Pyrothar había sido derrotado de una forma tan humillante que parecía imposible de creer. Lo que Varnak había prometido lo cumplió al pie de la letra: quemó todo a su paso, desde el santuario hasta el último rincón a su alrededor. La devastación fue total. Muy pocos guardianes del anillo de agua lograron sobrevivir y curarse entre ellos, pero Pyrothar no podía dejar de pensar en lo peor. Ahora que Varnak había tomado a la mujer que amaba, todo lo que quedaba era la incertidumbre.
Varnak se sentó junto a Aquia, quien estaba visiblemente exhausta. Con una sonrisa fría, comenzó a hablar.
—Seguro conoces la profecía del apocalipsis. Aquella que habla de un hombre que traerá el fin del mundo, el hombre que logrará reunir todos los anillos elementales. Quizá solía pensar que era una historia absurda, un cuento de la vieja Biblia sin sentido… pero ahora no lo veo así. La profecía es clara: ese hombre será el apocalipsis, y tú, Aquia, eres la única que puede ayudarme a hacerlo realidad. Eres la madre agua más poderosa que ha existido, la única capaz de sentir el anillo de la oscuridad. Y sin ese anillo, mi victoria será incompleta. Solo tú me llevarás a la gloria.
Aquia intentó resistirse, pero Varnak sabía bien que su voluntad era fuerte. Desesperado por obtener lo que quería, la amenazó con destruir lo único que le quedaba: su pueblo natal. Aquia se negó a ceder, pero Varnak no tenía intenciones de dar marcha atrás. La llevó a su hogar, a una montaña desde donde se veía todo su pueblo. Allí, frente a ella, comenzó a reducirlo a cenizas, quemando desde afuera hacia adentro.
Aquia intentó detenerlo, luchando contra su fuerza con todo lo que tenía, pero Varnak la contuvo con piedras y fuego, dejándola sin poder hacer nada más que ver cómo su mundo se desmoronaba ante sus ojos. A pesar de sus gritos, Varnak no mostró ningún signo de detenerse, y poco a poco todo quedó reducido a cenizas.
Cuando Aquia se rindió, rogándole que parara, Varnak la obligó a guiarlo hacia el lugar que tanto buscaba: el santuario del anillo de la oscuridad. La llevó hasta la costa de un mar profundo, donde comenzaron a descender bajo el agua, entrando en una burbuja que les permitió respirar. Mientras descendían, el mundo se oscurecía aún más, y la presión del agua les dificultaba el movimiento. Finalmente, llegaron a una estructura antigua, en lo profundo del océano, que parecía olvidada por el tiempo.
Dentro del santuario, encontraron un camino que descendía aún más, hasta llegar a una gigantesca biblioteca. En medio de estanterías llenas de antiguos libros, una membrana de agua flotaba en el aire, sosteniendo un anillo: el anillo de la oscuridad. Aquia intentó acercarse, pero al tocar la membrana, se quemó. Cuando intentó usar su poder para manipular el agua, esta se evaporaba al instante. Ni la tierra ni el agua parecían funcionar.
Varnak no se detuvo. Recorrió la biblioteca en busca de alguna solución hasta que finalmente encontró un antiguo pergamino que hablaba de un poder prohibido. El anillo de la oscuridad, según ese pergamino, no podía caer en manos equivocadas.
Sin embargo, Varnak no se detuvo. Obligó a Aquia a tomar el anillo. A pesar de sus temores y resistencia, Aquia se vio forzada a hacerlo, amenazada por la vida de su ser querido. Cuando finalmente tocó el anillo, todo comenzó a derrumbarse a su alrededor. El templo entero tembló, y Aquia fue empujada hacia atrás mientras Varnak tomaba el anillo en sus manos.
El poder del anillo de la oscuridad era abrumador. Varnak sintió cómo su cuerpo se desgarraba bajo la presión, pero no se detuvo. Su piel se agrietó, cubierta por marcas negras que representaban la corrupción de la oscuridad, pero él resistió. Aquia, atrapada bajo un enorme escombro, intentó detenerlo, pero no pudo.
Usando el anillo oscuro, Varnak abrió un portal de humo negro y cruzó a través de él. Apareció fuera del santuario, en la costa del mar, ahora más poderoso que nunca. Con los cuatro anillos en su poder, su transformación estaba casi completa. Solo le faltaba el anillo del aire, y ya sabía perfectamente cómo conseguirlo.