¡qué familia de mierda!

Capítulo 9: Contracara (1)

Dolores lo había visto con mucha claridad... Tristemente, ese médico la había tratado con demasiada frialdad. Él, desempeñando su papel frente a los demás. «No puedes quedar mal», se la pasó pensando, pero eso no fue suficiente. Su actuación no alcanzó para que la principal expectadora se la creyera. No había sido mucho más que unas cuantas preguntas de rutina: “¿Le duele algo?” “¿Dónde?” “Le dan mareos, ¿no?” Y Dolores había respondido a todo con extrema paciencia, por de más para alguien como ella. ¿Qué más podía hacer? Todos habían encontrado un lugar dentro de la habitación, uno que les permitía concentrar su mirada en dicha escena. Y entonces llegó el momento de la revisación física. Roque agarró su maletín, lo abrió y lo primero que sacó fue un par de guantes blancos / transparente, de látex. Entonces se sentía más seguro de tocar la piel de la abuela y le tomó el pulso, la presión y controló los latidos del corazón. Para él: “todo parecía estar bien”. Un suspiro aliviado saltó entre los presentes y sonrisas esperanzadoras comenzaron a dibujarse. “Le voy a recomendar reposo. Tiene que estar tranquila y alimentarse bien. Igual, si se sigue sintiendo mal va a tener que ir a la clínica para hacerle más estudios”, había dicho Roque mirando a Federico y Zara, como siempre, lado a lado. Dolores se mordió la lengua, sintiéndose la mascota en la consulta del veterinario. ¿Cómo era posible que ese médico siquiera hubiese sido capaz de verla a la cara y comunicarle su estado siendo la paciente en cuestión? Algo más que parecía indicarle la cruda verdad: allí, en la mente del presente por obligación, ella era lo menos importante.

El domingo Dolores despertó y se dirigió a la cocina pensando en mantener la calma. Federico no se había ido muy convencido; prácticamente su madre tuvo que correrlos de la casa. No era necesario pensarlo demasiado para darse cuenta que pronto estarían allí, otra vez llamando a la puerta. Dolores podía decir que recibió toda la buena atención que de otra época no podría recordar, pero tampoco quería que eso fuera demasiado lejos.

Puede ser una misión imposible bajar la guardia cuando siempre has sido el guerrero protegiendo la entrada.

—¿Y todo esto qué? —Se preguntó.

Sobre la mesa casi repleta podían encontrarse bolsas llenas de verduras y frutas. Misma que no vio por pasarse el sábado en cama y mismas cosas que nadie más tuvo tiempo de ordenar por estar al pendiente de ella. Ni siquiera Brenda pudo pensar en algo que no fuese controlar y asistir a su abuela.

»Ay Federico, que buen trabajo hice con vos —mencionó orgullosa del hombre que había criado.

Dolores se distrajo con el sonido de la puerta de la cocina siendo abierta, Brenda se había levantado.

—Abu, ya estás despierta —dijo la joven y se quedó quieta después de mirar la mesa y volver a ver a su abuela.

—¿Y esto? —preguntó Dolores señalando las cosas, sin quitarle la mirada de encima a Brenda—. ¿De dónde salieron todas estas cosas?

—Las trajo ayer la tía Zara.

—¿Zara trajo esto? —Dolores levanto las cejas sorprendida— ¿Estás segura que no fue tu tío?

—No, fue ella, abu.

Brenda tragó saliva; ella sabía lo que vendría después por ser honesta, pero no lo podía evitar.

—¿Y vos cómo estás tan segura de que fue ella? —Dolores se llevó la mano derecha con los dedos hacia la palma a la cintura—. Capaz que entró las cosas ellas porque tu tío estaba conmigo, eso viste, ¿no?

Brenda bajó su cabeza, apenada.

—No, abu. La tía le pidió al Kevin y la Mariana ayuda para entrar las bolsas... —Brenda se rascó la cabeza al ladear un poco la misma, más nerviosa todavía—. Sé que fue ella porque la semana pasada cuando fuimos a hacer las cosas nosotras y ella nos compró fruta yo le dije que casi nunca comíamos eso.

Dolores resopló y levantó la cabeza para mirar el techo por un segundo. Brenda trató de mantenerse firme; era claro que la abuela se estaba enojando.

—¿Pero por qué haces una cosa así? ¿Eso les enseñé yo, a dar lástima?

—No quería dar lástima, abu. Veníamos hablando y se lo dije sin darme cuenta.

—Sin darte cuenta, claro. —Dolores dibujó una sonrisa descreída.

—Si te molesta hoy le podemos decir que se lleve esas cosas; nos dijeron que iban a volver.

—¿Qué, estás loca? —Dolores negó con su cabeza—. Mirá, en este momento estoy muy enojada para ponerme a hacer algo y además me estoy cagando. No voy desde ayer.

Brenda se cubrió la boca ocultando su risa.

»Cuando vuelva más vale que no vea nada fuera de lugar. Me dejas todo bien guardadito, ¿tamos?

Brenda asintió y luego entró en la cocina liberando la entrada para que Dolores pudiera salir. Entonces, cuando pasaba a un lado de la joven, Dolores se detuvo y le acarició el rostro con un movimiento descendente hasta llegar a su mentón.

»Todo bien ordenadito, eh —prosiguió cuando seguía rumbo al baño.

Brenda se dispuso a poner todo en orden con una sonrisa permanente dibujada. Las cosas parecían encaminarse, mejorar y eso la ponía contenta.

Por su parte, muy lejos de ahí, el matrimonio se preparaba para otra visita inusual de domingo.

—Si seguimos así vamos a terminar viviendo todos juntos —ironizó Zara.

Federico, de espaldas a ella mientras se ponía una camisa frente al espejo de cuerpo completo en el cuarto matrimonial, la miró a través de ese. Su mirada no tenía enojo ni pena, lo que Zara percibió fue decepción y eso llegó tan profundo en ella. Más doloroso que un golpe, así se había sentido. Un hecho que se vió reflejado en la mueca y las cejas de la mujer que tendieron a caer. Federico, sin ánimos de pelear y seguramente al tanto de que no tendría ningún sentido, regresó su visión a lo que estaba haciendo. Todo parecía indicar que ese era un tema que él estaba dispuesto a dejar ir, algo más que dejar pasar para la armonía de una relación que a veces se sentía apoyada sobre pilares de cemento y otras tantas, parecía los débiles hilos de una prenda rota que todavía mantenían unida alguna parte.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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