azul volando en el cada vez más cálido aire. No podía ver nada más que arboles llenos de miel nauseabunda, y el clima no favorecía nada al bochornoso olor.