Para acomodarse en el coche del tío Federico, las hermanas mayores mandaron a Kevin al medio en el asiento de atrás. Después, Brenda se sentó a la izquierda de él para llevar a Candela encima de sus piernas y Mariana se sentó a la derecha del hermano para hacer lo mismo que Brenda, pero con Dulce. Candela no estuvo muy de acuerdo al principio, ella quería ir adelante, en el regazo de la tía Zara, pero ella no la dejó. Se podría decir que Zara era más prudente que Dolores.
—No es que no te quiera llevar adelante, pero no sabemos si nos puede pasar algo así que siempre es mejor que los chicos viajen atrás —explicó la tía.
Candela, agarrada de su mano, ladeó la cabeza tratando de entender, pero tampoco fue necesario. Brenda que observaba la situación mientras sus otros hermanos se acomodaban, agarró la mano de la pequeña y la llevó con ella.
Una vez todos estuvieron cómodos, el tío Federico usó el espejo retrovisor para asegurarse de que todo estuviera en orden, aunque no conforme con eso terminó volteando para ver con sus propios ojos. Todo estaba bien. Federico volvió a acomodarse y encendió el coche, pero no arrancó de inmediato.
—¿Entonces vamos a la casa de tu madre? —consultó.
—Sí, no llamé a Horacio así que nuestra pileta está sucia. Además, es muy honda y no quiero que haya ningún peligro para los chicos.
Él asintió y emprendieron viaje.
—Tía... —llamó Candela con cierta timidez.
—¿Sí, chiquita?
Zara se apoyó contra la orilla de su asiento y giró la cabeza para ver a la pequeña justo detrás de su asiento.
—¿Tú mamá es buena o es como vos?
Los hermanos contuvieron la risa ante la mirada sorprendida de Zara, mismo hecho compartido por Federico.
—¿Por qué pensas que yo no soy buena, Cande?
—¡No, no! Si vos sos buena, tía, pero yo digo si ella es más buena —explicó la niña.
—Ah bueno... —Aceptó Zara cuando veía como Mariana levantaba y dejaba caer de nuevo los hombros excusando a su hermana «Es una niña»—. Sí, nena, es muy buena mi mamá. Ya van a ver que los va a tratar muy bien, ¿sí?
Como no podía ser de otra manera, Alba celeste se sorprendió cuando el teléfono sonó y se trató de los guardias en la entrada avisando que su hija, el marido de la misma y cinco menores estaban solicitando el permiso para ingresar al lugar.
—¿Cinco criaturas? —preguntó Alba Celeste aunque la pregunta que se escapó en voz alta fue más para sí misma.
—Sí, señora Herrera.
—Bueno, bueno, dejen que entren.
Mientras tanto en el automóvil los hermanos se miraban los unos a los otros cuando esperaban. Ellos no sabían muy bien qué pensar ya que Zara se mostraba molesta.
—¿Cómo nos van a hacer esperar tanto si hemos venido miles de veces? —Se quejó.
—Tranquila, amor, es un minuto —recomendó Federico y luego señaló la cabina de los guardias—, mirá. Está diciendo que sí con la cabeza, seguro ya levantan la barrera.
Segundos después uno de los guardias se acercó al vehículo por el lado del conductor y le entregó los respectivos documentos que habían sido solicitados para ser asentados en el libro de visitas.
—Disculpe la demora, señor Herrera, pero estamos obligados a consultarle al propietario. —Se excusó.
—Tobares, mi apellido es Tobares y no se preocupe. Nosotros entendemos.
El hombre asintió y luego miró a su compañero en la casilla indicándole levantar la barrera.
Rumbo a la casa de Alba Celeste, Federico no pudo dejar ir el tema. Ya estaba cansado de lo mismo por lo que decidió buscar confirmación.
—¿Zara..? —empezó—. ¿Por qué me dicen señor Herrera si cuando nos casamos pasaste a tener mi apellido por elección tuya?
—¿Cómo?
—Siempre que te presentas decís que te llamas Zara Tobares así que por qué a mí me dicen Herrera. No tiene ningún sentido.
—Bueno, mi amor, será porque es gente que me conoce de antes y cuando le hablan a otros de nosotros les deben decir que somos Herrera.
Los chicos no perdieron tiempo en hablarse al oído y ponerse de acuerdo entre ellos sobre su propia teoría. Federico, pendiente de tal hecho a través de vistazos ocasionales por el retrovisor, se sintió curioso.
—¿Qué piensan ustedes, chicos?
—Yo pienso que la tía Zara tiene razón —dijo Kevin.
—Yo no estoy segura —aportó Brenda.
Mariana, mirando por la ventana, testigo de tanta opulencia, parecía indispuesta a ser la contra de tan benévolos pensamientos.
—¿No vas a opinar, Mariana? —insistió el tío.
—Amor, ¿qué sentido tiene? Déjalo así —pidió Zara.
—Mirá cómo viven, tío. Sus casas, sus autos, sus empleados, ¿quién no pondría por delante un apellido con tanto poder? —sentenció.
—¿Entienden por qué su hermana tiene todo bien en el colegio, chicos? —dijo Federico para darle la razón a la sobrina, pero nadie respondió—. No te preocupes, fuiste la primera en abrazar mi apellido, lo que soy y de donde vengo, amor. No todo está perdido ni podrido —finalizó Federico hablándole a su mujer que había bajado la mirada presa de alguna clase de vergüenza.
Cuando llegaron a la casa de Alba Celeste y todos bajaron para dirigirse a la puerta principal, ni siquiera fue necesario llamar al timbre. La mujer ya los estaba esperando con una sonrisa.
—Mamá ellos son mis sobrinos —dijo Zara y luego giró un poco su cuerpo a la izquierda al tiempo que estiraba su brazo llamando a los niños—. Ella es la más chiquita, Candela. Ella dulce, Brenda, Kevin y Mariana. —Los presentó.
Alba Celeste saludó a cada uno con un beso y un abrazo e inmediatamente después los invitó a entrar caminando detrás de ellos para guiarlos a la cocina. Zara y Federico que habían sido olvidados por ella en la puerta, se miraron entre sí para reírse y entrar en la casa.
—¡Ya conocemos el camino! —gritó Zara en tono humorístico, pero nadie le hizo caso.
—¿Cómo están, chicos? —preguntó Alba Celeste cuando ellos ya se habían sentado alrededor de la mesa—. ¿Quieren tomar o comer algo?