¡qué familia de mierda!

Capítulo 2: Favores (1)

Cuando Federico llegó a casa de su madre, ni siquiera estacionó bien su coche del año o fue caballero con su esposa. Él siempre le abría la puerta a Zara, pero los patrulleros y la ambulancia no anunciaban nada bueno.

—¡Mamá! —gritó apenas entrar y esquivando policías se abrió camino.

En el pasillo había tres policías y uno más en la cocina tomando la declaración de Dolores, ella estaba sentada a la mesa y rodeada por sus nietos, los tres mayores a su espalda, y las dos más pequeñas abrazándola a los lados.

—¡Mamita, ¿qué pasó, qué hace toda esta gente acá?! —Federico estaba casi histérico y fue directo a arrodillarse y besar las manos de su madre.

—Tu hermanito, mi cielo, se nos fue Julián.

—¿Pero cómo, qué pasó?

—Señor, si fuera tan amable, le agradecería que nos deje hacer nuestro trabajo para que podamos irnos. Después le va a poder hacer todas las preguntas que quiera a su mamita. —Se burló el oficial.

—Mejor busca dónde sentarte, chiquito —indicó Dolores.

Federico asintió y se ubicó detrás de todos, en un rincón junto a una ventana, que tenía una silla al lado del mueble. Mismo mueble que limitaba con la cocina y la mesada.

—Volviendo a lo nuestro, señora, ¿dice que hoy cerca de las once fue a despertar a su hijo y lo encontró colgado?

—¿Podría tener un poco más de cuidado? Hay chicos presentes —pidió Dolores.

El hombre asintió, aceptando su petición de mala gana.

»Sí, oficial, a todos nos tomó por sorpresa. Nunca pensamos que fuera a hacer una cosa así.

—¿Él no les había dicho nada?

—No, mi hijo Julián era muy para adentro. Él se guardaba todo y mire que yo le dije que eso era malo. Que algún día podía explotar, pero no me hizo caso.

El hombre fingía tomar notas de algo que no le importaba en lo más mínimo, cuando una figura más entró en la cocina.

—Dolores, lo siento mucho —dijo el comisario y luego le quitó los papeles al hombre que estaba tomando declaraciones—. ¿No te das cuenta que es una mujer mayor, que ni siquiera puede caminar bien? Es un suicidio y punto.

—Pero... —quiso insistir el oficial.

—¡Benítez! —llamó el comisario.

Y entonces se escuchó como otro hombre pedía permiso para abrirse camino por el pasillo.

—¿Sí, señor comisario?

—Llévate al pibito nuevo, haceme la gauchada. Y déjalo en mi auto que después tengo que hablar con él.

Benítez se aproximó al mencionado y después de tomarlo por el brazo le pidió que fuera con él.

—Pero tengo que tomar declaraciones, ¿para qué me hicieron venir si no?

Viendo que ese oficial podía llegar a poner resistencia, un nuevo policía se acercó a él para tomarlo del otro brazo y así lo sacaron de la cocina.

El comisario, Martínez, negó con su cabeza.

—Parece que algunas carreras se terminan bien rápido por estos lares.

—No, pero no es necesario. Pobre chico, tan jovencito —suplicó Dolores.

—No pasa nada, ahora hablo con él y todo bien —dijo para tranquilizarla—. Bueno, ya hago que toda esta gente se retire de tu casa, no te preocupes. Ahora tienen que estar tranquilos y organizarse con todo lo del velorio. —Tocando la punta de su gorra, el comisario se despidió—. Cualquier cosa que necesiten, ya sabes que me llaman y se soluciona.

Una vez los hombres se retiraron y la familia se quedó más tranquila, Federico mencionó algo que apenas había notado.

—¿Qué es ese olor tan feo? —consultó él, luego giró a mirar la cocina.

—Ay, mi amor, es el pollo. —Dolores levantó sus manos y poco después las volvió a bajar para abrazar a sus nietitas, casi como si le estuviera preguntando al cielo por qué les sucedían aquellas cosas a ellos—. Estaba haciendo de comer, quería que estuviera listo cuando llegaran ustedes, pero con lo que pasó con tu hermano, todos nos olvidamos de la olla. Se evaporó el agua y se quemó todo. Lo bueno es que fue solo eso, mirá si saltaba una chispa o algo así en esta casa toda de madera. Una desgracia con suerte, gracias a Dios.

—Ah... Sí, supongo que sí.

Federico miró la puerta de la cocina, Zara recién se estaba asomando ahí. Quizás ella no había querido entrar antes por el tumulto de gente que había en el interior.

—Hola, ¿cómo están todos? —cuestionó ella y se cubrió la naríz inmediatamente. El olor a quemado parecía empeorar a cada momento—. ¿Qué pasó, qué se quemó?

Dolores blanqueó los ojos, aquel tonito entre dulce, pero a la vez despectivo que tenía Zara, la sacaba de quicio.

—Me tiré un pedo, Zarita, ¿no te gusta? —respondió Dolores, evidentemente de pésima manera.

Por su parte, los niños no pudieron evitar reír por un segundo. Más allá del mal momento que estaban pasando, la espontaneidad de Dolores seguía teniendo ese efecto en ellos. La mencionada no le respondió, solo hizo un gesto de asco, revelando su pensamiento. A Zara no le gustaba aquel lugar ni las personas de la zona. Para ella eran demasiado vulgares y corrientes.

—Mamá... no es el momento para eso, por favor —pidió Federico.

Dolores estiró su mano en dirección a la mujer, invitándola a tomarla y por ende, acercarse. Ella dio un par de pasos para aceptar esa ofrenda de paz.

—Discúlpame, estoy nerviosa porque pasó algo horrible. Juliancito murió, no es nada contra vos.

Zara asintió y después de soltar la mano de Dolores, fue junto a su marido para abrazarlo. Él la acogió y le beso la frente.

—Pero mamá... ¿Por qué te dijo eso el comisario?

—Él era muy amigo de tu padre y ya viste que entre cuervos se entienden. Horacio le sabía muchas cosas y me parece que Martínez debe pensar que tu papá me las contó a mí, pero nada que ver. Ese viejo de mierda se llevó todo a la tumba. Pobres los gusanos que se lo tuvieron que comer. Y hablando de eso... —Dolores empezó a mover los brazos, indicándole a todos buscar una silla y ubicarse alrededor de la mesa—. Me van a tener que disculpar, pero no sé qué les voy a ofrecer de comer ahora.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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