¡qué familia de mierda!

Capítulo 10: Nunca es suficiente (3)

...

Volviendo al presente inmediato, los golpes en la puerta principal se volvieron insistentes al no recibir respuesta.

—¿Ustedes esperan a alguien, chicos? —preguntó Dolores para ser testigo de como todos negaron—. ¿Serán ellos de nuevo?

—Seguro que sí, abu. Se ve que se quedaron bien pendientes —dijo Kevin

Mariana, sentada a un lado de su hermano, no dudó en darle un codazo en las costillas.

—Mariana, ¿qué te pasa, por qué le pegas así a tu hermano, sos loca vos? —Dolores esperó una respuesta, pero esa nunca llegó. A la abuela no le quedó más que ver a su nieta esquivando su mirada, aparentemente muy ocupada en seguir comiendo—. Ahora los voy a atender o me van a tirar la puerta, pero ya vamos a hablar nosotras.

Dolores se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta principal mientras las tres hermanas menores se miraban entre ellas y después a Kevin.

—¿Sos boludo o te haces? —inquirió Mariana.

Kevin tragó saliva, el tono de su hermana hablaba de lo enojada que estaba con él, pero de todas formas Kevin se armó de valor para, como nunca antes, enfrentarla.

—¿Y qué piensan hacer, comentar a escondidas toda la vida?

La mirada de Mariana en cólera buscó la de su hermano, pero la de él se mantenía  tan pacífica como firme.

»¿Por qué te crees que ahora vienen a cada rato? No sé si la tía Zara, pero el tío Federico seguro que quiere tocar el tema.

—¿Y qué se supone que tenemos que hacer, gil? Todos sabemos cómo es la abuela y le va a chupar un huevo quién tengan razón.

Kevin desvío su mirada al frente y les sonrió a sus otras tres hermanas que seguían pendientes de la conversación.

—Hoy me pegué un palo jugando al fútbol en el colegio. —Él movió su silla hacia atrás y se subió la pierna derecha de pantalón para mostrarle el raspón que tenía en la rodilla—. Me dolía mucho, tuve que aguantarme para no llegar rengo y que me caguen a pedo.

—¿Y eso qué? ¿Siempre fuiste boludo, cuál es la novedad?

—Hace rato que llegamos y pasé al baño era para disimular; cuando ya no había moros en la costa me metí a la pieza de la abuela. Yo sabía que tenía calmantes porque ayer me mandó a comprarle y ahora veo que no más le quedaban tres. ¡Tres de una tableta de díez! ¿Entendés, pelotuda?

Mariana agachó su cabeza y la cubrió con sus manos dejando escapar un quejido de desesperación. Las más pequeñas, entendiendo la preocupación de la mayor, imitaron su tristeza a punto de llorar.

—Shhh... Shhh...

Brenda los mandó a callar porque las voces y los pasos estaban muy cerca. Todos obedecieron, Kevin cubrió su pierna y se acomodó frente a su plato. Todos volvieron a comer.

—Me van a tener que disculpar; no sabía que venían y cocine lo justo para nosotros —explicó Dolores cuando entraba a la cocina y dejaba la puerta abierta para ellos.

—No se preocupe Dolores, nosotros ya almorzamos algo en el patio de comidas del shopping. Justamente suponiendo que no nos iban a estar esperando. —Zara miró a su marido y le guiñó un ojo.

Federico sonriente buscó dónde sentarse y se acomodó junto a la ventana, detrás de todos. El permaneció en silencio para dejar que, como su mujer se lo había pedido, ella fuera quien se hiciera cargo de todo.

—Bueno, mejor —mencionó la abuela volviendo a su silla—. ¿Y a qué le debemos la sorpresa?

—Es que... —Zara levantó las bolsas a la altura de su pecho y a los lados de su cuerpo para que todos pudieran verlas—. Últimamente ando un tanto distraída, tonta... No sé...

—Por no decir otra cosa, querida —aportó Dolores con una sonrisa.

Comentario que causó la risa en el resto de los presentes. La situación que de ninguna manera se percibía tensa y por ende, dicho comentario no podía tomarse como agresivo, lo ameritaba. Zara asintió reconociendo la derrota. Se lo había dejado servido en bandeja de plata.

—Resulta que ayer cuando le traje esas bolsas de ropa, también le había traído unas cositas para Kevin, pero me terminé olvidando que estaban en el auto. —Zara buscó la mirada de su marido, misma que le trasmitió orgullo y la motivó a seguir—. Así que le dije a Fede que se lo teníamos que traer.

Las hermanas, la abuela y Federico no perdieron tiempo en centrarse en el adolescente y observar con detenimiento su reacción, pero esa quizás no fue lo que ellos esperaban. Kevin no podía más que mostrar una expresión de absoluta sorpresa acompañada por su mirada de igual resultado. La más absoluta incertidumbre de quien estaba resignado a que los hechos habían sido los que fueron y por lo tanto realmente no estaba esperando nada.

—Kevin, recibile los regalitos a tu tía y agradecele —reprendió Dolores juntando sus manos encima de la mesa y con su cabeza de lado, en dirección al nieto por la indignación fingida—. Así cualquiera va a decir que yo hice de todo menos educarlos bien.

Kevin, más por lo que para él significó esa sorpresa que por interés de lo que fuera que le hubieran traído, se levantó con urgencia para darle un abrazo y un beso a su tía y recién después agarrar las bolsas. Ella, con las manos ocupadas, solo bajó su cabeza y torso para que él la pudiera abrazar mientras una sonrisa completa era remplazada en parte por las pequeñas arrugas alrededor de los ojos cuando ella sintió la excesiva presión de aquel abrazo prolongado.

—Bueno, Kevin, tampoco es para que me mandes al quiropráctico. —Se quejó Zara a tono de broma.

—¡Ay, este chiquito! Yo no sé a quién salió tan bruto.

—Perdón, tía. —El muchacho se disculpó con una sonrisa y la mirada iluminada de alegría.

—Está bien, no te preocupes. —Zara tocándole la mejilla con dulzura le hizo saber que todo estaba bien. Luego, poniendo su mano en la espalda del adolescente para llevarlo junto a la puerta, le dio palmadas ordenándole salir—. Anda a probarte todo así cualquier cosa si algo no te queda o no te gusta lo cambiamos. Como era sorpresa tuve que elegir a ojo y no sé si le pegué a todos los talles —explicó Zara mirando a los demás.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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