¡qué familia de mierda!

Capítulo 11: Un día feliz (3)

...

La suma entretención de las pequeñas en la sala, viendo la manera en que ese gato gris y blanco perseguía a un ratón sin alcanzarlo y llevándose más de un golpe en el proceso, de repente se rompió. Las risas que se apagaron dieron lugar a la agudeza de los oídos, pero aún así aquellos gritos estaban muy lejos para entenderlos con claridad.

—¿Qué será eso? —preguntó Dulce mirando a la más pequeña—. ¿Vamos a ver? —insistió.

Candela ni siquiera se detuvo a pensarlo, girando su cuerpo también apoyó sus manos en el sillón para agarrarse y se bajó del asiento. Dulce la siguió y ambas terminaron frente a la puerta principal. Desafortunadamente para las curiosas hermanas, esa puerta no era como la de su hogar, el picaporte se encontraba un poco más arriba y ninguna de las dos podía alcanzarlo.

—¿Y si le decimos a la mamá de la tía? —cuestionó Candela.

Dulce negó.

—La abuela nunca nos deja ver si se pelean los vecinos. —enderezando la postura y poniendo ambas manos cerradas en su cadera, a modo de imitación, Dulce prosiguió—. No es bueno que los chicos estén viendo esa violencia.

Candela rio: —¿entonces?

Dulce se llevó las manos a la cabeza y luego las separó para elevarlas más extendiendo los dedos, tal y como si algo hubiera explotado dentro trayendo consigo una gran revelación. Acto seguido, la mayor de las dos bajó sus brazos y entrelazo los dedos indicándole después a su hermana pisar en sus manos. Candela entendió y elevada por el máximo esfuerzo de Dulce, ante sus rodillas temblorosas, ella pudo alcanzar el picaporte y abrir la puerta.

Una vez con la puerta entreabierta las hermanas volvieron a mirarse y reír. El plan estaba saliendo a la perfección.

—Dale, vamos —ordenó Dulce tomando la delantera.

Los gritos las llevaron hasta la esquina izquierda del jardín delantero, donde a un lado, en su propio jardín frontal, la vecina discutía con un hombre de aspecto humilde. A cubierto por ligustrina, las hermanas pusieron más atención a la discusión.

—¡No puede ser, usted me dijo otra cosa! —Se quejó la propietaria.

—Pero señora, usted primero me pidio una cosa y después me agregó trabajos que no estaban en lo que habíamos arreglado. —Se defendió el trabajador.

—Sí, está bien, pero me está cobrando mucho de más. —La mujer negó y se cruzó de brazos, indignada—. Mire, señor, yo no sé cómo vamos a hacer, pero yo no le puedo pagar eso.

—Señora, son quinientos pesos más en un presupuesto de cinco mil, lo único que le estoy cobrando de más son los materiales que tuve que traer porque me dijo que la ferretería no se lo iba a poder traer hoy y usted quería el trabajo listo ya. Que después arreglábamos, ¿se acuerda? —insistió el hombre.

—Sí, pero es mucho igual. No sé, tengo una ropa que iba a donar a la iglesia. Usted me contó que tiene cuatro hijos, ¿no? Se la puedo dar en parte de pago, pienselo bien; le puede servir para algunos de sus chicos.

—Señora, no se ofenda, pero mis hijos no comen ropa —sentenció el hombre atento a la mirada de desprecio de la mujer para con él.

Las hermanas se miraron y se mantuvieron en silencio, pero Dulce quería verlos por lo que se acercó más a la orilla. Desde ahí podía verlos a ambos, la imponente casa y la camioneta de la dueña en la entrada.

—Pará... —dijo Dulce pensando en una solución—. ¡Ya sé!

La mayor de las dos agarró a su hermana de la mano y corrió al interior de la casa. En la cocina Zara y su madre seguían conversando cuando fueron interrumpidas por las hermanas entrando cual torbellino.

—¡Mamá de Zara, mamá de Zara! —llamó Dulce.

Candela imitó a su hermana y se paró al otro extremo de la silla de Alba Celeste. La tenían rodeada por lo que la mujer a plena sonrisa cambiaba su mirada entre ambas.

—Pero, ¿qué pasa, amores? ¿Se terminaron los dibujitos?

—¿Nos das papel y lápiz? Queremos dibujar —anunció Dulce con suma firmeza.

—Ah... Eso. Casi me matan del susto porque quieren dibujar, que bonito, ¡eh! —Alba Celeste les sonrió esperando una disculpa, pero debió proseguir cuando fue evidente que las más pequeñas tenían una idea fija en mente—. Ahí en el tercer cajón de abajo debe haber papel, lápices, cinta adhesiva y otras cosas útiles —indicó señalando un mueble cajonera a un lado de la heladera y la encimera.

Las pequeñas se abalanzaron sobre el mismo y luego de conseguir todo lo necesario volvieron corriendo a la sala. Alba Celeste volvió a reír.

»¿No te encanta? —cuestionó a su hija.

—¿Qué, mamá?

—La espontaneidad de los chicos, todo es posible con y para ellos. Que etapa tan bonita —concluyó.

De vuelta en la sala, Dulce ya había terminado su obra de arte y cortado dos pedazos de cinta adhesiva para las esquinas superiores del papel. Luego se jactó de dicho hecho y nuevamente salieron de la casa, aunque esta vez no se detuvieron en la esquina de la propiedad, en su lugar siguieron hasta llegar a la camioneta de la mujer y después de entregarle el papel a su hermana, Dulce repitió su movimiento de minutos antes, para abrir la puerta principal, Candela sin perderle el hilo accedió y pegó el papel en la luneta de la camioneta. Con todo listo ambas corrieron de vuelta a la casa, pero en medio del escape fueron divisadas por la vecina que seguía discutiendo con aquel hombre.

—¡Ey, ustedes! ¿Qué están haciendo? —Las llamó, pero siendo ignorada por las hermanas, la mujer levantó su mano frente a la cara del trabajador para llamarlo a silencio y luego se alejó de él—. Espere un rato que ya vuelvo.

Mientras se acercaba la mujer revisó su camioneta desde el frente hacia atrás, pero ahí no había rayones ni nada parecido. Su indignación llegó a un punto máximo cuando ella vio el cartel, mismo que arrancó y con la misma furia fue a golpear la puerta de su vecina para quejarse.

—¿Pero quién golpea de esa forma? —Se preguntó Alba Celeste.

Lo cual no era para menos teniendo en cuenta que la vecina furiosa había ignorado el timbre y en su lugar había decidido golpear la puerta de manera poco amigable. Casi dispuesta a tirarla abajo de ser necesario.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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