Los nietos despertaron bajo amenaza otra vez, pronto vendría la visita y Dolores los quería a todos de punta en blanco. Mariana observó a su hermano en la cama al lado de la suya y sonrió. Kevin frotaba su cara contra la almohada, buscando la mejor posición para volver a dormir. Todo se sentía tan normal de nuevo. Incluso la amenaza del balde de agua fría regresó.
—¿Y a vos qué te pasa? —cuestionó Dolores pendiente de la actitud de Mariana—. ¿Desde cuándo te levantas de buen humor?
—No rompas, abu. Déjame —dijo Mariana al sentarse en la cama.
Dolores alzó las cejas, extrañada, pero al instante siguió con lo suyo.
—¡Vamos, todos, arriba! —gritó.
—Pará, abu... Ya vamos —mencionó Kevin que resignado a no poder seguir durmiendo alzaba la cabeza después de haberla enterrado en la almohada—. No hace falta que seas tan intensa.
—Intensa dice... Yo les voy a dar intensa cuando en vez del balde vuelva con la escoba.
Las más pequeñas rieron y se acomodaron en la cama para empezar a ser vestidas y calzadas por Brenda, la primera en estar de pie sin necesitar que nada le fuese repetido.
»Voy a preparar todo para el té, en diez minutos los quiero en la cocina para que desayunen y después se bañan.
Dolores los señaló autoritaria como siempre y después cerró la puerta, al borde de hacerlo con un portazo.
—Se pone insoportable cuando saben que viene la tía Zara —explicó Brenda.
—Ya hasta parece que viniera todos los días —agregó con notable sarcasmo Kevin.
—¡La tía Zara! —enfatizó Dulce.
Las más pequeñas se miraron entre ellas y se llevaron las manos bajo el mentón para luego aplaudir.
—Regalos. Nos va a traer regalos —agregó candela.
Dulce asintió.
Mientras tanto en la cocina, Dolores se ocupó de poner el agua a calentar y de acomodar las tazas y cucharas en la mesa. Después y aunque había tomado la bolsa de pan para salir a comprar, tuvo que sentarse y se quedó así un buen rato, con el codo apoyado en la mesa y la cara reposando en la palma de su mano. Brenda, que entró a la cocina poco después, la encontró de aquel modo.
—¿Abu, estás bien? —consultó luego de acercarse para apoyar su mano en el hombro de Dolores.
La abuela se descubrió la cara y le sonrió.
—Sí, mi amor, me dio como una especie de mareo, pero ya estoy bien.
Dolores apoyó su mano en la mesa para intentar levantarse, pero Brenda se lo impidió. Pendiente de la bolsa colgando a un lado de la silla, casi tocando el piso sostenida por la mano izquierda de Dolores, la joven comprendió rápido a qué iba a levantarse la abuela y se ofreció para ir
en su lugar. Sin decir palabra alguna, Brenda se agachó para agarrar la bolsa.
»Pero no, mi amor, si ya estoy bien. Yo puedo ir.
—Pero yo quiero ir, abu. No te preocupes, no voy a comprar nada más que el pan.
La abuela asintió.
—Bueno, mi amor, pero anda con cuidado, ¿sí? —Dolores la miró con una sonrisa dibujada en los labios. Esa criatura, quizás sin saberlo, era la más querida para ella—. ¿Me das un abrazo?
Dolores no tuvo que repetirlo dos veces para que Brenda le rodeaba los hombros con los brazos y pusiera su cara junto a la de su abuela. Ella rio satisfecha mientras tomaba por la cintura a su nieta. A fuerza de ser una verdadera luz en la oscuridad, la niña había conseguido entrar en lo más profundo de los sentimientos de su abuela. Hacerle creer a esa vieja y cansada mujer que ya nada podía estar tan mal mientras fuese capaz de poner una sonrisa en los labios de Brenda. El ser más inocente, puro y noble que ella había conocido en su vida.
Al quedarse sola, Dolores suspiró un tanto contrariada. Ella ya no sabía si los achaques eran propios de la edad o la consecuencia del malhumor que podía provocarle Zara. De todos modos, para ella siempre era mejor culpar a factores externos. No tenía tiempo ni la menor voluntad de enfermarse.
»Si podes tapar tantos malestares, podes con esto también —dijo para convencerse a sí misma.
Ya de pie, la abuela apagó la cocina y a paso lento realizó su ritual de llenar las tazas y mudar el saquito de té. Luego llenó su termo de agua y volvió a tomar asiento. En algún momento pasó por su mente hacerles un nuevo llamado al resto de los nietos, pero poco después escuchó la puerta de su habitación así que los dejó ir a su propio ritmo.
«Yo sé que tengo que dejar de estar tan encima de ellos, pero difícilmente aquel al que le dejan hacer lo que quiera salga bueno», pensó.
Acto seguido, Dolores negó con la cabeza y comenzó a tomar mates mientras seguía pensando, esta vez, acerca de qué haría de almorzar. Federico toda la vida había tenido problemas estomacales por lo que no podía tolerar ciertos alimentos y Zara, acostumbrada a ser tratada y servida como reina, había adquirido sus propios caprichos. En más de una ocasión, la abuela había sido testigo de un gesto de asco intentando ser disimulado por Zara cuando le ofrecía un plato de comida. Razón por la que Dolores se había mordido los labios más de una vez, ella hasta podía jurar que ya olvidado cuántas verdades se habían quedado ahí, encerradas entre dientes para llevar la fiesta en paz.
«Ni siquiera tiene la delicadeza de darse cuenta ni agradecer que una vieja le cocina y le pone un plato en su mesa», pensaba Dolores, pero no lo decía. Más de comentarios ocasionales que hacían evidente su molestia para con la nuera, no pasaba.
Para el mediodía, Dolores estaba terminando de cocinar. Milanesas con pure habían tenido que ser de la mano de dos nuevas cuentas sumándose. Mariana y Brenda estaban junto a ella preparando la mesa, las pequeñas en la puerta principal, lado a lado, Candela sobre una silla plástica vieja que siempre andaba dando vueltas por ahí y su hermana, un poco más alta, de pie. Ambas estaban ansiosas.
—¡Chicas, vengan a sentarse a la mesa! —llamó Dolores con un grito.
—Pero todavía no llegan —mencionó Candela con un tono y una mirada tristes para con su hermana.