LIZA
—¿¡No piensas bajar a desayunar!? No puedo creer que mis padres tuvieron que viajar a Estados Unidos y me dejaron cuidándote, ¿qué castigo estoy pagando? —grita mi hermano, Alan, a través de el gran espacio que ha creado al abrir mi puerta sin tocar anticipadamente.
—Dos minutos más, solo falta cepillarme las puntas y colocarme como un relámpago la ropa que suplante mi pijama, ¿si?, soy tu dulce hermanita —suplico con un puchero, lanzando una mirada tierna y penetrante a través de mi reflejo por el espejo del tocador, quedando a la vista del molesto e irritante rostro de mi hermano, quien observa mi simulación del delicado cepillado de cabello mientras aún sigo vestida con mi adornada ropa de dormir.
—Eso dijiste hace media hora. Te espero abajo, hoy es el último día para inscribirte en la universidad — me recuerda Alan, azotando la puerta de mi habitación al rendirse conmigo y salir. Supongo que la mirada manipuldora aún funciona.
Bueno, pero sí tengo que hacer caso, es mi hermano mayor y aparte, es un chismoso. Ahora que mis padres viajaron por unos cortos días para una gran oportunidad de agentes inmobiliarios, él me cuida. De hecho es el ama de casa ja, ja. Eso le pasa por tomarse dos años sabáticos, él sí es un vago.
Me levanto rápidamente del pequeño sofá personal, dando los últimos plácidos estiramientos de pereza y luego, me dirijo apresuradamente a mi delimitado cuarto de baño a darme una cálida ducha por unos veinte minutos, la verdad acababa de levantarme, al menos gané tiempo.
Después de secar cada gota de agua con una toalla mediana, me coloco una blusa negra que dejé preparada desde ayer, unos jordan rosados, unos vaqueros y un cardigan beige. No suelo maquillarme, excepto por un labial rosado magenta; amo el rosado. Tampoco suelo cepillarme el cabello a fondo, mis rulos son sueltos, entonces basta desenredarlo sin esfuerzo y ya es una cosa menos por hacer.
Bajo por las viejas escaleras de madera que rechinan con cada paso de apoyo que doy y al final, su desembocadura me lleva directamente al comedor donde veo a Alan colocándose una chaqueta negra para luego acomodarse su cabello, dándole un look desalineado.
—Oye, Alan, ya estoy lista. Dale de comer a esta dulce chica, ¿si? —exclamo con facie de súplica. Aquí vengo de nuevo con mi lado dulce, con la única intención de suplir uno de los placeres de esta vida: comer.
—No funcionará. Vamos al auto, ya empaqué tu desayuno, te tocará comer en el camino, solo no vomites o te bajo donde sea —responde firme, caminando relajado hacia la puerta para salir de casa, no sin antes tomar responsablemente un topper azul que contiene huevos fritos y tres grandes rebanadas de pan. Eso me dice que comeré rico.
Subimos a nuestro Sedan negro, el que yace aparcado frente a casa, y lo primero que hago es poner la radio, nada mejor que escuchar melodiosas notas en un corto viaje mientras lucho con la negación ante la idea de las náuseas.
Me encanta la vista de mi hogar; a través de la transparencia del vidrio de la ventanilla del auto, puedo ver fácilmente las casas antiguas con flores en cada ventana, mi linda Ciudad Antigua. Después de conducir unos cuantos kilómetros mientras me deleito comiendo mi nutritivo desayuno y pasar el centro de la ciudad, llegamos a mi futura universidad, Valle real. La verdad del tráfico no me quejo, es regular.
—Bueno, ahora piérdete; llámame cuando acabes la inscripción, buscaré un parqueo —ordena Alan, quien mantiene el ceño fruncido para dar firmeza a su apariencia de cabellos dorados.
—Ash, qué insensible. Nos vemos, deséame suerte —me despido, bajando del auto y lanzándole un beso al usar mi palma de plataforma, el cual recibe con una pequeña sonrisa amorosa.
Son las 8:30 am. Se supone que Mildred y Mateo ya me están esperando para acompañarme, pero, ¿en dónde?
Camino algo desorientada por un pequeño sendero de adoquín, observando los algo grandes edificios de cada carrera hasta que llego al edificio A, de administración, e inmediatamente veo a mis dos mejores amigos saludándome, al menos Mildred me dijo algo de esta construcción.
Veo a uno de esos dos, vestido totalmente informal con pantalones de lona, nada a la talla, acompañado de una sudadera tipo hoddie, y la otra, como diva, usando ajustada ropa negra de marca desde el pantalón de cuero hasta la algodonosa blusa de un hombro, y no digamos los tacones no menores de 14 centímetros.
—¡Ricitos! Por fin estás acá. Ahora solo entra a la primera oficina y apresúrate. ¡Quiero ir a explorar! —exclama desesperadamente, Mateo, posando ambas palmas para moldearse en las curvaturas de mis hombros, y dirigirme a prisa hacia la entrada.
Me da vergüenza que grite el tonto apodo ese, lo dice por mi cabello ondulado. «¿Padres, no pudieron darme un fenotipo con cabello lacio y rojo? Así sería igual que Mildred».
—No la avergüences, Mati. ¿Te acompañamos? —pregunta Mildred, saludándome con un beso al rozar mi mejilla, dejando marcada la perfecta forma lateral de sus rojos labios. Ella es una pelirroja tan bella, se viste como una celebridad. «Es bueno tener una amiga rica, siempre me presta su ropa je, je».
—No hace falta, chicos, adelántense, luego los llamo —sugiero, tratando de sonar decidida—. ¡Qué nervios! Aunque estoy triste de que ustedes no estarán conmigo. Mateo estará en medicina y tú, Mildred, en ingeniería —les recuerdo, cortando mi camino para retrasar el momento definitivo a partir del cual no estaría compartiendo tan a menudo con dos personas que amo. Agachando la cabeza al mismo tiempo en señal de una profunda tristeza.
—Pero prometamos que siempre comeremos juntos. No importa lo que tengamos que hacer, siempre a las 12:00 horas nos encontraremos en la cafetería, ¿si? —sugiere Mildred, ofreciendo su delgado y pálido meñique para nuestro pinkypromisse.