¡qué familia de mierda!

Capítulo 3: La ceremonia (4)

Los Tobares volvieron a su casa alrededor de las once. Demasiado tarde para desayunar y demasiado temprano para almorzar. Todo había sido bastante rápido, justo como siempre se desea que suceda con esas obligaciones que no se quieren.

—Bueno, Mariana, anda a mi pieza y tráeme la plata que está dentro de la mesa de luz. Y vos Brenda, trae papel y lápiz. Hay que comprar para hacer de comer.

—¿No es muy temprano, Dolores? —preguntó Zara que se había quedado de pie detrás de la silla de su esposo.

—No cocinas muy seguido, chiquita, ¿no? —Dolores la miró de una manera bastante despectiva.

Ella odiaba cuando alguien la contradecía. Zara no respondió, en su lugar, bajó la cabeza y puso la mano encima del hombro izquierdo de Federico.

—En nuestra casa tenemos cocinera —aclaró Federico, interviniendo a favor de su mujer—, si alguna vez hubieras aceptado una sola de todas las invitaciones que te hicimos lo sabrías.

—¿Para qué? —Dolores apoyó sus antebrazos en la mesa y se recargó un poco sobre ellos—. ¿Qué sentido tendría ver lo bien que viven ustedes? ¿No les alcanza con eso, por eso necesitan que otros lo vean?

—¡Mamá! ¿Cómo pensas una cosa así de mí, no me conoces?

Dolores se recargó en el respaldo de la silla y se cruzó de brazos.

—Para ser honesta, mijito, desde que te casaste con esta mujer cada vez te conozco menos.

—Abu, acá tenés —intervino Mariana, entregándole el dinero.

—Gracias, mi amor —dijo Dolores mientras veía como Brenda, que ya había conseguido lo pedido, volvía a apoyarse en la mesa para anotar.

Por su parte, Zara soltó el hombro de Federico y le dio la espalda a todos, acercándose a la puerta.

—¿Dónde vas? —preguntó él que se había dado la vuelta para verla.

—Me acordé de algo, ya vuelvo.

Ellos se miraron los unos a los otros y luego miraron a Federico, nadie entendía nada, pero tampoco le impidieron a Zara que se fuera.

Sin más, todos siguieron con lo suyo.

—Mariana pone la pava, por favor. Vamos a tomar unos mates. Y Brenda, anota.

—Sí, abu.

—Vas a traer un kilo y medio de bifes de cuadril, una calabaza de dos kilos y tres kilos de papás. Nada más.

Brenda asintió y, aunque después de tener todo ella salió del lugar, poco después volvió y se quedó en el umbral. Zara le había pedido seguirla de vuelta y esperarla.

La mujer se acercó a la mesa y dejó un paquete encima para luego explicar de qué se trataba. Federico quedó con la boca entreabierta, acordándose de eso.

—Cuando veníamos para acá pasamos por una panadería y les trajimos unas facturas para desayunar, pero con el apuro, recién me acordé que estaban en la guantera.

Dolores no supo qué decir, estaba sorprendida, pero haciendo caso a sus pensamientos, miró a su hijo y le agradeció.

—No, mamá. No fue mi idea, Zara me dijo que les teníamos que traer algo. Y eso que le dije que ya íbamos a llegar un poco tarde.

Dolores asintió. Las más pequeñas junto a Kevin no perdieron tiempo, rompieron el papel que envolvía las facturas y se sirvieron.

—Bueno, ya vengo —volvió a decir Zara.

—¿Y dónde vas ahora? —cuestionó su marido.

—Con Brenda, amor, vamos a hacer las compras.

—¡Pero no! Vení a sentarte que ya vamos a tomar unos mates. No seas tarada que Brenda siempre va sola.

Dolores empujó una silla que tenía a su lado, acercándola a Zara.

—Pero yo quiero ir —dijo sin más.

Después Zara se acercó a Brenda estirando su mano, misma que ella agarró y así salieron del lugar.

—¿Y a esta qué bicho le picó? —Dolores no podía creerlo y sus nietos mucho menos.

Con gran dificultad dado el estado de las veredas, las calles y lo difícil que le podían hacer mantener el equilibrio sus zapatos de tacón, Zara acompañó a Brenda con mucho gusto. Ellas ya habían pasado por la carnicería y ahora estaban en la verdulería. Zara estaba de buen humor, pensando que quizás ese lugar no era tan malo cuando la mujer dueña de ese negocio le había sacado conversación. Ella resultaba ser bastante amable y en lo que fue bastante curioso para Zara, fue otra mujer que le preguntó por el nombre del perfume que ella usaba. Brenda, a un lado, más que atenta a todo, no tardó en pronunciarse.

—No, Susana, esas papas están feas. Me tenés que dar otras.

Tanto la vendedora como Zara miraron a Brenda y luego volvieron la vista a la bolsa. Brenda tenía razón, había papas picadas.

Después de ese bache y de pagar, Brenda le agarró la mano a Zara para volver a la casa, pero ella le pidió esperar. Luego Zara metió su mano bajo blusa así como también dentro de su sostén y sacó algunos billetes que tenía guardados ahí. Con paciencia y vigilando cada pieza que la vendedora elegía, Zara le pidió naranjas, bananas, manzanas e incluso peras. Dos kilos de cada una.

—Voy a necesitar que ponga todo en dos bolsas separadas porque una sola va a ser muy pesada para mí, no la voy a poder llevar.

La mujer accedió y luego de que la tía pagó por eso de su propio bolsillo, ambas emprendieron el viaje de vuelta. Brenda puso la bolsa de carne dentro de la bolsa de las papas y él calabacín. Ella llevaba más de seis kilos en una sola mano, pero no quería dejar de tomar el brazo de su tía. Le hubiera gustado agarrarla de la mano, pero Zara traía cuatro kilos en cada mano.

—Tenés que tener cuidado cuando vas a comprar, tía. Te hablan para distraerte y meterte cualquier cosa, eso que no le pueden vender a otros —dijo Brenda, tratando de abrir conversación al tiempo que ocultaba su verdadero interés.

—¿Sí? Que feo que sean así.

—Pero igual aprendes rápido, tía Zara.

—¿Yo, por qué, qué hice?

—Cuando le compraste la fruta estabas vigilando que no te diera fruta fea —aclaró Brenda acercándose un poquito más a hablar de su verdadera duda.

—Nadie es tonto dos veces si no quiere.

Ella asintió y ya no reprimió su curiosidad.

—¿Por qué compraste fruta, tía? —preguntó Brenda con evidente timidez mientras miraba sus propios pies al caminar—. ¿Ya no tenían en su casa?



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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