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La abuela volvió a la casa, entró a la cocina y les repartió las facturas a sus nietos. Todos ellos se quedaron en silencio, compartiendo miradas de duda. Incluso Kevin no supo qué hacer.
—¿Qué pasa, no quieren? Entonces las guardo de nuevo para más tarde —amenazó Dolores estirando su mano en dirección a la mesa.
Kevin creyendo que era una amenaza real, agarró su factura y le dio una gran mordida dejándola prácticamente por la mitad.
»Uy, mi amor, si hubieras sido mujer conquistabas el mundo —bromeó Dolores.
Todos menos Brenda, que no entendió —ya que le costaba bastante interpretar el doble sentido. Mismo hecho que era compartido por las más pequeñas, pero de todos modos ellas siempre se terminaban acoplando por inercia— se rieron, hasta el mismo Kevin lo intentó, pero terminó recibiendo golpes a mano abierta de Dolores en su espalda para que él pudiera superar el ahogamiento.
»Come tranquilo, mi amor. Era broma, tonto, no les voy a quitar nada.
Mariana con sus manos a los lados de su taza de té y la factura delante, como siempre, quiso saber más.
—Pero, abu... ¿Por qué nos compraste esto si estás sin plata?
—¿Sin plata, y vos qué sabes si estoy sin plata? ¿Estuviste revisando mi cajón? —Dolores se llevó la mano con los dedos hacia la palma a la cintura, molesta.
Mariana negó bajando su mirada.
—Ya empezaste a medir las cosas, como los saquitos de té. Vos nunca haces eso cuando tenés plata.
—Ay, mi amor, siempre tan despierta. A vos no se te pasa nada, ¿eh?
Kevin y Brenda miraron a Dolores, ellos estaban preocupados.
»Les quise traer alguna cosita rica para que desayunen y hacen tanto drama por eso... —Dolores suspiró en aparente frustración—. A veces una ya no sabe cómo actuar con ustedes. Cuando es buena, porque es buena y cuando es mala, porque es mala. ¿Tan difícil es conformarse por una vez y dejar de preguntar, chiquita?
—Es que no se entiende, abu. Por un lado estás con todo racionado y por otro, vas y compras facturas que son carísimas.
—Vos no te hagas tanto problema. Déjame eso a mí que soy el adulto de esta casa. Yo sé por qué hago lo que hago y si no lo entienden, al menos no pongan palos en la rueda. —Dolores los observó con una sonrisa en los labios. A duras penas y con esfuerzo, ellos la correspondieron—. Ahora terminen de desayunar y se van al cole.
Obedeciendo, todos dejaron ir el tema. Sin embargo, la mente de Mariana seguía trabajando. Como la mayor quizás ella creía que ya debería poder entender las acciones de los adultos, pero todos los que había conocido solo parecían deambular entre contradicciones. Lejos de la simpleza de una moneda, para ella los adultos siempre tenían una cara nueva que mostrar. Justo como su profesora que no hacia mucho y sin que Mariana se lo hubiera dejar saber a alguien más, ya había tenido la conversación que tenía pendiente con ella. Misma en la que después de decirle que la comprendía, que entendía las razones para esa violencia a flor de piel y su enojo con la vida, la había hecho prometer que no volvería a hacer nada como eso, que trabajaría en sí misma hasta encontrar una manera de resolver los conflictos de manera no violenta. “Eso solo te va a perjudicar y vos estás para una vida mucho mejor. Seguí esforzándote en los estudios y ya no pelees. Te prometo que así vas a salir de ese barrio y vas a lograr todo lo que quieras en la vida”, le había dicho, pero apenas segundos después de guiñarle un ojo en complicidad había agregado la frase que rompería el corazón de Mariana. “Y acá, entre nos, aunque no estuvo bien Karina se lo tenía bien merecido”. La cual fue una frase que Mariana habría deseado nunca escuchar. Esas simples palabras para ella no eran más que la prueba irrefutable de una cruel verdad: ningún ser humano podía escapar a tener una latente parte de maldad. Entonces, su principal referente de lo que una persona civilizada, compasiva y el modelo a seguir debía ser, había caído. Derrumbándose como el añoso recubrimiento de una estatua que había perdido su esplendor junto con las razones de veneración con la que había sido erguida en primer lugar.
Para cuando ya todos salían de la casa, Dolores recordó lo que le había dicho María y llamó a Brenda un momento.
—Ustedes salgan que yo le tengo que preguntar algo a Brenda, ya los alcanza.
Sin saber ni sospechar nada, siendo algo que había olvidado, Brenda obedeció y entró a su cuarto como Dolores le indicó.
—Espérame acá, mi amor, ya vuelvo —dijo la abuela para después cerrar la puerta.
Sin más que hacer, Brenda se sentó en su cama y abrazó su mochila. Aunque lo pensó, ella no pudo encontrar una razón así que asumió que aquello nada tendría que ver realmente con ella.
Poco después, Dolores volvió a entrar a la habitación con el cinto de Julián en su mano derecha. Los ojos de Brenda se llenaron de lágrimas al instante. Cualquiera de sus hermanos habría soportado el castigo y lo hubiera olvidado en cuestión de días, pero ella no. Para Brenda los azotes llegaban mucho más allá del dolor en su cuerpo, aquella pobre niña con su particular sensibilidad, obtenía nuevas y permanentes heridas emocionales cada vez que sufría maltrato.
»Te lo voy a preguntar una sola vez y quiero que me digas la verdad, ¿estamos? —Dolores vio a Brenda asentir con genuino y profundo miedo en la mirada—. ¿Vos le sacaste fiado un paquete de galletas a la María?
Recordando el hecho y cayendo en cuenta de que quizás se merecía lo que le iba a pasar, Brenda volvió a asentir sin emitir palabra. Con el tiempo ella había aprendido que ante los enojos de su abuela las explicaciones solían ser inútiles.
»¿Por qué, por qué hiciste una cosa así si sabes que no tenemos plata para eso? Y encima para vos sola, ¿eso te enseñé yo, a ser una mezquina de mierda con tus hermanos?
Indignada y preparando el primer golpe, Dolores se acercó a Brenda. Ella, más que asustada, abrazó con más fuerza su mochila. Quizás así podría cubrirse un poco.