Veinte minutos después, Zara llegó hasta la casa de los Tobares en un taxi. Todos ellos, alertados por el ruido del automóvil detenido frente a su casa, corrieron a la puerta principal. Federico abrió la misma mientras Dolores se paró a un lado de su hijo. Las más pequeñas se abrieron paso entre los adultos para quedar en frente y Mariana, Brenda y Kevin se posicionaron detrás de su abuela y su tío, de derecha a izquierda.
—Pero, ¡qué yegua! —enfatizó Dolores mientras veía como el taxista bajaba las bolsas del baúl y las dejaba en la vereda—. Ya te trajo toda tu ropa, mijito.
—¡Mamá, por favor! —Federico más que molesto no pudo evitar elevar la voz.
Zara, frente a ellos, asintió y juntó las manos a la altura de su abdomen. Ya sabía que recibiría ataques al presentarse ahí; en la mente de ellos, la mala siempre sería ella.
—No es la ropa de mi marido, Dolores —aclaró, luego respiró hondo y prosiguió—. Fui a la casa de mi madre porque necesitaba su consejo y ella le mandó algunas cosas para usted.
—¿Para mí? —Dolores los miró a todos buscando una respuesta en sus ojos, pero ellos estaban igual de confundidos que ella—. ¡No, no! Yo no quiero nada, llévate todo de vuelta.
—Pero, abu, ni sabes qué es —intervino Mariana.
—No importa que sea, mirá si me mandó algún trabajito ahí. No, ya tuvimos bastantes desgracias. No quiero nada.
—Dolores... —Zara negó—. ¿Cómo mi madre le va a hacer algún mal a usted si ni la conoce? Además, nosotros no creemos ni hacemos esas cosas.
—Y no sé chiquita, pero justamente, tu madre no me conoce así que la historia siempre se la contas vos y siendo así no me extrañaría que ella me vea como el anticristo.
—Tiene un punto —dijo Kevin alzando su dedo índice.
—Créame, Dolores, nosotros no somos gente que le haría daño a otros. Yo no sé por qué piensa que somos malvados.
Federico miró a su madre y la vio presionar un poco su boca sin más que decir.
—¿Y qué es, qué le mandó Alba Celeste?
—¿Alba Celeste? —cuestionó Brenda quien rápidamente continuó al sentir la mirada de todos y no precisamente de manera agradable—. No digo que sea feo nombre, pero es llamativo, ¿no?
—La nena quiso decir ridículo, pero todavía no aprende a sostener sus opiniones —dijo Dolores para subir la apuesta.
—No importa... —Zara volvió a suspirar y a apretar el agarre de sus manos, conteniendo su enojo por el insulto gratuito que había recibido su madre—. Es ropa, le dije que venía para acá y armó esas bolsas con ropa de ella que le puede servir.
—¿Me están mandando las sobras, yo entendí bien?
Nadie dijo nada.
—Es ropa casi nueva, Dolores. Nosotros... —Zara se llamó a silencio pensando en qué y cómo decirlo—. No es por ofender ni nada... No sé ni para qué lo aclaro si se van a ofender igual —reflexionó en voz alta—. Bueno, nosotros no usamos muchas veces la misma ropa por eso está casi nueva.
No pasó mucho para que todos sintieran una fuerte mirada siguiendo al grupo; Matilde había sentido la imperiosa necesidad de barrer el jardín delantero de su casa. Mismo que consistía de un rosal agonizante del lado derecho, incipientes brotes de pasto desparramados por ahí y de tierra reseca. Razón por la que al notar esto, Dolores le ordenó a los nietos mayores entrar las bolsas e invitó a ingresar a la casa a Zara.
—Adentro vamos a estar más tranquilos para charlar —declaró mirando a la vecina cuando su nuera entraba y ya todos se dirigían a la cocina.
»Esta mujer es increíble y no aprende. Todo lo tiene que saber para después andar desparramando chismes. ¡La detesto! —concluyó.
Los nietos pusieron las bolsas sobre la mesa y de mala gana, Dolores empezó a inspeccionar el contenido rodeada por sus nietos mientras Federico y Zara tomaron asiento en los extremos contrarios de la mesa para observar.
—Si algo no le queda lo pone aparte y yo se lo llevo a la modista para que se lo ajuste —propuso Zara.
—¿Modista? —Dolores arqueó las cejas—. Mirá querida, así como me ves yo soy perfectamente capaz de solucionar cualquier cosa. Sabés qué pasa... Si hay algo que la pobreza te da es múltiples oficios.
—Los pobres no pueden pagar una persona para cubrir cada necesidad así que no les queda otra que aprender a solucionar las cosas ellos —explicó Federico.
—Pero nunca va a quedar tan bien como cuando lo hace un profesional —insistió Zara.
—Ay, querida, como se nota que te faltan preocupaciones —reprendió Dolores en lo que seguía inspeccionando las prendas—. Decile a tu mami que muchas gracias, toda la ropa está hermosa. Se ve que tiene muy buen gusto. Aunque...
—¿Qué pasa, tiene algo de malo la ropa?
Al escuchar la pregunta, Dolores bajó un suéter entre sus manos y por primera vez miró con compasión a su nuera. El tono con el que Zara había hecho esa pregunta hizo que más de uno de ellos tragara saliva. La angustia trasmitida no hizo más que revelar como aquella mujer simplemente no podía contener su deseo de ser aceptada por ellos.
—No, Zarita. Todo está hermoso, perfecto y estoy muy agradecida. —Dolores le regaló una sonrisa un tanto amarga al sentir que inesperadamente esa mujer había despertado su instinto maternal, quizás un deseo de contener su tribulación—. Estaba pensando que si salgo con esto a la calle lo más seguro es que piensen que ahora tengo plata por algo y nos revienten la casa.
—¿Y qué se van a llevar? —intervino Kevin.
Dolores apoyó sus manos separadas encima de la mesa, bajó la cabeza y se rio.
—Parece que el que tiene un punto ahora es otro —dijo la abuela recuperando su buen humor al mirar a su nieto—. Denle, vamos a guardar todo y a otra cosa un rato que ellos tienen cosas que hablar —concluyó.
Todos les obedecieron y se llevaron las bolsas para terminar dentro de la habitación de Dolores. Lugar donde seguirían mirando el regalo y del que con paciencia la abuela eligiría las prendas que consideraba más bonitas para dárselas a sus nietas mayores.