¡qué familia de mierda!

Capítulo 4: Cuestión de jabones (3)

Cuando Carla llegó a la dirección no entró directamente, ella llamó a la puerta y esperó una invitación. Tiempo que gastó pensando en una estrategia.

«¿Qué le voy a decir?», pensó.

Carla sabía que no había excusas ni justificación para lo que Mariana había hecho, pero de todas maneras estaba convencida de que debía ayudarla. Para ella no todo era blanco o negro, no en su propio esquema mental.

—¡Pase! —indicó la directora, su tono estuvo más allá de uno con pocos amigos.

—Señora directora, ¿tendrá cinco minutos para hablar conmigo?

La mujer no le respondió con palabras, estirando la mano le señaló una de las dos sillas frente a su escritorio. La profesora obedeció tomando asiento y luego entrelazó los dedos de las manos encima de su regazo.

—Usted dirá en qué la puedo ayudar.

—Sí... Le quería hablar sobre Mariana y lo que pasó con esa alumna...

—Mejor se ahorra el discurso —interrumpió—. Es una decisión tomada.

—No si yo lo sé y también sé que usted tiene toda la razón, ¿pero no le parece un poco drástico?

—¿Drástico? —La directora miró a ambos lados moviendo la cabeza, en la simulación de incredulidad. Cualquiera diría que en busca de la cámara escondida—. Le quebró la naríz a otra alumna porque molestaba a su hermanita, ¿qué le parece eso, no es drástico?

Carla asintió y se humedeció los labios pensando. La situación era por de más complicada.

—Es que yo no pongo en juicio eso, es gravísimo y no se puede permitir. En eso estamos de acuerdo, pero...

—¿Pero? ¿Ya ve? No sabe ni qué decir. Mire profesora, no gaste tiempo ni energía en causas perdidas. Se va a ahorrar mucho estrés. —La directora levantó su dedo índice y lo dejó recto mirando el techo en actitud solemne—. Mire, profesora, se lo dice alguien con mucha experiencia en la vida. Haga caso de mi consejo y siga con lo suyo, lo mejor que puede hacer es ceñirse a su trabajo.

—Es que ese es justamente el problema, señora directora. Yo no creo que ellos sean una causa perdida. Son chicos difíciles, pero usted vio las notas que tienen Mariana, nunca un nueve. Y si yo estoy dando clase cuando fui promedio de siete, ¿a dónde podría llegar ella con el apoyo necesario?

—¿Y entonces, cuál es su punto? —mencionó la mujer dando golpes suaves sobre su reloj pulsera para dar a entender que se acababa el tiempo—. Con el otro tema lo más probable es que si ella sigue así termine en la cárcel.

Carla negó, más allá de que la directora tuviera razón, ella no quería pensar en esa posibilidad.

—¿Usted sabe algo de la vida de esos chicos?

—No mucho, pero sí sé que no hay ser humano que no haya pasado por malos momentos y eso no es excusa.

Carla exhaló, frustrada. Si no encontraba las palabras para decirle que esa actitud a la defensiva era innecesaria, esa sí sería una causa perdida.

—Es que yo no estoy cuestionando su razonamiento, pero no me parece justo que las eche. Para los chicos como ellos la escuela es el único escape que tienen, la única oportunidad de salir de esa realidad. ¿Les va a negar eso por un incidente?

—Siempre hay otra escuela donde los reciban, yo ya tuve suficiente de todos ellos.

—Que sean problema de otros, ¿no?

—Entonces que sigan acá hasta que maten a alguien, total que no pasa nada. Tienen una vida complicada así que son inmunes.

—Mire..., si habría una mínima posibilidad de darles una oportunidad más. Así yo me tenga que hacer responsable por ellos.

—¿Por qué?

—Ellos no necesitan ir a otro lugar, va a ser lo mismo si no hay nadie que se tome la molestia de conocerlos un poco y tratar de guiarlos.

—¿Si sabe que lo único que puede conseguir con eso es perder todo por lo que usted trabajó?

Carla asintió.

»A la mínima que hagan los echo a ellos y a usted también, ¿estamos de acuerdo? Y otra cosa, tampoco puede quedar así no más. Mínimo van a tener dos días de suspensión.

—Sí, está bien. Yo les digo.

Carla le sonrió, contenta. Por su lado, la directora no le correspondió. Su boca entreabierta hablaba de los pensamientos que tenía entonces. No entendía por qué ella quería tomar esos riesgos, pero a la vez sabía que le habían sacado una mochila de encima. Tanto por la responsabilidad sobre los futuros actos de los hermanos como por la culpa que quizás ella misma sentiría al superar su enojo.

Saliendo de la dirección, Carla se encontró con una colega y la misma Brenda. Después de que ella había podido calmar el llanto de su alumna, se había enterado de lo sucedido y del castigo. Uno que también considero injusto y por lo que había venido acompañada de la menor para intentar que la directora cambiara de opinión.

—Hola, Carla, ¿te enteraste? La... —la profesora le tapó los oídos a Brenda y se acercó un poco más a Carla para bajar el tono—. ¡La conchuda esta me echó a esta alumna! ¿A quién le hace daño está criatura? —reclamó.

—Sí, también la echó a la hermana mayor, pero ya hablé con la directora. Les bajó la pena a dos días de suspensión.

Laura, profesora de Brenda, respiró aliviada llevándose la mano a la frente.

—¿En serio?

—Sí, ya está todo bien, vayan no más.

—¡Sos una grosa! —declaró la colega al tiempo que le daba un abrazo y un beso.

Carla sonrió y después de acariciarle la cabeza a Brenda, vio como Laura la tomaba de la mano para que ambas volvieran a su salón. Algo que unos pasos más allá se convirtió en un abrazo. Brenda y su profesora reían muy felices de que todo se había solucionado. Carla se convenció, no había mejor lugar para ellas que ese colegio, uno donde podían tener aliados y mentores que realmente se preocupaban por ellos y no solo esperan los primeros días del mes para recibir su sueldo. Para ella, enseñar debía ser más que el simple acto mecánico de impartir conocimientos.

Ya en la casa, Dolores se asomó a la puerta de la cocina cuando escuchó que sus nietos estaban llegando, ella tenía casi listo el almuerzo y quería saludarlos, pero Brenda, la primera en entrar, ignoró los brazos extendidos de su abuela y a toda prisa entró al cuarto. Kevin casi atropelló a Mariana que apenas cruzaba la puerta y después de darle un beso a Dolores, el agarró un pedazo de pan untando ese en la olla de salsa. Dolores lo miró, pero no le dijo nada, él siempre tenía hambre y la abuela estaba más interesada en lo que le sucedía a Brenda por lo que volvió a centrar la mirada en Mariana.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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