Rodeada por brillo, satén y maquillaje, me encontré en mi octava maravilla presidiendo el trono de aquello que tanto añoro, ese sentimiento de melancolía que en mi es tan común, y si esta maravilla no se hubiese convertido en la de Alice McGee me habría continuado enamorando, pero pase de lazos de lunares a cuerdas de ahorcado, y del anillo más bello a las esposas más frías.
No debí casarme joven por añorar la adultez antes de que mi tez tomase forma madura y dejase de ser una manzana verde, quise quizá crecer antes de lo necesario sin darme cuenta de cuánto perdía en el camino y ahora sí añoro toda aquello que perdí y lo siento tan adentro, como mil cicatrices invisibles aunque algunas se vean, y sean en el fondo tan visibles como lo fue su amargura, como lo fue el daño que él me causó.
Y quizá y sólo quizá algún día pueda remediarlo pero lo dudo, lo niego, lo siento tan adentro que ese ardor que en mi pecho provoca jamás será remediado y menos al ver cómo su rostro se refleja en eso que ahora es lo único que me queda.
La única gota de felicidad por la que ahora velo es una versión más joven de mi mayor pesadilla, de mi sombrerero loco, de todas las sombras que aún me observan pero que ya no logro ver.
Me despierto como cada día destrozada, con el cuerpo roto, despeinada y con ojeras, pálida como un muerto, pero a ti, a ti eso no te molesta, cuando me acerco a tu cuna me sonríes complacido y tu llanto cesa "mi dulce niño, debes estar hambriento" me digo mientras te levanto de la cuna y te pego a mi pecho, escuchas el latido de mi corazón y te calmas.
Después de la comida te vuelvo a dejar en la cuna y tu complacido te sumes rápidamente en un sueño del que no tardarás demasiado en despertar, aprovecho y yo también me relajo, me siento en la cama y en menos de lo necesario, me duermo, ojala dormir unas horas pero pronto la alarma me despierta, miró mis estomago antes de despertarme, sigue hinchado, suspiro "no queda otra, hora de ir a clase".
Tras un rato en la ducha casi durmiendo y otro largo rato desayunando mientras te miro por fin llega la canguro, una mujer de mediana edad que por suerte envía el estado, porque si fuese de mi bolsillo no podría permitírmelo.
Salgo de casa con la esperanza y gran parte de seguridad que me da saber que si o si esa mujer te cuidará mejor que yo, ella que tiene más experiencia que una chica de dieciséis que aún es una niña.