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—¿Y? ¿Qué le pasó al padre Sebastián? —cuestionó Rosa.
—¡No! —Matilde negó y luego se persignarse mirando el cielo, prosiguió—. A él nada, fue a el otro que llegó hace poco. Ismael creo que se llama.
—¿Al que le gritó esa mujer que estaba con el hijo en la misa para Julián y la muda? —Dolores ya no podía contener la curiosidad y sin darse cuenta había vuelto a equivocarse—. Para la monja, la Inés era, ¿no?
—Sí, ese —confirmó Matilde—. Esta mañana fui a la parroquia temprano porque quería hablar con el padre Sebastián y me lo encontré al monaguillo, el suavecito...
»Se llama Gerardo ese chico y es un amor de persona —aportó Rosa—. Siempre tan educado y cordial con todo el mundo.
—Sí, Rosa, ese, el putito —insistió Matilde.
—¿Putito, cómo que putito? —Rosa no cabía en su propio asombro y fue testigo de como las demás mujeres murmuraban.
Ahora todas parecían haber visto algo raro, todas dudaban de él, pero Dolores no. Ella bajó su mirada, apenada por los comentarios que estaba escuchando de aquel joven. Uno que ella creía no se merecía algo así por lo que muy pronto sintió la necesidad de ponerle final a esa carnicería.
—¡Pero ya, viejas cueristas de mierda! ¿Qué les importa tanto lo que ese muchacho haga, les debe algo o qué? —El enojo fue evidente en la mirada reprobatoria de Dolores, motivo por el que todas se llamaron a silencio, pero la abuela no había tenido suficiente, ellas tenían que saber qué se sentía—. A mí nunca me gustó hablar de los demás, pero acá ninguna es santa y mucho menos su familia. Vos, Raquel —empezó señalando a la vecina—, si tu hijo no es el más drogadicto y borracho del barrio pasa raspando. Ahí anda, tres hijos con tres chicas diferentes a las que le cagó la vida porque ni los buenos días les da a los chicos, mucho menos se va a preocupar de si comen o no, pero claro, al nene de treinta y cinco le gustan las mujeres así que lo demás no importa...
—Pero si yo lo tengo agregado en Failbook y siempre pública que ama y extraña a sus hijos —interrumpió Mirta, otra de las vecinas parada justo al lado de Raquel.
—Y vos, ¿por qué o para qué tenés agregado a mí hijo, te gusta? —defendió Raquel mirando directo a los ojos de Mirta.
—Lo tengo porque vos me enviaste solicitud desde el teléfono de él cuando me pediste plata, porque el tuyo estaba roto y no sé qué. —Le recordó Mirta—. Plata que por cierto todavía no ví de vuelta.
—Bueno... —Raquel notablemente molesta cortó el contacto visual con Mirta y luego prosiguió—. Ya le voy a decir que te borre, así no te preocupas tanto por lo que hace o deja de hacer.
—¿Qué? —Mirta se llevó el dorso de la mano a la frente y tiró su cabeza así como el torso un poco hacia atrás, fingiendo desfallecer—. ¿Y ahora dónde voy a leer las reflexiones sobre ser padre que pública siempre y cómo me voy a enterar a qué baile se va este fin de semana? ¡Dios mío, qué tragedia!
Todas rieron y Dolores aprovechó que Mirta se había puesto sola en la mira para seguir con lo suyo y traer a colación la propia suciedad de la vecina.
—Y vos, Mirta, ¿de qué te admiras tanto? Si no estoy mal tu hija la Maira está trabajando en la panadería, ¿no? Quince años tu nena así que me imagino que no te llegó el comentario de lo que el dueño les pide a las chicas más jovencitas y necesitadas que toma... —Dolores se quedó un momento atenta a los murmullos y miradas acusatorias que había desatado—. Digo, quiero creer que es así y no sabes porque la verdad no me imagino una madre que se banque algo así por unos mugrosos pesos. Y vos...
Todas pudieron atestiguar la mirada y expresión de profundo enojo e impotencia de Mirta. Ahí todo el mundo sabía que esos rumores y más de una vez se había confirmado que iban mucho más allá de ser solo chismes, pero como nadie podía descartar caer en uno de esos lugares con dicha reputación, solo se mantenía casi como un dato anecdótico. La barbarie aceptable para quienes no tenían el respaldo económico para cerrar ninguna puerta. Entonces, todas borraron la sonrisa. Era algo de público conocimiento: en un lugar como ese no se trataba de no caer, sino de no caer a lo más bajo.
—¡Cómo te atreves a decir una cosa así! —reclamó Mirta con los ojos acuosos.
Las mujeres a su alrededor sintieron el impulso de tocar el brazo o la espalda de la mujer en señal de apoyo al tiempo que algunas de ellas bajaban la cabeza. El pésame que se da con el simbolismo del secreto a voces al reconocer cuando alguien sigue respirando, pero ya ha muerto por dentro. Q.E.P.D: Maira.
—Dolores ya entendimos la idea —intervino Rosa—. Pará, por favor.
Dolores giró la cabeza evitando a las mujeres y tratando de contener su enojo.
—Claro, porque nos encanta comerle el cuero a los otros, pero cuando nos toca nos toca el turno ahí sí que tenemos que ser súper educados, respetuosos y no meternos en nada. Ya parecen políticos. —sentenció la abuela—. Ojalá fueran así de buenas para poner el grito en el cielo con tanta hijaputez que se ve a diario por acá.
Mirta suspiró, bajando los decibeles. Tal vez probándose por un momento los zapatos de ese al que se creía tan superior.
—Es verdad, estuvimos mal, a nosotros no nos tendría que importar lo que él haga o deje de hacer mientras no le haga daño a nadie —reconoció Mirta y rápidamente fue testigo de como las demás estuvieron de acuerdo con eso.
—Bueno, bueno, bueno... —Dolores aplaudió poniendo un punto final, llamando a la calma—. Ya estuvo bueno de pelearse... Reconozco que me excedí un poquito así que les pido disculpas y por favor sigamos con el tema de una vez que tengo cosas que hacer.
—Como les estaba contando, llegué a la parroquia y me encontré al chiquito con un balde de agua y jabón y unos trapos de piso limpiando sangre del último escalón de piedra. Imagínense... —Matilde miró a las demás abriendo sus ojos tan grande como podía—. Naturalmente, yo me asusté. Pero, ¿qué ha pasado aquí? Dije, hubo un crímen. Después me dí cuenta que capaz y no porque la policía no estaba por ningún lado.