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—¿Pero qué pasó? —insistió la abuela, intentando desentenderse de su responsabilidad.
—Ay, Dolores, por favor. No se haga la estúpida quiere. —Amalia, hija mayor de Rosa, perdía la paciencia—. Como si ya no estuviéramos todos grandecitos y no los conociéramos bien.
—Vos sabías muy bien lo que era ese animalito para mí, como la cuidaba. Sabes lo cariñosa que era, más que un niño mirá lo que te digo.
—Mamá... Estos salvajes no te van a entender...
—¡Vos cállate! —Rosa gritó sin poder evitarlo, ella quería que los Tobares entendieran el daño que habían hecho, pero a su vez también lo hizo por estar más que enojada con su hija—. Yo te dije que la tenía que llevar, como siempre lo hice, pero vos no quisiste. Déjale la ventanita abierta para que salga y entre, no hace falta que la lleves si tenés el patio cercado. ¿De qué mierda sirve un cerco con gente como esta? Para una mierda sirve, de nada...
Rosa rompió a llorar y se secó las lágrimas con el pañuelo. Dolores sintió verdadera lástima por esa imagen frente a sus ojos, ella no podía sentirse más culpable, pero lo hecho ya no podía deshacerse.
»¿Acaso no fui siempre una buena vecina con ustedes, no les daba los huevos que sacaba del gallinero ni bolsas y bolsas de naranjas y mandarinas de los árboles que tengo al fondo? —La mujer negó—. ¿Por qué me hicieron una cosa así a mí, con qué necesidad?
Mariana dio un paso al frente para abrazar a su abuela. Ellos habían sido descubiertos y de nada servía seguir mintiendo.
—Los chicos tenían hambre, Rosa, perdóname —dijo Dolores reconociendo su culpabilidad—. Pero no fue culpa de ellos, yo soy la única responsable de lo que pasó.
—Pero yo no sé ni para qué me molesto mirá. Si ni siquiera les importó hacerlo bien para que yo tuviera la duda por lo menos, no. Encima regaron las plumas de Rosita como burlándose. Cómo puede existir tanta maldad.
Dolores, sintiendo que una mirada se clavaba sobre ellas, giró su cabeza a la izquierda y ahí estaba ella. La abuela ahora entendía todo. Desde la entrada de su casa, Matilde estaba más que pendiente.
—No fue así, Rosa. El animal ni sufrió y yo puse las plumas en una bolsa. No sé quién las habrá desparramado, pero me las va a pagar —amenazó Dolores mirando a Matilde una vez más—. ¡Que ni crea que esto se va a quedar así!
La vecina, dándose cuenta que aquel saco le quedaba perfecto, entró a su casa más que apurada. Tal y como quien recordó que se olvidó algo en el fuego.
—Ya qué mierda importa, Dolores. No más te quería mirar a la cara para que sepas bien por qué ya no te voy a volver a dar una mano nunca más. Para mí todos ustedes están muertos. Y hablando de eso... —prosiguió al tiempo que decidió persignarse—. Mirá la diferencia entre nosotros que me enteré de lo de tu hijo y esperé antes de decirte algo. Hasta te iba a dar el pésame, pero me dí cuenta de que ustedes no valen nada. Es más, ahora pienso que por lo menos ya hay uno menos del que nos tengamos que preocupar los vecinos.
—¡Ah, no, pero yo a esta la mato! —Dolores se adelantó un paso al tiempo que estiraba su brazo intentando agarrar a Rosa de los pelos, pero Mariana la detuvo.
La mayor le bajó el brazo a su abuela impidiendo que le hiciera daño a la vecina. Dolores entendió, pero de todos modos se quedó con la mirada furiosa fija sobre la mujer y la respiración agitada.
—¿Cómo se te ocurre comparar un animal con una persona? No te hago tragar la lengua porque no me dejan.
Amalia negó con su cabeza y miró a su madre.
—Vamos, mamá, no merece la pena —dijo y abrazando a su madre la hizo girar para volver a su casa.
—¿Podes creer, mi amor, decirnos una cosa así? —cuestionó Dolores cuando ambas volvían dentro de la casa.
—La vecina está dolida, abu. La gente no mide lo que dice cuando está así.
—¿Y nosotros qué?
—Ella no mató a mi papá, no sé si entendés la diferencia.
Después de aquel evento se podría decir que el resto del día transcurrió con normalidad, hasta que llegó la noche y los nietos se encontraron con la puerta del baño cerrada con llave.
Candela intentó abrirla sin éxito por lo que Kevin que la estaba viendo vino a ayudarla, pero él tampoco pudo hacerlo.
—¡Abu, la Cande se está cagando y la puerta del baño está con llave! —gripó mientras observaba los movimientos nerviosos de su hermanita intentando aguantarse.
—¡El baño se tapó, pero ahí les dejé un balde!
Los hermanos miraron al rincón, junto a la ventana del pasillo había un balde y a su lado un rollo de papel higiénico más una bolsa plástica para la suciedad.
»Hagan lo que tengan que hacer ahí que mañana viene alguien a arreglar el baño.
Sin más opción, Cande tuvo que obedecer, mismo que aplicó al resto de los hermanos. Esa madrugada Dolores se despertó con ganas de orinar, pero antes de hacerlo ella entorno la puerta de la habitación de sus nietos. Todos estaban profundamente dormido y de ese modo nadie la vio entrar al baño para hacer sus necesidades.
Esa mañana todos y cada uno de ellos se cubrieron la nariz al salir del cuarto. Dolores o el mismo viento había cerrado la ventana del pasillo y por ende, todo el olor se había quedado encerrado. Mariana que salió de último, se arremangó y agarró la manija del balde, ella estaba dispuesta a tirarlo, pero Dolores, asomándose desde la cocina, le ordenó dejarlo ahí.
—Pero, abu, es un asco el olor que tiene esto. Hay que vaciarlo y lavarlo.
—¡No! Que lo dejes ahí dije. —La abuela sonrió—. Abrí esa ventana y anda al comedor con tus hermanos. Cierren la puerta y abran esa ventana también.
Mariana dudó.
—¿Y el baño, a qué hora lo vienen a arreglar?
Dolores no le respondió, solo mantuvo su sonrisa y con un ademán de su mano le ordenó ir al comedor. Mariana negó, pero ya no insistió.
Minutos después, ayudada por Brenda, Dolores llevó las dos pavas de agua caliente para el desayuno. Brenda le había propuesto preparar las tazas de té en la cocina y después ella podría llevárselas a sus hermanos todas juntas en una bandeja, pero Dolores, pendiente de que Brenda era bastante torpe, se negó. La abuela no quería otra tragedia en la familia.