Pyrothar seguía encerrado en su celda, sin ninguna esperanza de que alguien viniera a socorrerlo. Había intentado sobornar a los guardias que se encontraban cerca, pero no obtuvo respuesta alguna. El silencio del calabozo lo envolvía por completo, hasta que la ira creció dentro de él. Usó toda su concentración, y poco a poco, comenzó a calentar sus muñecas con el calor extremo que solo él podía generar. Las cadenas que lo mantenían atado comenzaron a derretirse, pero el esfuerzo fue tal que Pyrothar cayó al suelo desmayado, agotado por el esfuerzo.
El hombre con los dos anillos ya tenía conocimiento de la ubicación del segundo anillo y sabía exactamente adónde debía dirigirse. Sin embargo, antes de que pudiera hacer un solo movimiento, los cuatro padres de los elementos enviados por Feyron llegaron para detenerlo. Pero el hombre, con una tranquilidad imponente, no se inmutó ante su presencia. Abrió una grieta en la tierra y la llenó con lava, quemando a los cuatro padres de los elementos, salvo al de fuego y al de aire, quienes intentaron atacar, pero el hombre rápidamente los repelió y los enterró bajo tierra con un solo movimiento.
Mientras tanto, los padres y madres del agua estaban reunidos en una asamblea, preocupados por la amenaza que se acercaba. Sabían que no podían destruir el anillo ni esconderlo para siempre, por lo que la única opción que les quedaba era enfrentarse al hombre que los desafiaba. Después de debatir, decidieron confiarle el anillo a Aquia, sabiendo que su talento y control sobre el agua eran únicos.
Cuando Pyrothar despertó, se encontró sorprendido al ver que nadie había venido a su rescate. Las celdas estaban vacías y el laberinto de pasillos no parecía tener fin. Finalmente, logró encontrar la salida y se dirigió rápidamente hacia el lugar donde había peleado contra Feyron. Allí, encontró a su antiguo amigo, medio enterrado y completamente quemado. El anillo ya no estaba en sus manos, y una sensación de preocupación comenzó a invadirlo. Sin perder tiempo, corrió hacia el santuario donde sabía que el anillo había sido llevado.
En el santuario, los padres y madres del agua se preparaban para la confrontación. Había llegado el hombre con los dos anillos, y su presencia era intimidante. Sabían que no podían esperar más. Aquia, con el anillo en la mano, se adelantó y les pidió a todos que se prepararan. El hombre, sin decir una palabra, simplemente les miró y les ofreció un trato: "Si me entregan lo que busco, no masacraré más ciudades. Solo necesito al padre que pueda sentir lo más profundo del océano y el agua bajo la tierra."
Los padres del agua se negaron a entregar el anillo, sabían que tal poder no debía caer en manos de un ser tan peligroso. Así que atacaron con todo lo que tenían, pero el hombre los esquivó con facilidad, usando las rocas como escudos y derrotándolos uno por uno. Aquia, en un último intento, congeló al hombre con el hielo más resistente de todos, pero él simplemente derritió el hielo con su poder, lanzó una enorme roca hacia ella y luego liberó una ola de fuego que arrasó con todo a su paso.
Cuando atrapó a Aquia entre las rocas, la llevó hasta él, decidido a quitarle el anillo, pero antes de que pudiera hacerlo, un fuerte disparo de fuego lo golpeó por la espalda. Pyrothar había llegado justo a tiempo. Lanzó todo su poder de fuego hacia el hombre, pero este absorbió el fuego en su puño y lo devolvió con una fuerza devastadora, dejando a Pyrothar derrotado. Intentó ponerse de pie, pero las rocas lo aprisionaron, dejándolo de rodillas.
El hombre, ahora con el anillo de agua en su poder, se acercó a Pyrothar, quien yacía rendido. Con una sonrisa fría, le quitó el anillo de su dedo y lo colocó en el suyo, ahora portando tres anillos. Pyrothar, aún débil, lo miró, incapaz de creer lo que veía. El hombre se agachó, le levantó la cabeza y, con voz suave pero imponente, le hizo una única pregunta:
"¿Aún sigo siendo un oponente débil? ¿Amigo?"
Con esas palabras, el hombre se quitó la capucha, revelando su rostro, y Pyrothar lo reconoció al instante: Varnak. Todo había sido una mentira, una farsa que había estado planeando todo este tiempo. Varnak, ahora con tres anillos elementales, se levantó y comenzó a alejarse. Con un gesto, llevó consigo a Aquia y abandonó el santuario, dejando a un derrotado Pyrothar atrás, sin fuerzas para seguirlo.
Varnak se había convertido en el ser más poderoso del mundo, y su venganza recién comenzaba.