Puntos Cardinales

4. Oeste

Praia - Cabo verde

Camina a través de una gran multitud de personas, sus pisadas son débiles, inaudibles.

—Permiso —pide a un señor mayor, ella diría que de unos sesenta años de edad.

Al estar el hombre desprevenido, introduce la mano en el bolsillo trasero de su pantalón, obteniendo como premio su billetera.

Continúa caminando hacia el frente sin detenerme, a solo unas cuantas personas ve su nuevo objetivo.

Esta vez es una mujer joven, no sobrepasa los cuarenta. Al pasar junto a ella en una limpia maniobra, obtiene la pulsera que llevaba en la mano derecha, para su suerte de oro; la oculta en su bolso y continúa buscando nuevas víctimas.

Observo todo lo que gano el día de hoy. Un par de billeteras, las que revisa y desecha identificaciones, tarjetas, y cosas inútiles; quedándose con el dinero que contenían. Una pulsera de oro y dos relojes.

Recoge todo ocultándolo en su mochila, llega a casa de Daren después de pocos minutos caminando, vacía sobre una mesa de madera el bolso dejando a la vista del hombre la pulsera y los relojes.

—¿Cuánto por esto? —Pregunta la morena sin antes saludar.

Este observa cada objeto detenidamente para luego sacar un poco de dinero de su bolsillo y dárselo.

—Hay algunas personas de las que quiero deshacerme, lástima que ya estés retirada. Eras la mejor, roja —Habla por primera vez Andrés

—No me llames por ese nombre.

Roja, así solían llamarla.

El rojo es su color preferido. Rojo era el color de la sangre de los cientos de personas que asesino. Pasó hace tres años, pero lo recuerda como si fuera ayer.

Su cara llena de sangre salió en las noticias de todo el país, hizo toda una carnicería. Aún recuerda el nombre de algunas de las víctimas, nada de lo que se arrepienta. Veinte de ellos traicionaron a sus padres, quince hombres, cinco mujeres. Por culpa de esos traidores ellos murieron, y por culpa de ella murieron todos ellos.

Fue investigada, interrogada; abrieron y cerraron el caso innumerables veces, pero en todas el resultado fue el mismo. Era menor y no había pruebas concretas que demostraran que había sido culpable de las muertes, pero eso ya era pasado.

Regresa a casa cabizbaja, ocultando su rostro de los vecinos que solo sabes esparcir chismes a sus espaldas, su abuela la espera, la saluda depositando un beso en una de sus mejillas llenas de arrugas.

Después de hablar unos cuantos minutos con su abuela, toma una ducha y prepara la cena.

Entra en la habitación, en esta hay dos camas, es el único cuarto en la humilde casa donde viven. Esconde en una de las gavetas de su lado correspondiente del armario el dinero que obtuvo el día de hoy.

Llaman a la puerta, Oni quien estaba a punto de conciliar el sueño se sobresalta, camina lentamente hasta la puerta atendiendo no hacer demasiado ruido, su abuela ya esta dormida.

—¿Quién es? —Pregunta con un susurro antes de abrir.

Podría ser un ladrón, aunque la chica podría acabar con el fácilmente prefería no darle a los vecinos motivos para hablar, ni preocupaciones a su abuela.

—Soy Daren, vamos a una fiesta de extranjeros en la playa, ¿Vienes? —responde en el mismo tono.

—Dame unos segundos, ya salgo.

El auto se Daren se encontraba estacionado fuera de casa de la chica, ambos entrar en este, donde se encontraban dos chicos mal. Uno de ellos le brinda un trago de una botella, Oni acepta.


 


Abre los ojos sobresaltada, debe llegar a casa, salio de casa sin avisar, pero después de echar un vistazo a su alrededor supo que aquello no seria necesario.

Aunque no era su cama ni la playa conocía perfectamente donde se encontraba, no era la primera vez que se encontraba en un calabozo. Frente a ella al otro lado de las rejas podía ver en los ojos de su abuela la decepción.

—Los encontramos en una fiesta, en ese lugar había drogas —Informa Joao; uno de los policías, Oni lo reconoce al instante, vive junto a sus padres cerca de su casa.

—¿Drogas? —Más que asombro en la voz de la señora había vergüenza y rabia.

—También se encontraba Daren junto a su nieta, hable con ella, el no es un buen chico.

La abuela no dijo nada de camino a casa, aunque su rostro hablaba por si solo. A pesar de sus actos Oni odiaba ver a su abuela sufrir.

Ella era lo más preciado que tiene.

Lo único que tiene.

—Oni, ya estás hecha toda una mujer y yo ya no tengo fuerzas para estar tras de ti vigilándote para que hagas lo correcto. Ya tienes dieciocho años.

—¿Qué me quieres decir, abuelita?

—Irás a una universidad en Panamá. Necesitas alejarte de esta ciudad que te ha causado a ti y a mí tantos sufrimientos. Podrás estudiar, ser alguien.

La mira con rabia. No tiene el derecho de hacerle esto, de encerrarle y mucho menos alejarle de su casa y amigos. De ella.

Lágrimas corren por su rostro.

—No, abuelita. No me hagas esto, prometo ser buena.

—Ya está tomada la decisión —sanciona impidiendo que pueda contradecirla de alguna manera.

Oni llega tres horas antes de su vuelo a el aeropuerto internacional Nelson Mandela.

Busca el mostrador de la empresa aérea de su pasaje y se posicionó tras una corta fila de personas. Una vez la atienden y obtiene la tarjeta de embarque. Regresa junto a su abuela.

La chica reza para que se arrepienta en el último minuto, pero esto no parece suceder como días antes le había dicho su abuela. Ya estaba tomada la decisión.
 



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En el texto hay: amigos, universidad, accion

Editado: 24.11.2020

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