Pyrotormenta

Capítulo VI

Trás haber ido en busca de su hermano, Azrael, se sentó en aquella piedra del mercado en que lo encontró. Los niños corrían y jugaban, mientras él y su cara seria, se enfrascaban en pensamientos. ¿Debería haber ido a verle? ¿Era en parte su culpa el comportamiento de su hermano? La respuesta la tenía en frente, en la sonrisa inquebrantable de aquellos niños. Gabriel les acompañaba a diario, les enseñaba y les dedicaba tiempo. Incluso sus padres y ancestros eran hombres buenos y felices. Había fracasado, y por un instante se sintió decepcionado de sí mismo.

«—Necesito un trago —pensó, mas la risa de los niños y la luz del sol en lo alto, le recordaron su responsabilidad— Pues será después… —dijo dando una larga mirada al cielo. 

Esa noche, sentado en la barra de un bar, el joven caballero coqueteó con Martha, la hija menor del panadero. Llevaban seis noches viéndose en este lugar, y al menos otra media docena de veces, en un oscuro callejón junto a la panadería de su padre. 

Para nadie era un secreto la vida que llevaba, sus leyendas de incontenible lujuria, y las incontables odas a su amor por la cerveza. Pero aquella noche la urgencia de compañía buscaba ahogar la desesperación de la impotencia. Y Martha, era todo lo que sus manos, ojos y corazón necesitaban en aquél momento.

—Es hora de irse… —dijo Martha, luego de tomar de los labios del caballero un último beso.

Aquél fué un roce apasionado y mesurado. Como una invitación, un continuará; o un abrebocas de lo que podría ocurrir en la noche o las siguientes noches. Al sentirlo, Azrael no pudo hacer más que esbozar una estúpida sonrisa de esperanza. Había pasado toda la noche sumergido en los pechos de la joven Martha, bebiendo ron y bailando estrepitosamente por todo el lugar. Ignoraba, que la joven mujer moría de deseos por arrancarle la ropa e intimar con él sobre la mesa de centro, a la vista de todos. Pero que se detenía, solo por verle enloquecer de deseo por poseer sus caderas.

—¡Muéstrame el camino entonces! —exclamó Azrael, llevando por última vez un jarro de espumosa cerveza a su boca.

—Me iré sola. —resaltó Martha, intentando hacer mayor el desespero en el gran caballero sonriente.

—¿Sola? —se cuestionó Azrael—. ¿Por qué sola?; ¿Puedo acompañarte hasta la puerta entonces? 

—Solo si es la del bar. —contestó Martha dirigiendo su caminar hacia la fría calle. Un listón rojo le amarró a prisas los cabellos, y una sonrisa suya pareció insinuar que deseaba ser jalada por ellos, aunque Azrael no lo notó.

Desconcertado, el legendario héroe pagó su ronda y al pararse bajo el marco de la puerta, una pequeña voz le devolvió la esperanza.

—Ella es Martha. —dijo Dante. Un pequeño niño sentado junto al portón sobre el único escalón que le separaba de la calle—. Ella es buena. —continuó el pequeño—. Su papá debe llamarla tres veces cada mañana; pero ella siempre aparece después de que se quema el pan. 

El alegre caballero no apartó la mirada de Martha. Estaba hipnotizado con el siseante contoneo de caderas que llevaba al caminar, pero al tener los ojos puestos en lejanos parajes y no en su camino, el ebrio caballero tropezó cambiando el cálido beso recibido, por el frío impacto de los adoquines en el suelo.

—¿Qué haces aquí, niño? —le reprochó, después de girarse y quedar tumbado boca arriba sobre los charcos de la calle. —Estoy esperando a alguien. —contestó el infante muy decidido a continuar la espera.

—¿Qué podrías estar esperando a esta hora en la calle, dónde están tus padres? —instó Azrael.

Una incómoda mueca le respondió sin palabras, pero tras una mirada del imponente caballero, el pequeño Dante respondió.

—Papá dijo que una señora se llevó a mamá —se tomó de manos—. Solo estoy esperando a que pase, quisiera irme con ella también. 

—¿Por qué una señora se llevaría a tu mamá ? —miró con extrañeza al niño. —Porque papá dijo que todos nos iremos con ella algún día.

Conmovido por la cruda ignorancia que acababa de escuchar, Azrael, se sentó junto al pequeño, y en un sincero deseo de acompañarle guardó silencio contemplando la noche.

Aquél cielo estaba limpio. Negro en los extremos visibles de la calle, pero azul claro a medida que se acercaba al blanco platinado de la luna. Las estrellas salpicaban todo cuanto se podía ver hacia arriba, y abajo, en la ciudad, los tejados centelleaban el pálido reflejo del astro nocturno.

—Mamá dice que el sol golpeó a la luna —musitó Dante—, por eso está rota. Dice que al sol no le gustaba que brille en las noches y por eso la rompió.

El viento sopló fuerte, y el frío de la noche arreció sin clemencia, pero Azrael no hubiera preferido estar en otro sitio que no fuera aquél escalón, junto a aquél pequeño.

—Ten. —dijo el caballero sonriente, arropando al pequeño Dante con la banderola en su espalda—. Hace frío. —Agregó—. Conocí a alguien que decía que la luna y el sol se amaban. Creía que por ello compartían un mismo cielo, aunque nunca pudieran encontrarse. Solía decirme… que el sol escribió una carta de amor con estrellas, y que cuando la luna la vió al salir en la noche, se rompió de tristeza al recordar que no podrían estar juntos —hizo una pausa, y por un instante el pasado beso su frente con cariño—. Le escuché decir que el creador se apiadó de su soledad, y que desde entonces, el sol al fin logra besarle sobre los montes de Meanluine. Pues allí, a la luz de un nuevo amanecer, al fin tienen la oportunidad de coincidir.

El pequeño lanzó una larga y emotiva mirada al horizonte.

—y… ¿Es verdad?

—No lo sé —se sonrió recordando a Gabriel—, pero mi hermano suele decir que los cielos muestran la gloria del creador, y que el firmamento anuncia la obra de sus manos. Tal vez se refiere a eso.

Dante guardó silencio completamente feliz de conocer la historia de la luna, pero su joven mente, no le permitió guardar para sí lo que había entendido.

—Esa historia suena mejor que la de mamá. —señaló. —Pero un día, será la historia de tu madre la que quieras recordar cuando llegue la noche. —le afirmó Azrael mientras le acariciaba la cabeza.



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En el texto hay: traicion, batallas, amores

Editado: 21.09.2022

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