Qué Es El Primer Amor

CAPÍTULO 1: La forastera (Reedición ✅)

(Actualizado el 29/11/24 a las 16:49)

—No, no puede ser —se quejaba para sí mismo en un leve susurro que entonaba molestia.

—Sí puede ser. Estoy esperándote desde hace diez minutos en la entrada de tu casa.

—Sabes que no me refería a eso. Tengo que irme, adiós —dijo y colgó. Dejó de buscar dentro de su armario y se puso de pie, caminando hacia atrás. Acto seguido, el muchacho se tiró en la cama de espaldas y observó el techo de su habitación mientras jugueteaba con un mechón de su cabello castaño oscuro.

No podía ser que no hubiera ni una sola prenda en su ropero que fuera adecuada con el clima que hacía afuera, aproximadamente unos 23°, y no podía usar negro por más que quisiese, ya que obsorvía el calor. O eso le había dicho su madre un día antes durante la cena.

«Por favor, deja de usar colores tan sombríos. ¡Los chicos de hoy!», recordó que le decía ella cada que podía, nunca con un buen argumento. Pero la noche anterior había ido armada para ganar la batalla.

Pensaba en ello cuando tocaron a su puerta. Levantó un poco la cabeza para verla, pero volvió a retirarla hacia atrás. No tenía ánimos como para abrirla. Finalmente esta lo hizo por sí sola con lentitud y vio aparecer a su hermana, dos años más pequeña que él.

—¿A qué hora vas a estar listo? Faltan cinco minutos para ir a la escuela, hermanito —le recordó.

A diferencia de él, su hermana tenía el pelo de un tono ligeramente más claro, al igual que sus ojos. Compartían la misma sonrisa conquista-corazones que enamoraba a todo el mundo.

—Ojo que soy tu hermano mayor, llámame por mi nombre, Elizabeth. Y por favor no molestes tú también—protestó con desaire.

—De acuerdo, Juancho —revoleó los ojos y se sentó en la punta de la cama. Vestía un abrigo amarillo pastel y un short tres cuartos negro—, como digas, pero apúrate, ¿sí? Vamos tarde. —Le tiró a Juan una de sus almohadas, pero este no reaccionó—. O tendré que tomar medidas drásticas —bromeó, risueña.

—¿Cómo de qué “medidas” estamos hablando?

—Como dejarte solo. Yo llegaría temprano —aventuró. Y quizás se encontraría con quien quería en el colectivo.

Juan se enderezó de golpe.

—¡No puedes hacerme eso, además yo mando cuando mamá no está!

—Todos dicen lo mismo. Y mamá aún no se ha ido, está abajo. Doña Pancha le cambió el horario porque tiene que ver a sus nietos.

—Ya veo —cerró los ojos mientras se desperezaba—. Si tanto insistes en que te acompañe, tú escoge mi ropa —le ordenó lentamente debido a su etapa post bostezo.

—No es tan difícil —se puso de pie. Buscó en el armario y encontró un short de jean color beige y una camisa rosa, y tiró ambos en la cama de Juan—. No te puedo seguir esperando. Me voy —dijo cerrando la puerta tras de sí—. Tú te arreglas a partir de ahora —gritó desde afuera.

—¡No, espera! —se levantó para seguirla, gateando en su cama, pero terminó con la cara en el piso por aventurarse hacia la orilla.

No importaba, ni que fuera a necesitarla. Después de todo, Néstor estaba afuera. Elizabeth se lo perdería. Total solo le había hecho la ropa. Y nada más.

Juan acabó de cambiarse y salió de su casa. Bajó las escaleras que guiaban a la vereda de la calle para encontrarse con su amigo y el sol mañanero inundó su rostro. Sus ojos marrones resaltaron al punto de que inclusive Néstor, quien estaba vuelto hacia él, lo hubiera admitido, y su sonrisa hubiera dejado encantada a cualquier chica. Pero él era su amigo. Y se odiaban… Más o menos.

—Buenas, Néstor —pasó su brazo por el cuello de su amigo—. Discúlpame por la tardanza. Es que no encontraba la ropa indicada. Ya sabes —decía cálidamente—, siempre necesito lucirme: ya te he dicho mil veces que la popularidad no se regala.

Néstor lo inspeccionó de pies a cabeza, deteniéndose a analizar cada parte que le llamara la atención. Nunca se le escapaba un solo detalle, y lucir unos lentes lo hacía ver más intelectual de lo que ya era.

—Pues no pareces tú —reconoció.

—¿Por qué lo dices?

—Porque usualmente no usas ropa tan… Elegante, por así decirlo. Y justo la semana pasada dijiste que si te vestías así “no serías tú”. ¿Que acaso no lo recuerdas? —dijo con una sonrisa victoriosa, lo que le hizo hervir la sangre a Juan.

—¡Ay, ya basta, cualquiera puede usar lo que se le pinte y no tendría que extrañarle a nadie! No te metas en mis asuntos.

—Cada quién con su punto de vista, y si tu hermanita te hace la ropa, ya verás qué haces cuando ella no esté ahí para ti.

—Te pido que por favor no comentes nada más al respecto —pidió Juan con seriedad.

Permanecieron un rato en silencio, tiempo que Juan aprovechó para tirarle una mirada coqueta a cuanta chica se le cruzase por el camino. Le dio asco a Néstor.

—No te queda hacerte al maldito con corazón bonito —comentó con disgusto.

—Ay, Néstor-Néstor-Néstor… Sabes perfectamente que las chicas me aman más así. Solo que no tienes las agallas como para admitir que ni siquiera eres competencia digna para mí.



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En el texto hay: aventuras y amistad

Editado: 29.11.2024

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