Pyrothar

El anillo de la tierra.

Cuando Feyron se enteró del robo del anillo de fuego, su furia fue tan descomunal que incineró brutalmente a todos los guardias que lo rodeaban. Sin perder tiempo, contrató a cuatro Padres Elementales para que rastrearan el anillo robado, y a otros cuatro para que le llevaran el anillo del agua. Su plan era evidente: reunir todos los anillos y pedir el deseo supremo.

Mientras tanto, Pyrothar, al saber lo que Feyron comenzaba a hacer con su recién adquirido poder, envió un comunicado global. En él, ofrecía una recompensa gigantesca a quien le entregara cualquiera de los anillos elementales, pero también prometía una recompensa cinco veces mayor a quien revelara la ubicación del anillo oscuro. Decidido, partió hacia el templo del agua acompañado de Aquia, pero tras meditarlo, decidió dejarla allí para proteger el anillo mientras él enfrentaba directamente a Feyron.

Durante su trayecto, una sombra conocida apareció: Varnak. Como tantas veces antes, intentó detenerlo. Pyrothar, sin siquiera inmutarse, le dijo que jamás sería capaz de matarlo, que era patético e indigno incluso de estar frente a él. Lanzó una llamarada rápida, arrojándolo al lago cercano, y continuó su camino como si nada.

En el templo del agua, Aquia practicaba junto al mar cuando las olas comenzaron a agitarse con violencia. Advirtió a los guardias justo antes de que cuatro individuos —dos hombres y dos mujeres, todos Padres Elementales— llegaran surcando las aguas sobre una gran placa de hielo. Sin dudarlo, atacaron.

Mientras la batalla se desataba en el templo, Pyrothar llegó al Trono de los Reyes, donde Feyron lo esperaba. Lo recibió con alegría, presumiendo todo lo que había logrado. Pero Pyrothar no compartía esa alegría. Le pidió que se detuviera, que lo que estaba haciendo era un error. Feyron simplemente se rió, recordándole lo inútiles que eran los humanos sin poderes y justificando sus actos con el sufrimiento que Varnak había padecido. Esa última burla fue suficiente para encender la furia de Pyrothar. Lo atacó con una poderosa descarga de fuego, impactando de lleno.

Los ataques se intensificaron. Pyrothar lanzó proyectil tras proyectil, hasta que Feyron usó una roca gigante como escudo y la devolvió. Pyrothar esquivó, pero Feyron comenzó a recolectar los ataques en una esfera de fuego colosal y se la arrojó. Pyrothar intentó detenerla, pero fue inútil: salió disparado del lugar, gravemente herido.

En el templo del agua, la batalla continuaba. A pesar de la fuerza de los invasores, los defensores se resistían. Lograron aplastar al Padre del Aire con una enorme esfera de agua endurecida. El Padre Tierra, por su parte, se hundió en el suelo para alcanzar el anillo. Pero antes de tocarlo, Aquia lo atrapó con un brazo de agua y le aplastó el cuello. La Madre Agua, cegada por la ambición, apartó a Aquia para colocarse el anillo. Sin embargo, la Madre Fuego la empujó lejos, la incineró y se lo puso ella misma.

Pero combinar su fuego innato con el poder del agua fue un error letal. Los elementos opuestos colapsaron dentro de ella, desatando una reacción mortal. Se quemó viva, víctima del desequilibrio elemental.

Mientras tanto, los guardias encontraron a Pyrothar inconsciente y lo encerraron en un calabozo. Allí, una Madre Agua comenzó a curarlo, cuando las puertas del templo se abrieron lentamente.

Un hombre alto y fuerte, con ropas desgastadas, caminaba con paso firme y seguro. Solo se escuchaban sus pisadas. Su presencia era tan imponente que Feyron ordenó a todos que se retiraran. Al ver el anillo de fuego en su mano, se emocionó y descendió de su trono para agradecerle. Le ofreció una bolsa repleta de oro como recompensa. Pero el hombre sonrió.

—El que debería agradecer soy yo... —dijo.

Feyron frunció el ceño, confundido. El extraño levantó el anillo, y al instante el suelo se abrió bajo los pies del rey. Un torrente de lava comenzó a ascender. Feyron, uno de los pocos capaces de controlar la lava, intentó detenerla. Pero el poder del anillo era mil veces mayor. Trató de cerrarlo con el anillo de tierra, pero no pudo. Gritó de dolor mientras el calor lo envolvía, y finalmente, fue consumido por el fuego.

El hombre se acercó al cadáver, retiró el anillo de tierra de su dedo, y lo colocó en el suyo. Dos anillos. Dos elementos. Fuego y tierra. Y él... estaba intacto.

Había nacido el primer ser vivo en portar dos anillos elementales a la vez.



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En el texto hay: cienciaficcion, elementos naturales, accion

Editado: 30.04.2025

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