¿qué debo hacer?

¿Qué debo hacer?

A veces las corrientes del destino son tan difíciles de seguir, que al más mínimo descuido puede que la marea nos arrastre a través del tiempo y nos convierta en seres completamente diferentes. A veces, para poder seguirle el paso, debemos de tomar decisiones tan difíciles que nos cuesta diferenciar lo correcto de lo incorrecto. A veces tragar tanta agua salada termina por acabar con nuestra propia escencia y olvidamos quien somos en realidad.  

Pienso que lo difícil de la vida no es seguirle el paso a las corrientes, sino el tener que ver como las personas de nuestro alrededor, nuestros amigos, son arrastrados por ellas. Lo difícil es luchar con nuestras fuerzas para ayudarlos. Lo difícil es no poder tenderle nuestra mano a tiempo a un compañero. Lo difícil es sacarlo de la marea sin ser arrastrado a su lado. Eso es lo difícil de la vida.

Es triste que cuando menos te lo esperas, el agua se ha llevado lejos a nuestros compañeros y en su lugar dejan a unos impostores que no somos capaces de reconocer. Pero, a final de cuentas, todos somos víctimas de la vida, y pagamos el precio con el destino que nosotros mismos formamos.

Cuando menos me di cuenta, la marea se había llevado a Toris, uno de mis mejores amigos. Volteando a ver al pasado, me siento culpable por no haber detenido todo esto a tiempo, y es por eso mismo que Feliks, Natalia, el mismo Toris y yo terminamos tan heridos.

En el momento en que Feliks abofeteó a Toris sentí que me había golpeado a mi. Verla irse de allí, llorando, tuvo un efecto catastrófico en mi ser que me hizo caer en la melancolía. Cuando Natalia empujó a mi amigo, fue como si me arrebataran una gran cantidad de mis fuerzas. Ver el rostro dolorido de Toris se convirtió en otro golpe sembrado en mi pecho, y cuando me dedicó una mirada de profunda decepción, antes de alejarse en silencio, se sintió como si todo lo que más me importaba en el mundo se esfumara.

Me miré las palmas de las manos totalmente perdido, como si estuviera viendo las manos de un monstruo. Percibí como si el peso de los últimos días se intensificara en mis hombros. Esa misma noche no fui capaz de conciliar el sueño. Dudo que alguno de nosotros lo haya podido hacer. No paraba de pensar, de buscar el punto donde toda esta pesadilla comenzó a dibujarse. Poco a poco, el panorama de cómo fue que este enjambre nació comenzó a salpicar mi realidad, mostrándome el punto, al cuál podríamos denominar, que fue de dónde partió todo.

—¿Has visto a Toris? —Esa pregunta me había dejado perplejo, y más siendo que Feliks quien me la había hecho.

—Pensé que estaba contigo —respondí entorpecido por mi sorpresa, a lo que ella con sencillez, negó tiernamente con la cabeza.

—Cuando lo veas dile que necesito que me ayude con algo, ¿si?

—Seguro, Feliks, yo le aviso.

La tierna pareja de mi amigo se despidió con la mano. Estaba de muy buen humor ese día por alguna razón. Ella siempre me había parecido ser una chica muy bonita y simpática. Feliks me agradaba por ser una buena novia para Toris. A veces actuaba de forma un poco abusiva, pero siempre había estado apoyando a mi amigo en sus mejores y peores momentos, además de que cuando finalmente fuimos presentados nos entendimos bien al instante. Feliks no era de las chicas que hacía escenas de celos, tampoco le prohibía a Toris salir con nosotros y nunca insistía cuando se trataba de una reunión de chicos. Me atrevería a decir que le tomé cariño a la novia de mi amigo, pero cariño en el buen sentido. La estimaba a ella y ella a mi. Independientemente de su relación con Toris, ella era mi amiga.

Me extrañó que me preguntara por el paradero de mi amigo. Por lo general, cuando él se retrasaba en los almuerzos, era debido a que estaba con Feliks. No me imaginaba alguna otra situación que requiriera mucho de su tiempo.

—Ah, Toris, ya llegaste —saludó Eduard al último integrante del Trío Báltico. Nos habíamos ganado ese apodo por parte de los maestros porque eramos amigos inseparables desde que habíamos llegado a Moscú, los tres con procedencia de los países bálticos: Lituania, Letonia y Estonia.

—Disculpen, me retrasé un poco —se disculpó sentándose a mi lado.

—Qué bueno que llegaste. Eduard no para de hablar de lo mucho que quiere unirse al club de los nórdicos —me quejé infantilmente—. Estoy seguro de que en cuanto tenga la oportunidad va a abandonarnos.

—No digas cosas extrañas, Raivis —se defendió Eduard—, no planeo cambiarlos. Es solo que debes de admitir que esos chicos son geniales. Quisiera algún día ser tan increíble como ellos y asistir a las reuniones que hacen. Seguro hablan de cosas interesantes todo el tiempo.

—¿Por qué no vas a hablarles? —propuso Toris—. Si quieres que te acepten en su grupo deberías de empezar tú mismo.

—¿Acaso quieres desintegrar nuestro equipo? —cuestioné añadiendo dramatismo a la situación. No podía hacerme una imagen mental donde solo estuviéramos dos de tres.

—Claro que no, tonto, no es como que vaya a irse a vivir a su calle. Solo pienso que si quiere conocer gente nueva debería de empezar la conversación.

—¡Tienes razón! —exclamó Eduard poniéndose de pie dando un brinco lleno de determinación—. ¡Deseenme suerte!

Ambos lo vimos acercarse a la mesa de los nórdicos. En ese momento estaba convencido que el primero en romper nuestro trío sería Eduard. Toris, por su parte, se estiró en su lugar y muy ociosamente apoyó sus codos en la mesa. Posó las mejillas en las palmas de sus manos, viendo como nuestro amigo parecía ser bien recibido por sus ídolos.

—¡Oh, casi lo olvido! —exclamé chasqueando los dedos—. Tu novia estaba buscándote, dijo que necesitaba que la ayudaras en algo.

—Seguramente quiere que le haga un favor tonto, como pintarle las uñas o algo así. —Aquella respuesta me había extrañado en sobremanera por la displicencia con la que había sido formulada. Toris incluso había rodado los ojos mientras hacía un mohín.



#5166 en Fanfic

En el texto hay: infidelidad, drama -romance, hetalia

Editado: 29.10.2020

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