¿La hipótesis de Riemann, es difícil?
Desde mi punto de vista, no es así, no le puedo llamar de esa manera a un problema indescifrable por los más sabios y canosos matemáticos.
Quizás nunca llegué a trazar en papel cuadriculado uno de esos complicados números, pero he agonizado figurativamente ante la viva encarnación del jugar con fuego, algo que me activa en eléctrica euforia ante la cual mis pobres neuronas llegan a la muerte programada transitoria; que, aunque es imponente ante mis señales racionales, obedece como un cachorro a su amo.
Sí, estoy hablando del amor, ese traicionero que juega conmigo por órdenes de él.
Es la única explicación que he decido formular con mis pocas fuerzas para entender el hecho de emprender una maratón a pleno invierno, estando a una hora de que empiece la presentación del proyecto más importante para mi futuro; y yo, me encuentro como tonta, jadeando, con la inminente sensación de pesadez en mis muslos después de correr a toda prisa casi cuatro manzanas para venir a tiempo a la mejor heladería que está frente al parque de la ciudad, ahora me arrepiento de dormir como koala y no hacer ejercicio.
Al encontrar mi destino, un lugar con arquitectura antigua descascarada de color salmón y un llamativo letrero de caoba en el que resaltan las fotografías impresas en vinílico de la variedad de inigualables helados, detengo mi precipitada carrera, dejando mi espalda ante la apreciación de la entrada de aquel lugar y así, quedar con la vista al frente para que mi eje óptico cruce la estrecha carretera con neutralidad a las cristalinas partículas de agua que caen sin el más mínimo respeto sobre el adoquín, dirigiendo libremente mi ángulo visual a lo que se encuentra al otro lado.
En este momento, las gotas caen y caen sobre mi cabello para luego deslizarse plácidamente sobre mi rostro e ir cambiando a un color más oscuro cada parte de mi holgado vestido turquesa, dejando un pequeño escalofrío a su paso, pero lo único que puedo notar es... a él, ese mismo que tiene a mi poseedor a sus pies, parado en esa desmoronada acera, sosteniendo un paraguas negro con la mano izquierda, mirándome fijamente con la seguridad de que llegaría tarde; pero hay tres razones por lo que este momento no es perfecto:
La primera, es que el paso de los chapoteantes autos interrumpen mi panorama; lo segundo recae en la impredecible lluvia que no deja de chocar contra mi coronilla, como dando toques a mi cerebro para tomar el control.
Este es el momento; quizás no haya uno perfecto con ese mosaico penetrante de colores vivos, propios de un atardecer, pero tengo miedo que el esperarlo conlleve a perder la última oportunidad que tengo, por ello prefiero a esta lluvia de temporada que es tan imperfecta como yo, que ni siquiera puede escoger una personalidad fría propia de un día nublado, si no que ahonda un sinfín de humedad con el indescriptible clima cálido de mi hogar y un quebradizo cielo con pinceladas grises acompañadas de sombras negras.
«Desde hace mucho ya sabía que tú eres el chico del que estoy locamente enamorada».
—¡Oye! ¿Recuerdas lo que dijiste esa noche, en ese oscuro, pero maravilloso momento? —le pregunto tontamente agitada, enarcando ambas manos en torno a mi boca para así hacer eco de mis palabras y que puedan llegar a sus oídos. Ni siquiera siento la helada lluvia, he decidido ignorarla—: "De repente las estrellas brillan más esta noche, quisiera que siempre fuera así, ¿te quedarías conmigo por ese figurativo para siempre?, tal vez soy egoísta, pero te amo".
Repito sus antiguas palabras que, como una excavadora, han llegado tan profundo, grotescamente, pero a su blanco: mi corazón.
—Te mentí, esa noche era igual de oscura que las demás. Pero... sí te amo —exclama con esa voz grave y entrecortada debido al frío, pero lo suficientemente notable para que llegue como susurro a mi tímpano, atrayendo miradas curiosas de los transeúntes. ¿Es una declaración o una despedida?
He aquí la tercera razón: lo siento tan distante, incluso al punto de vernos como desconocidos. Llega un momento en el que prefieres un innegable odio, que unas dolorosas y endulzadas palabras vacías.
Quizás no era igual de oscura, si no que yo misma he cambiado su perspectiva.
«Rompí un corazón para poder conseguir otro, y ahora, creo que ya no me pertenece».
TRES AÑOS ANTES [...]
—¡Levántate, Liza Campbell! Desde que terminaste el colegio no haces nada más que nadar en tus babas de tanto dormir. Faltan dos semanas para que entres a la universidad —reclama mi madre, claramente molesta, al mismo tiempo que corre las cortinas hacia a un lado para dejar mi rostro expuesto a una iluminación molesta de la importuna mañana.
¿Como alguien puede estar perfectamente vestido con un enterizo floreado y tacones súper altos a las seis de la mañana? No hace falta tener los ojos bien abiertos para notar el glamour de esta mujer.