Toronto – Canadá
Lleva el cabello negro, largo, aunque el mes pasado lo tenía castaño con las puntas rubias, unas lentillas que ocultan sus grandes ojos azules de una tonalidad única, haciéndolos ver color miel. El rostro maquillado oculta los apenas 18 cortos años vividos haciéndola lucir mayor.
—DNI y entrada —pregunta un hombre de seguridad; es fuerte, pero no tan alto, y lleva la cabeza rapada.
Le extiende un carnet falso.
—Spencer, 24 años.
Mientras lee mi DNI en voz alta, la examina; asegurándose de que es la misma persona o quizás solo admira su cuerpo. La chica extiende el brazo mostrándole la marca en su muñeca con el logo del local que obtuvo minutos antes por otro seguridad.
Atraviesa una puerta dejando atrás al hombre de cabeza rapada; entra en una habitación iluminada de rojo. A lo lejos divisa la barra, se abrió paso entre la multitud hasta estar frente a esta.
—¿Qué te sirvo, preciosa? —interroga el bartender tras haber atendido a algunas personas antes que ella.
—Una cerveza.
—¿Nacional o importada?
—Nacional —El chico se apresura en buscar y entregar su pedido a la trigueña.
—Gracias —habla mientras le extiende un billete.
—Invita la casa.
Da media vuelta sobre sus talones sin más que decir y se dirige a bailar al centro de la pista.
—Dicen que puedes ayudarme —habla un desconocido que se acerca bailando.
La espalda de la joven toca su pecho.
—Depende —Mueven sus cuerpos al ritmo de la música. Coloca una mano en la cadera de ella.
—Si me ayudas, yo también puedo ayudarte a ti —En un brusco movimiento la gira haciendo que sus caras queden demasiado cerca, aun así continúan bailando.
—¿Cómo se supone que yo necesite tu ayuda? —La canción se acaba y comienza una más pausada.
La trigueña se aleja con la intención de abandonar la pista de baile, pero el sujeto la agarra de la mano haciéndolos quedar nuevamente de frente, y la tira hacia él. La chica aprovecha los escasos segundos que estuvieron alejados para examinarlo detalladamente.
Nunca antes en su vida había visto a ese hombre.
Paso sus manos sobre su cuello, él las suyas en su espalda baja, impidiendo que se separen.
—Se rumora que estás escapando del algo.
—Todos los que se dedican a lo mismo que yo huimos de los policías —el cuerpo del chico vibra cuando suelta una risa—. Eso no es novedad.
—No hablo sobre ellos. Según tengo entendido, de lo que escapas es más fuerte, más peligroso —En esta ocasión es en el rostro de ella donde se dibuja una sonrisa, pero oculta su rostro en el cuello del chico para que no sea notada.
—¿Y cómo se supone que tú puedas ayudarme?
—Tengo mis contactos. No me subestimes sin conocerme. Pero primero tienes que ayudarme tú a mí.
—De acuerdo, te ayudaré. ¿Qué necesitas que haga por ti? —Al salir estas palabras de sus labios, el deja de bailar.
—Vamos a un lugar más tranquilo. Por cierto, mi nombre es William.
Ambos camina hasta el área VIP, esta queda en una habitación apartada; iluminada en azul. La música es suave, no tan alta; pocos individuos se encuentran en el lugar. Toman asiento en uno de los sofás más alejados de las personas.
—Ahora me dirás para qué me quieres. —exige saber.
—Es sencillo; necesito hacer desaparecer a una persona —Ella niega con la cabeza.
—Creo que te has confundido de persona. Soy muchas cosas, pero no una asesina. —Una carcajada sonora se escapa de los labios del chico.
—No malinterpretes mis palabras, no me refiero a matarla; sino que la desaparezcas de otra forma, ¿me entiendes? como que nunca hubiera nacido, borrarla —la chica asiente por fin comprendiendo a que se refiere,
Sabe programar desde que tiene uso de razón y lo que este sujeto le pedía era pan comido.
—Puedo hacerlo, solo necesito mi ordenador. Pero primero ¿qué harás tú por...? —Ante de poder terminar la frase William la toma de la mano, obligándola a pararse.
—¿Qué haces? —pregunta, confundida.
—Policías. Tenemos que salir de aquí.
Tras escurrirse fuera del local, suben a la moto de William. Llegan a un lugar que por fuera daba asco, parecía que en cualquier instante se iría a caer en mil pedazos, por suerte y sorpresa, por dentro ya la situación mejoraba considerablemente. La casa, refugio o lo que sea que fuera esta cosa, no era muy grande; portaba una cama y una mesa con una computadora, en una esquina había lo que parecía ser una cocina y una puerta que daba al baño
—Ahí tienes un ordenador —la chica coloca los ojos en blanco.
—Dije que necesito mi ordenador, no uno cualquiera.
—Eres la mejor, ¿no? Arréglatelas.
—El trabajo se demorará más tiempo, tengo que instalar programas que necesitaré.
Haciendo caso omiso de las reclamaciones de la joven le da la espalda, posicionándose en la esquina contraria de la habitación.
Pasadas diez horas la chica de cabello negro por fin aparta sus dedos del teclado dando por terminado su trabajo.
William hizo unas llamadas después de las tres primeras horas. En ese tiempo la joven, desconfiada, aprovechó para investigarlo un poco. Si ese hombre le iba a ayudar como él decía, necesitaba saber al menos que no era uno de los que la quería muerta. La búsqueda no tardó mucho en dar frutos.
No tenía nada de qué preocuparme, aun así no tendría la guardia baja.
—Listo, es tu turno de ayudarme a mí.
—Ya tengo todo arreglado. Vamos.
Al salir de aquella pequeña casa la chica descubre que ya había amanecido, suben nuevamente a la moto, William se detiene en una peluquería donde decoloran y tiñen su cabello.
—Toma, ponte esto. En cinco minutos llega un carro a por ti, te llevará al aeropuerto, te entregará un sobre; en este habrá un nuevo DNI, algo de dinero, una dirección y tu pasaje. Una vez aterrice el avión, deberás tomar un taxi hasta la dirección que está escrita en el sobre. Llegarás a una universidad, ya te he matriculado. Ahí te ocultarás por un tiempo, después puedes hacer lo que quieras.