Damir, Vadim, Lazar, Ruslan.
No preguntes porque anocheció, o si la luna se torno de otro color, ni porque las aves callaron su canción, regresa a casa antes del ocaso pues los monstruos habitan en Brașov.
De la noche a la mañana un cambio se notó, la sangre corría en las calles de Brașov, cuerposen la plaza desangrados y sin color, un asesino a sueldomatando sin compasión.
Los niños lloraban, las mujeres gritaban, mientras los hombres ahí agonizaban.
Iglesias atestadas de difuntos estaban, miles de familias restos mortales velaban.
Al caer la noche los féretros vacíos estaban, muertos entre vivos que mataban por un poco de sangre tomar.
El reino de la muerte los llevaba a un destino de sangre y masacre inminente.
Destrucción en aldeas y ciudades, personas cazando a los responsables, y en busca de paz un reinado surgido de la oscuridad dió paso a la serenidad entre especies.
Cuatro principes y un solo rey, que mantenían el caos dentro del mundo de la noche, para poder un equilibrio tener.
Pero no faltaba quien la tregua entre vidas eternas y mortales quisieran romper.
La pequeña Layla escuchaba el cuento que su padre le contaba, había escuchado a los niños hablar algo al respecto pero nunca lo escucho completo.
—¿Y qué pasó?
Su padre Tiberiu arropaba a su hija con las sedosas sábanas para que no pasará frío en las noches, y con una sonrisa dibujada en sus labios respondió la duda de la pequeña Layla.
—Muertos que murieron a causa de quitar vidas mortales, una eternidad en el infierno condenádolos a un sufrimiento eterno.
La pequeña niña se cubrió hasta la cabeza con las sábanas, se escuchó la risa de su padre quien después le descubrió el rostro para mirarla.
—Es solo un cuento. —Él acaricio la mejilla de su hija—. No es real.
—Pero y si lo lo es. —Layla miró a su alrededor—. ¿Y si vienen por mi?
Él se levantó mientras soplaba las otras velas que iluminaban la habitación.
—La luz, tu única salvación será, mantente oculto y no menciones lo que en la umbría encontrarás.
Se acercó a la mesita de noche para apagar la última vela, y antes de que pudiera su hija le llamo.
—Papi.
—Sí, hija.
—Dejarías la última encendida hasta que me duerma.
Él volvió a dejar la vela en la mesa de noche, beso la frente de su hija y le deseo buenas noches, la pequeña no tardó en quedar en los brazos de morfeo, durmiendo tranquilamente.
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Editado: 07.04.2024