¡qué familia de mierda!

Capítulo 1: Hambre (2)

...

»¡Ay! Esta niña, ¿por qué tarda tanto? Ni que estuviera tratando de agarrar al correcaminos. —se quejó justo en el momento en que volvía Brenda—. ¡Por fin, mijita! Ya iba a mandar a tu hermano a buscarte.

—Perdón, abu. Estaba la Matilde regando las plantas, como si ya supiera algo la vieja esa.

—¡Ay, la detesto! En todo tiene que estar ella. ¿Para qué queremos policía con la vieja esa?

—Te digo que algo sospechaba porque estaba con la manguera en una mano y con la bolsa del mandado colgada en el otro brazo. Haciendo tiempo seguro.

Por su parte, Rosita, una gallina mediana con el tamaño de los ojos desproporcionado, demasiado grandes para su cabeza, giraba la misma de izquierda a derecha mientras, cacareando, hacía evidente su miedo. Lo último que recordaba Rosita era que estaba en el patio de la casa de su dueña buscando bichos entre la tierra húmeda para comer.

—¿Y te vio? —Dolores se llevó la mano al pecho, preocupada. Su plan estaba a nada de arruinarse.

—No, abu, por eso tardé tanto. Me escondí contra la pared hasta que esa vieja chusma se aburrió de esperar y se metió a su casa.

—Menos mal —dijo Dolores, bajando su mano y respirando más tranquila—. Si te veía capaz y se armaba porque la iba a tener que amenazar.

Brenda asintió.

»Bueno, mi amor, trae a Rosita para acá. —Le pidió acompañando sus palabras con un ademán de su mano derecha.

La niña, mirando la tabla de madera con la cuchilla encima, terminó de comprobar lo que había pensado antes y, a causa de eso, se llenó de más dudas.

—¿Pero qué tenés pensado hacerle? Vos sabés que es la mascota preferida de la vecina. Muchas veces nos dijo que la ve como una hija, por eso le puso su mismo nombre.

—¡Ay, Brenda, no seas tarada! Es una gallina, ¿cómo la va a ver como una hija? —Dolores se apoyó la mano en la cintura e, indignada, miró el techo por un segundo—. ¡Trae esa gallina para acá querés!

Brenda dio un pequeño saltito hacia atrás del susto; cuando la abuela levantaba la voz podía terminar muy mal. La última vez que ella la hizo enojar cuando Dolores estaba lavando la ropa de todos a mano, en el patio, la abuela agarró un cinto del padre de Brenda y la golpeó dos veces. Una vez en la espalda, y otra vez en las piernas cuando ella se escapaba. A Dolores no le importó en lo más mínimo si alguien la veía. Y es que justamente, ese mismo cinto fue la razón de su enojo. “¿Cuándo viste que un cinto se lave como la ropa normal?”, consultó la mujer. Brenda quiso decirle que no se había dado cuenta, pero su actitud irreverente ya le había hecho ganarse esa fugas paliza.

»Vení, mi amor, hay que ponerla acá —prosiguió Dolores tocando la tabla—, justo en borde porque si no me va a ensuciar todo.

Brenda miró a Rosita y reteniendo las lágrimas, hizo lo que se le había ordenado.

—Vos la tenés que tener bien firme porque yo tengo que pegarle un corte rápido y se va a sacudir. No le aflojes.

Su nieta, ya sin poder retener las lágrimas, asintió. Dolores ni siquiera lo dudó, levantó la cuchilla y ayudándose de sus dos manos para pegarle con más fuerza, lo hizo. La cabeza de la gallina salió despedida para chocar con el grifo de agua y caer dentro de la pileta, sus enormes ojos todavía se movían mientras su cuerpo decapitado se convulsionaba y los bañaba de su propia sangre. O, eso se imaginó la niña.

»¡Tenés que tenerla fuerte, estúpida! Vas a manchar todo y después con que limpio tanta sangre.

—¡Ay, abu! Es que me da impresión —chilló Brenda quien ya lloraba desconsoladamente.

—Bueno, déjame a mí. —Dolores dejó la cuchilla y rápidamente tomó el cuerpo de Rosita, para poco después quitar a su nieta de un empujón con sus caderas—. Anda al baño y tráeme el fuentón azul.

—¿El que está roto?

—No, amor, ese es una palangana, el fuentón es el grande con manijas. —Dolores se distrajo un momento ante unas últimas y más intensas sacudidas de Rosita—. ¿Sabes cuál te di...? ¡Jajaja! Que tonta me salió esta nena, pero igual la adoro y la voy a sacar buena. De eso no tengo ninguna duda.

Para cuando Dolores quiso darle una aclaración extra, Brenda ya había salido de la cocina, corriendo directo al baño.

Pronto ella volvió con el fuentón y Dolores le pidió acercarlo a la mesada, la anciana golpeó el cuerpo decapitado de la gallina en el borde metálico para escurrir algunas gotas más de sangre y después, con un movimiento rápido lo puso dentro del recipiente.

—Vos anda con esto allá a la esquina, tenés que desplumar a Rosita —indicó señalando el lugar

—¿Qué, cómo? —Brenda seguía con los ojos húmedos y los labios temblorosos. La aterraba la idea de lo que su abuela le estaba pidiendo.

—Sí, mi amor, te dije que me tenías que ayudar.

Dolores caminó hasta la puerta de la cocina y la cerró con pasador.

»No vaya a ser que venga una de tus hermanitas y se nos traume.

Ya en el rincón, Brenda se sentó y comenzó a arrancar plumas mientras lloraba.

—¡Ay, cállate ya! Me estás alterando. ¡Pero che! —Gruñó Dolores—. Tanto escándalo por eso.

—Sí, pero yo no quería.

—Ay, cielo, y tanto que te gustan los bifecitos de pollo, ¿de qué árbol pensas que vienen? —ironizó la anciana, más que molesta.

—Es distinto, abu. Los compramos ya listos —Brenda se limpió la nariz con el antebrazo izquierdo, sus manos estaban cubiertas de restos de plumas y sangre.

—Bueno, a ver... —Dolores le dio la espalda cuando trataba de recordar en cuál mueble de la cocina había guardado las ollas.

—Están en la alacena, arriba. Me dijiste que las guardara ahí —aclaró la niña, quien, ya resignada a terminar la tarea, había recuperado algo de su compostura.

Habiendo llegado hasta la alacena y sacado todas las ollas que tenían, 3 de diferentes tamaños, Dolores quitó las otras dos del interior de la más grande y se llevó esa última a la pileta para llenarla de agua. Luego prendió la cocina y la puso al fuego.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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