¡qué familia de mierda!

Capítulo 13: Confianza ciega (1)

El viaje de vuelta a casa para Zara y Federico fue bastante silencioso. Al llegar a casa de Dolores, Zara le pidió a su marido que no entraran en la casa. Para ella parecía de gran urgencia regresar a su propia casa por lo que Federico accedió. De todos modos, él no apagó el motor de su coche ni lo puso en marcha hasta quedarse tranquilo. Federico se despidió de los chicos de igual modo que lo hizo su esposa y luego de verlos entrar al hogar, ambos iniciaron el viaje.

Zara se sintió incómoda, un poco más con cada kilómetro recorrido. Esa tensión creciente no parecía dispuesta a irse sin que alguien se lo ordenara, por lo que ella lo intentó, pero solo recibió monosílabas como respuesta y así no tuvo más opción que desistir.

Al llegar al hogar, Zara se dirigió a la cocina y se quedó apoyada en el umbral, de espaldas a la escalera, una que Federico subió luego de avisarle que iba a tomar una ducha y cambiarse de ropas. Ella estuvo de acuerdo y prometió tener la cena lista pronto, pero a él ni siquiera le importó, o eso entendió Zara cuando Federico, subiendo la escalera, no le contestó nada.

Poco después, Zara suspiró. Aunque ella no quería que fuese así, lo cierto era que no le quedaba más que pensar si había hecho bien. De repente, sus pensamientos fueron interrumpidos por Federico que venía prácticamente corriendo escaleras abajo.

—¡Zara, Zara! —gritó cuando, tal vez demasiado alterado para detenerse, pasó por su lado para ir a la mesada de la cocina y tomar una cuchilla del porta cuchillos, después volver a su lado y dejar a su esposa detrás de él y nervioso observar la entrada y la escalera—. No te asustes, pero creo que hay alguien en la casa. Vos quédate acá, yo voy a revisar.

Como no podía ser de otra manera ante tal advertencia, sucedió lo contrario a lo solicitado por lo que Zara inmediatamente entro en pánico y se abrazó a la espalda de su esposo.

—¿Cómo que hay alguien en la casa, quién, un ladrón? —cuestionó ella mirando por encima del hombro de su marido.

—Sí... Nos robaron el tele, el de nuestra habitación.

Zara respiró aliviada cuando sentía que el alma le volvía al cuerpo y era hora de contener la risa.

—Pero deja eso, ridículo —reprendió quitándole la cuchilla a Federico para devolverla a su lugar.

Él se quedó boquiabierto por un momento hasta que reaccionó.

—¿¡Pe... Pero qué haces!? —inquirió con los ojos desorbitados—. ¿Te volviste loca? ¡Que hay alguien en la casa te estoy diciendo! —insistió.

—Pero no, Fede, no hay nadie.

—¿Qué? ¿Cómo podes saber?

Zara agachó su cabeza y se masajeó las sienes sin saber cómo se lo explicaría.

—Nadie se lo robó, nadie entró a la casa y se llevó nuestro televisor, ¿sí? —empezó—, bueno..., es que sí, alguien entró y se lo llevó, pero esas personas fueron Omar, Jesús y yo.

—¿Qué? —Federico boquiabierto no podía creer lo que oía—. ¿Cómo es eso?

Zara se cruzó de brazos y miró el piso un momento.

—Cande y Dulce nos contaron que el televisor de ellos se les quemó con una tormenta. Me dio mucha pena así que se me ocurrió darles el nuestro y hacerles instalar el cable. —Zara miró a su marido con dulzura—. ¿Para qué lo queremos nosotros, Fede? Si lo probamos cuando lo compramos y nunca más lo usamos. No, de nada nos sirve un adorno tan caro.

Federico se acercó a Zara y la agarró de los brazos.

—¿Quién sos y qué hiciste con mi mujer? —cuestionó sacudiendo desde los brazos levemente a Zara.

Ella rio y luego de ladear su cabeza volvió a mirarlo.

—Tonto —dijo tocando la mejilla derecha de su marido con delicadeza—. ¿Seguís enojado conmigo?

—¿Enojado? —Federico sonrió y luego se alejó de ella dirigiéndose al umbral de la cocina—. Te espero arriba así lo arreglamos esto como más nos gusta —finalizó con suma picardía.

Zara se limpió la comisura de la boca al tiempo que dibujaba una sonrisa.

—En un minuto voy —confirmó.

Federico rio y rápidamente fue escaleras arriba para esperar a su mujer en la cama. Zara suspiró aliviada, elevó sus manos y las llevó tras su cabeza para soltarse los cabellos, después hundió sus dedos en ellos y los agitó para dejarlos en libertad.

—Con tanta equitación, ¿para qué hacer dieta?

...

En la casa de los Tobares las risas, aplausos y pequeños saltos inundaron el viejo comedor, la habitación de la tragedia había cambiado sin más. Despojada de toda negatividad por la acción desinteresada e inesperada de la tía.

—¿Les gusta? —preguntó Dolores rodeada por las más pequeñas y su más sincera algarabía.

—¡Es grandota, abu! —comentó Dulce al tiempo que extendía los brazos acentuando sus palabras—. Casi tapa toda la pared.

—Ehhh... Cálmate emoción —intervino Kevin haciendo reír a todos.

Mariana que se había quedado de brazos cruzados y apoyada bajo el umbral de la puerta, se unió a la situación.

—Antes tenían una de catorce, más vale que les va a parecer gigante —explicó mirando a su hermano.

—Eso sí —concedió él—. ¿Y está de cuánto será?

Kevin se acercó al aparato y lo investigó hasta dar con el dato de su interés.

»¡Fua! Mirá, es de cuarenta y dos y también se puede conectar a internet. Acá dice smartv —finalizó señalando la parte izquierda baja del aparato.

—Sí, pero es con wifi y nosotros no tenemos, vivo —acusó Mariana mientras con el dedo índice se tocaba un costado de la cabeza invitándolo a pensar en eso.

—Ahora no tenemos, pero si le pido a la tía Zara seguro que...

—¡No! —Dolores interrumpió al nieto tan abruptamente que todos se le quedaron viendo—. Todavía no sé qué le pasó a su tía para hacerles ese regalo, pero tampoco hay que abusarse. No está bien aprovecharse de la gente que es buena con uno... Una cosa es la necesidad y otra muy distinta es ser ventajista, ¿estamos?

Dolores miró a sus nietos uno a uno y luego, al ver que todos estaban de acuerdo con sus palabras, la abuela sonrió. Casi como si el intenso dolor que estaba sintiendo no le estuviera haciendo difícil mantenerse derecha.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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