Pyrotormenta

PRÓLOGO

—De niña, solía pensar que pasaría mi vejez en una casa frente al campo —se sonrió, mientras miraba las estrellas en lo alto—, con mis nietos corriendo felices por la pradera, y tomada de la mano de un anciano que me compartiera de su vida —Natanael quitó la vista a la estrellada noche, y en sus ojos, todo cuanto quedó fueron sus labios al hablar. Temía por sus palabras. Lo que pudiera decir y él no pudiera remediar. Habían pasado siglos desde la muerte de su último familiar, y aunque la frecuente sonrisa de su amada aún era sincera; en sus ojos el brillo empezaba a  apagarse.

—¿Lamentas conocerme? —le increpó temeroso a su respuesta. 

—¡No! —volteó a verle— No es lo que quiero decir —hizo una pausa pensativa, mientras paseaba la mirada por su rostro. Natanael no había envejecido. No tenía manchas por el sol, cansancio en su semblante, ni cicatrices en su piel. Era la viva imagen del hombre que le robó el corazón siglos atrás, y que a pesar de los años, aún le miraba como el primer día.

—Te quedaste callada.

—Lo siento… —respondió con una falsa sonrisa—. Es solo que… a veces, siento que los años me han robado —hizo una pausa y regresó la mirada a lo alto—. Siento como que ya no tengo temor a lo que pueda esconderse bajo la cama al apagar la luz. Que mi corazón ha olvidado la incertidumbre de dar un beso, y que pueda ser el último. Siento que he perdido una parte importante de mí, y no sé si volveré a tenerla conmigo.

Natanael le miraba y un mar de dudas le cerraba los labios desde dentro. ¿De dónde venían aquellos pensamientos? Y por sobre todo, ¿Era posible? ¿Acaso ella era inmortal porque así lo había querido, o era él quién lo había decidido? El legendario caballero enmudecía de vergüenza. En su mente, Natanael había complacido cada deseo de su amada esposa, y no podía simplemente ignorar lo que creía estar entendiendo esta noche.

—No lamento mi vida contigo. No quiero que entiendas eso —señaló Elena girando su cuerpo en dirección a su esposo. El viento soplaba fuerte. Traía consigo el olor del jazmín que crecía junto a la puerta, y que esta noche, les acompañaba en la intimidad a la par de las estrellas. Eres el motivo de mi felicidad, Natan, hijo de Elh —extendió su mano y la descansó en el rostro de su amado. 

—Y entonces, ¿Por qué preguntarse esas cosas? ¿Por qué después de tanto tiempo?

—No es nada, ¡Tonto! —se rió, e incluso sus ojos parecieron hacerlo también—, solo es la noche que nos hace melancólicos. Aunque…

—¿Qué?

—De alguna manera siento que todo lo pasado fué mejor.

—No creo que todo lo sea.

—No, claro que no —hizo una pausa —; pero algunas cosas parecen brillar más con el pasar de los años. 

El silencio de la noche tardía les acompañó por un instante. No habían palabras que agregar. La complicidad de los años se había encargado de todo aquello mucho tiempo atrás, aunque por primera vez en mil años, una inquietud se paseaba a sus anchas por la mente de Natanael.

«¿Y si aún quería una familia?».

—Mañana saldré por ranúnculos —expresó Elena. Sonaba esperanzada. Miraba a su esposo con una sonrisa expectante, mientras movía sus piernas al son de un siseo nervioso. De haber sabido lo que colmaba la cabeza de su amado, hubiera dicho desde un principio el motivo de su salida.

—¿Tiene que ser mañana? —le increpó incómodo.

—Sí, debe ser mañana; es importante para mí —le retiró la mano de la mejilla y regresó el rostro al cielo. ¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo podía olvidar el aniversario con la mujer con que llevaba más de un milenio?

 Natanael no entendía lo que sucedía. Puede que no le gustara la idea de salir antes de la primavera, pero Elena parecía haberse molestado por algo. «¿Por qué? ¿Qué le había dicho? —se cuestionaba». Ella sabía que nunca habían suficientes hombres para esta temporada del año, y que la salida del muro era más que peligrosa sin escolta. Pero se trataba de ella; siempre ella y jamás se le había prohibido cosa alguna. Aquella noche no sería la primera vez. 

—Está bien —respondió—, me haré cargo temprano; ¿Algo más?

—No… nada más —se levantó de la hierba y tomó camino a su casa. ¿Qué más podría hacer para mostrar su disgusto? Natanael llevaba la última década olvidando la celebración de sus años juntos, y no parecía que fuera a recordar esta.

La noche se sintió larga entre las sábanas revueltas. Y la inquietante sensación del caballero de estar haciendo algo mal, se tornaba más y más angustiante. Elena dormía a su lado y su calor se distaba. Se hacía tan lejano, que parecían solo compartir el techo sobre ellos.

«Madre, padre; ayúdenme a saber qué estoy haciendo mal».

La incomodidad de la cama de pronto le arrojó los pies sobre el suelo. En otros tiempos, le habría sido imposible sacar al menos uno de ellos del lecho; pero el tiempo nada perdona. Elena solía abrazarle toda la noche, rodeando su cuerpo con brazos y piernas. ¿Qué había pasado?

Volteó la vista atrás, y ella ni se había percatado de su ausencia. «Daría lo que fuera por saber qué te hice —pensó mirando la belleza de sus curvas».

La noche se hizo vieja y el amanecer amenazaba. La guardia del muro pronto cambiaría su turno y debía buscar a un buen hombre que acompañara a su esposa a buscar lo que fuera que le hubiera dicho. 

«¿Qué era?».

A Natanael le habría gustado recordar lo que era, pero se había preocupado tanto por otras cosas, que cuando lo dijo no había puesto demasiada atención.

—¡Estupido! —susurró agarrándose la frente con los ojos muy abiertos.

Pasado el mediodía, las nubes pintaban entre relámpagos telarañas de luz, y aunque era de esperarse para los últimos días de invierno; la oscuridad en el prado confundía la vista con el rayar de las estrellas al caer la noche. El viento soplaba con ira huracanada, sacudiendo aquél vestido blanco que un día le vió de nupcias, y que aquella tarde, le acompañaba a buscar setas trás los muros de la ciudad. Era un vestido largo, de mangas cortas e incrustaciones de cuarzo blanco tallado. Tenía las mangas cortas, un escote pequeño, y le adornaban dos tiras de seda que bailaban con el viento como alas a su espalda.



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En el texto hay: traicion, batallas, amores

Editado: 21.09.2022

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