—¿Qué harían antes de morir? —pregunta una de las cuatro personas que se encontraban en la habitación a los demás presentes.
—Enamorarme —afirma el asiático.
No tuvo que pensar demasiado su respuesta, tenía más que claro sus objetivos y metas. Era el más centrado y realista de los cuatro, pero no el más inteligente. Ese puesto era de la canadiense, la cual al oír lo anunciando por el chico lo analiza con la mirada pausadamente, como si buscara alguna pizca de burla en su manifiesto.
Ella no pensaba en el amor, el amor era algo circunstancial. Así lo veía ella.
—Expondría los actos delictivos de las personas corruptas de todos los países por internet —La canadiense ríe para luego terminar su frase—. Sería un caos total.
La africana, quien hizo la pregunta que sacó a relucir el tema, la observaba cómo reía. Nunca antes había visto a esa chica, pero sentía una gran empatía por ella. No sabía la causa de aquel sentimiento.
—Si eso pasara, todos irían por ti —expresó con nostalgia en la voz.
¿Por qué le afectaba el solo pensar que alguien quería acabar con una chica que acababa de ver?
El asiático tomó de la mano a la chica canadiense que se encontraba a su lado, y mirándola a los ojos dijo:
—Si van por ti te protegeremos con nuestras vidas. Nadie te hará nada malo, no lo permitiremos.
La canadiense al sentir el tacto del chico, le vino una oleada de sentimientos, y todos aquellos sentimientos unidos a sus palabras la hicieron sentir en casa. Protegida.
El chico asiático no sabía ni por qué había dicho aquello, ni siquiera por qué había tenido la osadía de tomar de la mano así, sin más, a una desconocida. Solo seguía sus instintos, pero, ¿por qué tenía instintos de proteger a alguien que no conocía?
Todo lo que sucedía en aquella habitación era demasiado extraño, incluso el hecho de cómo llegaron a ella. Aunque ninguno de los chicos se detuvo a pensar en eso.
El cuarto chico era ruso, se encontraba de pie en una esquina mirando todo lo que pasaba. El más impulsivo y frío de todos.
—¿Y tú no piensas responder? —pregunta la africana al ruso, acercándose hasta su posición.
El ruso la mira. Su expresión es fría, bastante familiar para la africana. ¿Se conocerían de antes? Pensó por unos segundos, pero no le venía a la mente ningún recuerdo anterior de aquel chico. Era imposible para ella pensar que antes de aquel día conoció a alguien con unos ojos como los del ruso y olvidarlos. Esos ojos no se olvidan. Son de los que te marcan de por vida.
—¿Por qué se supone que tenga que responderte? —sanciona con mal carácter, aunque solo podía pensar que frente a él tenía a la chica más hermosa que nunca había visto y esos pensamientos lo molestaban.
Las palabras del rubio tatuado hirieron a la chica, ella no había hecho nada para que él le respondiera así. No comprendía su forma de actuar.
Por las ventanas se puede ver el cielo. Está nublado. Un relámpago ilumina toda la habitación, anunciando el estruendoso ruido de un trueno que no se demora en hacer presencia a continuación. Numerosas gotas de agua se estampan contra los cristales de los ventanales.
La africana se sobresalta. El ruso la abraza sin mirarla. En cambio, está solo se acurruca en su pecho, sintiéndose a salvo. No le teme a los truenos, pero sí lo que traen con ellos. Le recuerdan a aquel día que tanto desea olvidar. Él lo sabía. ¿Pero cómo? Si ellos nunca se han visto antes.
La habitación se ilumina nuevamente. Esta vez la luz es tan brillante que hay que entrecerrar los ojos para que no te moleste tanto. Otro trueno no demora en llegar, este más fuerte y estruendoso.
Los cuatro chicos abren los ojos rápidamente. Cada uno se encuentra en su dormitorio. Nunca se movieron de ahí. Saben que soñaron, pero no recuerdan qué o con quién. Solo fue un sueño sin importancia.