¡qué familia de mierda!

Capítulo 1: Hambre (3)

...

Sin más que hacer por ahora, Dolores fue a su propia habitación y se recostó un momento. Luego de haber puesto dos almohadas en los pies de su cama y entre quejidos de dolor al haberse esforzado mucho en la tarea, finalmente consiguió acomodar sus piernas encima de las almohadas. El médico le había dicho que eso ayudaba a la circulación y que eso podía disminuir un poco el dolor. Cinco minutos después, Dolores entendió que ese día no iba a funcionar y volteando de lado en la cama buscó en el cajón de su mesa de noche. Quizás por ahí habría algún analgésico que pudiera ayudarla, pero no, no había nada. Ella se había tomado el último calmante que le quedaba dos días antes, cuando no sospechaba que el dolor presente iba a ser mucho más intenso que aquel. Por otra parte, María se lo había mandado a decir, nada de fiado hasta pagar mínimo un mes.

Dolores suspiró, resignada. Ella sabía que por más mala sangre que se hiciera, eso no iba a cambiar nada.

—¡Mariana! —llamó.

—¿Qué pasa abu?

Mariana no fue a la habitación de la mujer, el cuarto de ambas era contiguo por lo que solo elevó la voz lo suficiente para que pudiera atravesar la pared.

—¡Vení por favor!

—¡Voy!

Poco después, la mayor abría la puerta, la expresión de su rostro era todo menos simpática.

»Por favor, mi amor, fíjate si en el congelador hay hielo y tráeme un poco.

—¿Qué, en qué?

Dolores blanqueó los ojos, no comprendía por qué Mariana insistía en pedir tanta precisión para todo.

—¿Brenda dónde está?

—Acá, al lado, se está vistiendo.

—Bueno, decile que venga ella.

Mariana hizo un gesto con el movimiento de sus cejas, tal vez pensando: “¿Para eso me llamaste?”, pero desde luego, no lo dijo.

—Ahora le aviso —confirmó, luego cerró la puerta.

Unos minutos después, Brenda entró a la habitación de su abuela trayendo consigo hielos dentro de un recipiente.

—Mariana me dijo que querías hielos, pero que no le quisiste decir para qué, ¿te duelen las piernas, abu? —La mirada de la niña se notaba triste.

—Sí. Déjame el hielo acá —indicó, tocando la mesa de noche—, yo me los voy a pasar.

—No, abu, ¡yo lo hago!

A prisa, Brenda se sentó en la cama y comenzó a pasar los hielos por las piernas de Dolores. Por supuesto, lo hizo por algunos minutos con el mayor de los cuidados. Aquellas venas hinchadas en las piernas de su abuela le decían que si hacía presión, solo iba a conseguir causarle más dolor.

Minutos después el dolor comenzó a ceder, no del todo, pero sí lo suficiente para que Dolores lo pudiera soportar.

—Ya me siento mejor, mi vida, gracias. —Dolores se quejó de nuevo, intentando acomodarse en la cama—. Ayudame a levantarme, Brenda, tengo que despertar a tu padre.

Su nieta hizo lo propio y ambas salieron del cuarto para ir hasta el fondo del pasillo, el cuarto de Julián. Uno que había sido el comedor de esa casa hasta dos años antes, cuando Julián se separó de su esposa y Dolores tuvo que modificar el ambiente, resignando comodidades, para darle asilo a su hijo y sus nietos.

—Julián, hijo, ¿estás presentable? —Dolores esperó una respuesta que no llegaba mientras Brenda la tomaba del brazo—. Juliancito, en un rato va a llegar tu hermano con la mujer, ¿estás despierto, amor? Te tenés que preparar.

El silencio permaneció cuando Dolores miraba a Brenda.

»No sé qué le pase, mi amor. Capaz y estaba muy cansado. Debe estar dormido todavía. —Le explicó, al tiempo de darle palmadas de afecto en la mano.

—¿Cansado de qué, abu? Hace un mes que mi papá no trabaja. Y ya ni sale del cuarto, no más lo vemos cuando es hora de comer.

—¡Shhhhh! —La reprendió Dolores, luego se puso el dedo índice recto hacia la mitad de sus labios, indicando que de eso ella no debía hablar—. Sos muy chiquita para entender estas cosas, pero a los padres, sean quiénes y cómo sean, se los respeta, ¿entendiste?

Brenda se quejó acompañando todo con una mueca de dolor, su abuela había dejado de darle palmadas en la mano y ahora se la apretaba con fuerza. Los ojos de Dolores, fijos sobre los de Brenda, mostraban un enojo absoluto; ella no toleraba faltas de respeto hacia los mayores, era de otra época.

»Ya le iba a decir una cosa así yo a mí abuela y mucho menos de mi padre, me arrancaba la cabeza de un cachetazo.

—Perdón, abuela. —Brenda que ya no soportaba el dolor en su mano, se retorcía, a punto de llorar.

Dolores la soltó, lanzó un resoplido y volvió a golpear la puerta, esta vez, con furia.

—¡Julián, tenés que levantarte ya o voy a tirar la puerta! ¡Julián! —gritó varias veces sin dejar de golpear la puerta.

—¿Estará bien? —consultó la niña.

—Brenda, anda a mi cuarto y tráeme el manojo de llaves que está adentro de la mesita de noche. Ahí tengo copia de las llaves para todas las puertas.

Su nieta no le respondió, solo corrió a buscar lo indicado. Dolores apoyó su codo en la pared y después se sujeto la frente con la mano de dicho brazo. Ella no sabía si debía preocuparse o enojarse.

—Más te vale que no hayas traído otra putita, ¿qué ejemplo le das a los chicos? —amenazó por lo bajo.

No sería la primera vez que Julián llevaba una noviecita a la casa de Dolores, justo como la anterior. Esa mañana la abuela desayunaba junto a sus nietos, como de costumbre y esa mujer entró a la cocina anunciando que tenía hambre, el detalle era que ni siquiera había tenido el pudor suficiente para ponerse alguna prenda de vestir y de ese modo, se paseó desnuda frente a todos. Dolores se levantó apenas verla para tomar la escoba, así la persiguió por el pasillo, a escobazos limpios hasta que esa mujer salió de la casa y tuvo que correr desnuda por la calle buscando refugio, quién sabe cuánto tardó en darse cuenta que ya no era perseguida. Nunca volvieron a saber nada de esa alma tan libre.

Al volver, corriendo fuera de control por el angosto pasillo, Brenda tropezó a causa de una hendidura en el piso y se golpeó con la pared. Dolores giró a verla, alertada por el escándalo y blanqueando los ojos le hizo saber que no era momento para eso. Brenda asintió y con valentía se puso de pie, luego, sin derramar ni una sola lágrima caminó hasta llegar junto a su abuela, a quien le dio las llaves requeridas.



#8764 en Otros
#1333 en Humor

En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.