¡qué familia de mierda!

Capítulo 6: En paz (2)

...

Dolores solía pensar mucho acerca de las cosas que la mayoría da por sentadas. Esas que parecen insignificantes cuando miras el pozo desde arriba. Ella debía luchar, como siempre lo había hecho, contra cualquier viento o marea se iba a enfrentar. Así la había moldeado su vida. La plena consciencia de la necesidad de un propósito como motor. Empujar, siempre empujar.

La abuela suspiró y volvió a mirar el reloj. Increíblemente, entre divagues de percepción fugaz, más de veinte minutos se le habían escapado.

Ya era hora de poner en marcha el hogar.

Para su buena fortuna, sus piernas no le significaban un padecimiento esa mañana. De algún modo, ahora podía caminar sin cuidar la presión ni distribución de su peso. Algo que contribuyó a su buen humor.

Dolores fue a la cocina e inició su ritual poniendo las pavas con agua al fuego para después acomodar todo en la mesa. Luego agarró la bolsa de pan aplastado y cortó varios bollos, mismos a los que les aplicó presión en la dirección contraria a la que estaban aplastados; así esperaba que recuperaran algo de su normalidad. Después, con mucha paciencia y dedicación, los dejó a cada uno frente a la taza para el té. En tanto, dentro de la bolsa no habían quedado más que algunas migas y pedazos pequeños, mismos que ella comió mientras esperaba junto a la cocina.

Los primeros rayos del sol empezaron a atravesar los orificios en la persiana de la ventana, todo parecía indicar que sería un buen día. Ella se acercó a la ventana, abrió la persiana y dejando los vidrios cerrados, acercó una silla para sentarse a mirar. Así permaneció unos cuantos minutos, Dolores ni siquiera estaba pensando en algo puntual, simplemente su mente se distrajo con facilidad.

Poco después Mariana entró a la cocina. Quizás pensando que la abuela ya no los despertaría, ella había puesto la alarma en el teléfono de Dolores, mismo que siempre tenía Kevin.

—¿Abu, qué haces?

Mariana no recibió respuesta alguna.

«Seguro se levantó de mal humor», pensó la mayor y después prestó atención a la cocina.

El agua llevaba tiempo hirviendo y una parte del líquido se había evaporado. Eso era algo que Mariana tuvo fácil deducir. Si bien ella no había visto cuánta agua había puesto Dolores en cada pava, ella la conocía bien y sabía que la mujer siempre exigía llenar los objetos casi hasta el borde sin importar que el agua terminase por sobrar.

La mayor nunca había logrado entender muy bien eso. No veía la necesidad de hacerlo desperdiciando gas en el proceso, así como tampoco entendía por qué Dolores siempre insistía en tirar el agua de su termo y calentar nueva cada vez. No tenía sentido, pero como ese, había muchos otros detalles que era mejor obviar para evitar problemas.

Mariana apagó la cocina y volvió a insistir, esta vez acercándose a su abuela y tocando su hombro.

»Abu... ¿Estás bien?

Dolores giró la cabeza para verla e inmediatamente se llevó la mano al pecho.

—¡Pelotuda, casi me matas del susto! —Se quejó.

—Pero si te hablé y no me diste bola.

—Ay, no importa. ¿Tus hermanos, ya se levantaron?

—Sí, ya les avisé.

—Bueno, mi amor. —Dolores miró con sorpresa como Mariana le extendía la mano para ayudarla a levantarse, pero la abuela solo sonrió y se levantó sin tomar su mano—. Sentate que ya te doy el té.

La mayor no entendía lo que había sucedido. Si bien Dolores no era la clase de persona que le iba a estar contando cada uno de sus problemas físicos a los demás, con sus movimientos, en su rostro siempre se trataban de ocultar muecas así como en su garganta quejidos de dolor que delataban su padecer. Normal para una mujer de su edad luego de transitar una vida tan sacrificada. Una que en vez de disminuir sus exigencias las había potenciado.

«¿Acaso los viejos ya no tenemos derecho a descansar», pensó la abuela cuando su hijo junto a los nietos llamaron a su puerta. Algo que nunca, ni siquiera en sus enojos más incontenibles, ella había dicho en voz alta. Ni una sola vez.

—Si fuera posible, te voy a pedir que te comportes como la señorita que sos. No quiero más problemas ni quejas del colegio, ¿estamos?

Mariana solo asintió mientras veía cómo Dolores preparaba las tazas de té. Hasta el día anterior, la abuela había permitido que cada taza tuviera su propio saquito, pero esa mañana, Dolores primero se había asegurado de cuántos quedaban en la caja y después cambió el mismo saquito entre varias tazas. La mayor no dijo nada, pero la razón estaba a la vista con solo pensarlo un momento.

Sin mayor tardanza, el resto se les unió en la cocina. Todos la saludaron con un abrazo y un beso y después tomaron su lugar alrededor de la mesa.

»Kevin, ¿dónde está el celular?

Él se cubrió la boca al tiempo que tragaba un poco de pan que había remojado en su té. Kevin sonrió después de limpiarse la boca con la mano. Había estado a punto de ahogarse por la pregunta.

—En la pieza, abu. ¿Lo necesitas?

—Sí, mi amor. ¿Me lo traes, por favor?

Él asintió y salió disparado a traer el teléfono. Mariana pendiente de que Dolores nunca pedía por el aparato, se quedó mirando a su abuela.

—¡Acá está, abu! —dijo Kevin, al borde de un tropiezo.

—¡Despacio, pelotudo! ¿Me viste cara de tener para gastar en médico y en remedios? —reprendió Dolores.

Él volvió a reír. Quizás su cualidad más grande era la intensidad con la que vivía, haciendo que todo le resbale. El mundo para Kevin no era más que un inmenso patio de juegos.

Una vez que Dolores tuvo el teléfono en sus manos le pidió a Brenda acompañarla y ambas salieron de la cocina para que después la puerta se cerrara a sus espaldas.

—Búscame el número de tu tío, por favor y ponelo para llamar —pidió Dolores entregando el celular.

—¿Pasó algo, abu?

—No, solo quiero hablar con él. Llámalo, por favor —insistió la abuela.

Brenda asintió y le devolvió el aparato cuando ya había marcado. Dolores le ordenó volver a la cocina con un ademán de su mano izquierda mientras que la derecha se llevaba el celular al oído.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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