¡qué familia de mierda!

Capítulo 5: Consecuencias (3)

...

Kevin volvió a acomodarse en su asiento y dejó el teléfono encima de la mesa, todos se concentraron en el aparato y se mantuvieron callados.

—¡Pero dale, pelotudo! Tanto suspenso che —reclamó Dolores.

Kevin asintió y le dio play al audio.

—Dolores, perdón. Yo no hice eso con las plumas, pero creo que sé quién fue. Bueno, tuvo que ser su vecina Matilde. Cuando fui a llevarle la comida a la perrita estaba todo lleno de barro y tenía miedo de caerme. Además de que también me dio miedo que me fuera a morder lo que no me conoce. Y esa mujer estaba parada en la entrada de su casa mirando todo, yo la llamé para pedirle ese favor, pero no quiso. Me cobró quinientos pesos para llevarle las cosas y cuando volvió tenía una bolsa plástica de color celeste en las manos. No sé si sea esa donde estaban las plumas.

—Pero que hija de puta —sentenció Dolores—, yo sabía que había sido la mal parida del lado. Tenía que ser ella.

Las más pequeñas se rieron, para ellas siempre eran graciosos los enojos de su abuela ya que la mujer nunca les había pegado. Las niñas solo lo veían como eso, enojo sin consecuencias.

—¿Y qué vas a hacer, abu? —consultó Brenda.

—¿Hacer, cómo hacer? No, nada. Fue culpa de la Zara que se lo dejó servido. —Dolores vio como ellos se miraban los unos a los otros, descreídos y después volvieron a centrarse en ella—. Bueno, ya terminaron de desayunar así que se van. Vamos, a la plaza que tengo que limpiar y no los quiero acá estorbando. Mi mamá siempre decía: si no ayudan, por lo menos que no estorben. Y tenía razón mi madre. También me acuerdo... ¿Saben, chicos? La noche justo antes de morirse me dijo: yo sé que no estás de acuerdo con lo que hicimos con tu padre, pero cuando seas grande vas a entender. Como los maldije ese día que me entregaron como un pedazo de carne. Me cagaron la vida y nunca entendí por qué, pero bueno, ya no importa. Se van, ¡vamos!

Los nietos hicieron caso sin poner ni un pero y entonces Dolores se quedó solo acompañada de Brenda.

»Vos seguí dándome mates, mi amor —pidió.

—¿Pasa algo, abu? —Brenda se había quedado con la azucarera en el aire.

Dolores la miró y le dedicó una sonrisa para tranquilizarla, pero inmediatamente volvió su vista a la ventana de la vecina. Justo entonces Matilde cruzó yendo al comedor de su casa.

—¡Matilde, querida, asómate! —llamó Dolores a fuerza de un grito.

La vecina la miró al tiempo que se quedaba inmóvil.

»¿Podemos hablar? —insitió Dolores.

La abuela abrió la ventana y se acomodó sobre el marco, juntando sus manos por fuera. Matilde, quizás presintiendo que Dolores no se traía nada bueno entre manos, dudó en imitar sus acciones abriendo su ventana, pero de todos modos terminó por hacerlo.

—Hola, Dolores, ¿qué pasa?

—Ya sabés, el problemita que tuve esta mañana con Rosa... Ya sé que fuiste vos la de las plumas. —Dolores sonrió de manera que resultó bastante incómodo para ambas. Había algo en el aire diciendo que ella se estaba conteniendo—. Y no te preocupes, no pasa nada. Te quería agradecer porque nos diste una lección. Nosotros estuvimos mal y fue justo lo que hiciste. Estamos en paz, Matilde.

La vecina no dijo nada, solo asintió.

»Mirá, para que veas que está todo bien y no hay rencores te cuento que estaba acá esperando a verte, te quería invitar a tomar unos mates para que charlemos un rato. Hace tanto que no me visitas.

—Todo bien, Dolores. Ahora no voy a poder porque ando algo ocupada.

—Pero no seas tonta. ¿Con qué vas a estar ocupada si vivís sola? Ni perros que te ensucien tenés.

—Más tarde paso por tu casa, ¿dale?

—Es que no voy a estar, amor. En un rato me viene a buscar mi hijo porque nos vamos a su casa.

Brenda, atenta a todo, no podía creer lo que escuchaba. Hasta donde ella sabía no irían a ningún lugar, pero despierta para ciertos asuntos, la joven no dijo nada.

—¿Y mañana?

—Pará un segundo, Matilde. —Dolores giró su cabeza en dirección a Brenda y luego fingió que la niña le decía algo, pero lo único que había allí era una mirada repleta de incertidumbre—. ¡Ay, no me lo vas a creer! Me dice la chiquita que se terminó la yerba y ni un mate tomé esta mañana. No vaya a ser que me descomponga. —La abuela se llevó las manos juntas al pecho, en señal de haber encontrado una solución—. ¡Ya sé! Me cruzo un ratito a tu casa y me das unos mates, ¿sí?

Matilde sonrió de una manera todavía más incómoda a aquella de la que había sido testigo no hacía mucho. La mujer se sentía acorralada por lo que terminó por ceder. Quizás sí era verdad que todo estaba bien.

—Bueno, dale, pero rápido y unos pocos porque ya tengo toda la mañana ocupada.

—Sí, sí, en quince minutos me vuelvo.

Matilde estuvo de acuerdo y después de poner una pava al fuego acomodó todo para el mate en la mesa. Ella no podía explicarlo, pero sentía miedo. Una sensación en su interior le decía que nada bueno iba a salir de eso. Sin embargo, ya había aceptado y retractarse podía arruinar todavía más su relación con los vecinos.

»Vos, mi amor, quédate acá que la abuela ya vuelve, ¿sí?

—Pero, abu...

—Pero nada, Brenda. Yo ya vuelvo, ¡Haceme caso, caramba!

La nieta se quedó en su asiento como se lo habían ordenado mientras Dolores dejaba en comedor. La abuela cerró la puerta al salir, pero Brenda pudo escuchar como ella caminaba en dirección a la cocina y después volvía para salir de la casa. Un hecho que la hizo dudar bastante, pero de todos modos, Brenda prefirió creer que Dolores podría haber ido a buscar algo en su cuarto antes de salir. No tenía porque ser algo malo.

—Ay, me vas a tener que disculpar por el desorden... —decía Matilde cuando abría su puerta después de oír el llamado—, ¿pero qué mierda, estás loca, Dolores?

La abuela apenas le había dado tiempo de abrir su puerta antes de vaciar encima de ella el balde en el que sus nietos habían hecho sus necesidades.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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