¡qué familia de mierda!

Capítulo 6: En paz (3)

...

Dolores llegó a su destino, el cementerio, alrededor de las diez de la mañana y suspirando se armó de paciencia y valor. El camino era recto, pero no estaba cerca. Más de nueve manzanas la separaban de la entrada. Distancia que comenzó a recorrer sin chistar y a su paso lento normal.

Mientras tanto muy lejos de ahí, la hora del primer recreo había llegado para los chicos y aunque Mariana pensó en que quizás Karina podía ser fiel a su estupidez buscando alguna clase de venganza, eligió respetar su palabra, justo como había cedido al pedido de su abuela, ella lo haría todo para evitar problemas por lo que no se movió de su propio patio.

Brenda estaba junto a su mejor amiga, igual que siempre, cuando como Mariana lo había pensado, Karina volvió a acercarse a las niñas. La reacción natural de Brenda al verla otra vez fue asustarse, pero no fue así para su amiga. Misma que cruzando su brazo por delante de su compañera dio un paso adelante con toda la intención de defenderla en caso de ser necesario. Karina intentó reírse de aquella niña, pero el dolor que le causaron los músculos de su rostro en movimiento la hicieron volver a la seriedad. Una venda encima de su nariz tenía por propósito evitar el movimiento.

—Ojalá yo supiera lo que es tener una amiga como vos —dijo Karina—. Pero no te tenés que poner en defensora, solo quiero hablar con Brenda.

—Lo que tengas que decir es algo que podemos escuchar las dos —declaró Sabrina, más que firme en su posición.

Karina extendió su brazo derecho y poniendo la mano es el rostro de Sabrina la quitó de en medio con un simple movimiento que la empujó a un costado. Brenda solo miró aquella demostración de poder y pensó que lo peor estaba a punto de llegar para ella, pero Sabrina volvió a acercarse a ella y la abrazó. Lo que fuera a pasar debería ser por partida doble.

—No le voy a hacer nada, deja de hacerte la cocorita y baja un cambio —dijo Karina mirando a la más combativa.

Entonces, cuando ese hecho parecía comprendido sin ninguna otra respuesta para refutarlo, Karina prosiguió.

»Vengan conmigo —invitó con un ademán y entonces las vio mirarse mutuamente, dudando—. No les voy a hacer nada, vengan.

Karina empezó a caminar cruzando los diferentes patios seguida por las dos que iban de la mano y constantemente miraban alrededor, quizás en busca de profesoras que pudieran ayudarlas en caso de que la situación se volviera violenta.

Afortunadamente para ellas nada de eso sucedió. Karina las guió al quiosco dentro del colegio y le pidió un alfajor al vendedor.

—¿De cuál querés? —cuestionó el hombre.

—Pedí el que quieras —dijo Karina mirando a Brenda.

Ella asintió y después de ver a su amiga una vez más se dirigió al vendedor pidiendo un alfajor de chocolate negro. Luego, con la golosina que Karina había pagado ya en manos de Brenda, las tres se pararon frente a frente a unos metros del quiosco.

—Te lo iba a comprar yo y te lo iba a llevar, pero no sabía qué podías llegar a pensar. Por ahí que le había puesto algo, no sé.

—Pe, pero... ¿por qué me compraste esto? —pronunció Brenda al fin.

—Todo lo que te dije era mentira. Yo estaba enojada por otra cosa y estaba buscando con quién agarrarme. Te lo compré para pedirte disculpas, para que sepas que está todo bien.

Brenda asintió, su amiga, todavía abrazada a ella y feliz por Brenda, no pudo evitar mirarla y sonreír.

—Yo también te pido disculpas por lo que te hizo mi hermana...

—No, déjalo así. Yo sé que me lo merecía y tampoco fue tan grave. La directora exageró, pero ni se me fracturó la nariz. Tengo que esperar que se me bajé la hinchazón y se vaya el moretón, nada más. El médico me dijo que tuve suerte y tampoco se hagan problema. A mis padres les dije que venía caminando distraída, me tropecé y me pegué con uno de los canteros de cemento. —Karina intentó volver a sonreír, pero una mueca de dolor fue todo lo que obtuvo. Si bien estaba tomando calmantes, algunas acciones sobrepasaban su efecto—. No sé si me creyeron mucho, pero es mi última palabra y nada más. No pueden hacer nada.

En ese momento, y sin hablar mucho más, las niñas volvieron a su patio sabiendo que ya todo estaba tranquilo. Un problema menos en el cual pensar.

De vuelta al principio, Dolores estaba un tanto agitada cuando llegó a su destino. La abuela pensó en entrar directamente a buscar la tumba de su hijo, pero una nueva idea le surgió al ver un puesto de flores a un lado de la entrada. Sin pensarlo demasiado, Dolores se acercó y se dispuso a comprar algunas flores para Julián. Antes de hablar y frente a la atenta mirada del vendedor siguiendo sus movimientos, la abuela separó la cantidad que el chófer le había dicho que iba a necesitar para volver y después puso sobre el mostrador los pocos billetes y monedas que sobraron.

—Hola, ¿me podría dar las flores que me alcancen con esto, por favor? —pidió la abuela sonriendo.

El hombre miró el dinero y lo movió apenas pasando su dedo por encima al tiempo que levantaba sus cejas.

—Me va a tener que disculpar, abuela, pero esto no le alcanza para ninguna.

Dolores se llevó la mano a la boca un momento. La vergüenza y la tristeza la estaban devorando por dentro con igual proporción.

—Qué tonta —prosiguió y se dispuso a recuperar su poco dinero—, disculpe.

Entonces, la mujer del vendedor que estaba a su espalda ocupada con cuestiones de inventario, se percató de la situación y se acercó al mostrador.

—Hola, abuela, ¿en qué la puedo ayudar? —consultó la mujer con una gran sonrisa amable.

—La señora quería comprar flores, pero no le alcanza —intervinó el marido.

—Toma —ella le entregó a su esposo el cuaderno y la lapicera con la que estaba tomando notas—, vos termina con esto que yo la atiendo a ella.

El hombre frunció su boca imaginando lo que pasaría, pero de todos modos accedió al pedido y siguió con la tarea.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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