Púppidas
Miro incrédulo para todos lados, ¿Cómo podía alguien vivir en un lugar así? ¡Cuánto lujo! ¡Cuantas medidas de seguridad!....todo para atender a un solo hombre y sus allegados, todo en vano.
Pues jamás ellos hubieran llegado hasta allí, ni entrado de esa forma a ese lugar si su dueño no se hallara así como estaba ahora, tirado en la cama con un hermoso agujero en la cabeza.
Era un viejo conocido, el Púppidas, también conocido como “el clavo” uno de los principales capos de la droga en el país. Un tipo duro que había llegado a la ciudad hacia unos 5 años, nadie sabía bien de donde, y había hecho una meteórica carrera en el mundo del hampa, cumplido seguro a su capacidad para el mal.
Efectivamente, era un tipo sin escrúpulos, de una gran inteligencia, con grandes conocimientos de márquetin, esto último era lo que lo había llevado a ganarse el apodo de “el clavo”, pues deliberadamente había trabajado para que esa fuera su firma, cuando alguien le fallaba, irremediablemente recibía un clavo en la cabeza….eso le dio renombre y motivo a “su gente” a ser extremadamente “eficaz”.
Pasados los primeros tiempos, luego de la aparición de varios “clavados”, todos aprendieron a temerle y poco a poco, todos perdieron las ganas de oponérsele, lo cual no quería decir que no lo siguieran odiando.
Nadie osaba contradecirle, pues bastaba ver el clavo que llevaba al cuello, colgado de una gruesa cadena de oro, para desistir de nada raro.
No respetaba nada que no fuera su propio interés, poco le importaban las vidas de sus “clientes” mientras consumieran las porquerías que él les vendía y las pagaran, por su puesto.
Como todos los de su clase, sabía muy bien el precio de cada uno, y como “apartar” de su camino a aquellos que no se vendían.
Así había pasado con el padre Pedro, que había tenido la mala idea de crear un centro de rehabilitación en su parroquia, apartando de la droga a varios consumidores. Por más que le hizo llegar mensajes y “sugerencias” no le fue posible convencerlo…por lo que “lo clavó”…por más que el “pobre tipo” lo amenazó con la ira divina y todas esas “cosas” que podrían haber hecho mella en un creyente, pero no en él, que jamás había pensado siquiera en Dios.
Y ahora, ahí estaba el poderoso hombre, todavía tirado en la cama, sin un solo secuaz cerca. Todos habían huido al saber de su muerte…seguramente a cambiar de bando, a “pegarse” a alguno de los otros “capos” jurándoles lealtad, no sea cosa que el enemigo que había ajusticiado al clavo tuviera la idea de seguir vengándose. Solo un destello de caridad…o un refinado final a la venganza había hecho que alguien avisara a la policía para que retirara su cuerpo.
Feo ajuste de cuentas, inspector – Comentó uno de los detectives.
Si, sin lugar a dudas eso debía ser, ¿Qué otra cosa si no?, pero ese no era el problema que le ocupaba la cabeza. La pregunta era ¿Cómo?
¿Cómo alguien había logrado burlar las medidas de seguridad de ese bunker? Porque no solo había entrado y asesinado al “clavo” sin que nadie lo notara, sino que también había dejado el lugar sin dejar una huella, salvo el clavo con que había matado a Puppidas.
Tenía la sensación de que si respondía esa pregunta sabría quien habría sido y quien era el nuevo capo, porque eso le preocupaba, en este momento andaba suelto un tipo con más poder que Puppidas, y solo Dios sabia de lo que era capaz.
En la habitación había varios técnicos trabajando, buscando pruebas, tejiendo conjeturas, sospechando de un entregador, cualquier cosa.
Se paró frente al cadáver y lo miro fijamente, como preguntándole que le había pasado. “El cadáver tiene la respuesta” solía decirle la doctora en jefe de la morgue, una buena mina, con turbadora afición a su trabajo. No podía estar cerca de ella sin que un frio le corriera por la nuca, y eso que él era un tipo curtido que había visto suficientes cosas en su vida como para no temerle a casi nada.
¿Cómo te paso esto “clavo”?. Se acercó a la cabeza del occiso, ahí no más, a unos centímetros, estaba al clavo que lo había matado, todavía en el lugar donde había quedado luego de atravesarle la cabeza. No era un clavo normal, tenía un extraño brillo iridisado, ligeramente empañado por un tinte negro, como si hubiese estado sometido a altísimas temperaturas. Aun debía haber estado caliente cuando atravesó la cabeza de Puppidas, porque no había indicios de sangre, como si hubiese cauterizado la herida a medida que la producía. Es más, debía haber estado muy caliente, porque que la ceda de la sabana se había chamuscado allí donde había quedado.
Se acercó más para mirar este detalle con mayor atención, puso su cara al lado del clavo y miro hacia el Puppidas, como siguiendo la trayectoria del proyectil. El asesino había tenido la delicadeza de no despertarlo, pues, por la posición no cabía dudas que “el clavo” ni siquiera había notado la presencia de su ejecutor….¡Qué tipo debe ser para acercarse tanto a un desgraciado como Puppidas sin que le tiemble el pulso, aunque sea un poco!
Así como estaba, mirando desde el clavo a la cabeza, pensando en estas cosas, un rayo de luz le llego como inspiración, pero real, no era un eufemismo si no la realidad, a través del agujero que tenía en la cabeza se podía ver la luz de la ventana, tan limpia era la herida.
Fijo la dirección del rayo en su mente, se levantó y fue hacia la ventana. Los detectives lo vieron pasar como a un fantasma.
Cuando llego a ella levantó la mano y, suavemente, como si acariciara a una bella mujer, la recorrió con la punta de sus dedos. No podía creer lo que veía.
Del otro lado la noche cedía su paso al alba, pero aún era suficientemente oscura como para permitir ver las estrellas fugaces que, durante toda la noche, habían engalanado el cielo.
Era 23 de Abril, mientras tocaba el pequeño orificio en el cristal se convencía que ya había resuelto el problema, no había duda, se trataba de un ajuste de cuentas, pero Divino, parecía que, después de todo, el padre Pedro había tenido razón y Dios lo había vengado.