¡qué familia de mierda!

Capítulo 9: Contracara (3)

...

No pasó mucho tiempo hasta que alguien llamó a la puerta y Dolores creyó adivinar de quiénes se trataba. Los Tobares no acostumbraban a recibir muchas visitas porque a pesar de sus carencias, Dolores no dejaba de ser una mujer sumamente generosa a la que le gustaba agasajar a los demás. Hecho que le pesaba en la actualidad y por el que ponía una excusa cada vez que alguna de sus amistades o de sus conocidos proponía visitarla. “Antes podía; con unos criollitos o galletitas y un par de mates alcanzaba, pero ahora tengo a los chicos y no puedo andar tirando la plata”, le había explicado alguna vez a su difunto hijo cuando él la cuestionó acerca de su cambio de actitud siendo que ya no recibía a nadie en la casa. Acto por el que Julián había dejado caer su cabeza, avergonzado, pero Dolores no le había permitido quedarse así. “Problemas tenemos todos, mijito y así también cada uno tiene su propio tiempo para superarlos. No te estoy culpando ni recriminando nada así que nada de andar por la vida sin tener la frente en alto, ¿eh?”, había dicho ella levantando desde el mentón el rostro de aquel adulto roto para que él la viera a los ojos.

Sin más, Dolores era una mujer que había aprendido a surfear todos los problemas y las etapas de su vida. Como su rasgo más marcado, podría decirse que esa abuela no tendría cuestionamientos que ofrecer porque cuando se detenía a pensar en lo que implicaba tener que cambiar ella ya lo había hecho. Por supuesto, siempre manteniendo su esencia y por sobre todas las cosas su amor de madre como lo único incondicional, lo único irrenunciable.

A paso más lento que de costumbre, la abuela se dirigió a la puerta principal. Los malestares seguían ahí, pero por suerte para ella nadie los había notado.

—Hola, mamita —saludó Federico apenas la puerta fue abierta para él.

Dolores rio siendo prácticamente estrujada por el fuerte abrazo que él le dio, pero no tardó en ponerse sería cuando ese abrazo se extendió más de la cuenta diciendo que algo no estaba bien.

—¿Está todo bien, mi amor?

Federico no respondió, solo mantuvo su abrazo y luego le frotó la espalda a su madre.

»Fede me estás preocupando, ¿dónde está Zarita?

Desde la puerta principal Dolores podía ver parte del exterior y justamente eso incluía el automóvil vacío de su hijo.

»¿Por qué no vino con vos?

Federico se separó de ella y sin mirarla a la cara le respondió.

—Nos peleamos, mamá.

—¿Qué, por qué?

—Porque me cansé, mamita. A ustedes se les está cayendo la casa a pedazos y ella no piensa en otra cosa que no sea cuidar la plata. ¿Hasta cuándo?

—Bueno, mi amor, seguro después lo charlan y se arreglan.

Dolores entrelazó su brazo izquierdo con el brazo derecho de Federico y le tomó la mano para llevarlo a la cocina.

—No creo... Le dije que si no venía conmigo yo no iba a volver y la esperé, pero no salió.

Dolores suspiró.

—¿Ves, mi amor? Ese es el problema con los matrimonios que no se pelean nunca. Van juntando y juntando hasta que cuando se agarran una vez se pudre todo.

—Yo no sé por qué es así.

—Mmm... Por ahí conocernos a nosotros y ver cómo vivimos hizo que le diera pánico llegar a esto —bromeó Dolores.

—Mama... —mencionó Federico entendiendo el chiste que no le hizo gracia.

—¿Mamá qué? ¿No querés que te diga nada para que sigas tragando mierda, te deprimas y termines como...? —Dolores fue incapaz de terminar la pregunta, una angustia repentina la superó—. Ya se van a arreglar, no tenemos que ahogarnos en un vaso de agua, mi amor.

Mientras tanto, lejos de ahí, Zara ya no había podido soportar tanto espacio vacío y como era de esperarse, ella también acudió donde su madre.

—Son increíbles, Zara. Cuando uno les dice algo ni caso hacen, pero pasa lo que se les advirtió y acá vienen a que les den la solución. Que curioso, ¿no? La experiencia ajena no sirve de nada si no están hasta el cuello.

Alba Celeste de Herrera, madre de Zara, podía llegar a ser una mujer tan severa como justa. Alguien que nunca había encontrado impedimento social en mencionar cada cosa por su nombre. Hecho que le causó uno que otro encontronazo con su misma calaña, pero que la tenía sin cuidado ya que ella lo sabía: en lo único en que se parecían era en la fortuna monetaria.

»¿Y ahora, qué vas a hacer? —cuestionó sin ver a su hija.

La atención de la mujer estaba en las tazas de café que preparaba para ambas en la amplia cocina con vistas al inmenso jardín con piscina.

—No sé, mamá. Federico me esperó afuera de la casa y me dijo que si yo no salía él no iba a volver.

—¿Y no saliste?

Alba Celeste que había terminado con su tarea, tomó ambas tazas y se paró junto a la puerta que daba al jardín. Zara entendiendo la indirecta le abrió la puerta.

»El día está hermoso para estar encerrados —explicó la mujer siendo seguida por Zara hasta la mesa a un lado de la piscina.

—No entendés, mamá. Él quiere darle más dinero a su familia y no me parece justo. ¿Por qué nosotros tenemos que darles a ellos lo que tanto nos cuesta ganar?

—¿Es realmente tanto así? —Alba Celeste bebió un sorbo de su café, luego asintió, dejó la taza encima de su plato y se cruzó de piernas—. ¿Vos crees que ganarían tanto dinero si no fueran parte de esta familia?

—¿Qué?

—A ver, hija, decime... ¿Cómo tuviste tu negocio y tu marido el suyo?

—Ustedes nos prestaron el dinero, pero, ¿eso qué tiene que ver? Nosotros les devolvimos hasta el último centavo, ¿o no?

—No se trata de eso, Zara. Al devolver los préstamos que les hicimos actuaron como corresponde, nada más, pero si nosotros no les hubiéramos hecho los préstamos, ¿qué tendrían?

Zara tragó saliva entendiendo el razonamiento de su madre, misma que al no obtener respuesta decidió ir todavía más allá.

—Mirá —dijo acompañando el pedido con el movimiento de su cabeza hacia el extremo contrario de la piscina donde dos jardineros estaban trabajando. Zara obedeció—. Y allá también —continuó esta vez señalando la ventana de su habitación donde una mucama estaba tendiendo la cama.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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