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—Mariana... —La abuela sonrió en busca de tranquilizar a su nieta—. Tenía que hablar con vos porque voy a necesitar que me ayudes. Yo no me puedo mover de acá. Alguien tiene que mantener esta casa funcionando y esa soy yo.
Dolores se detuvo un momento a observar a la mayor. Ya no parecía justo cargarle una mochila como esa, pero tampoco se podía volver atrás.
»Tus hermanos confían en vos y vas a ser la primera a la que ellos miren cuando... —La abuela apretó los labios, un impulso tan profundo la hizo sentir una angustia muy superior al dolor de su malestar—. Cuando no sepan qué hacer. Mirá...
Dolores agarró la mano derecha de la nieta y la acarició ante la atenta mirada de ella. Aunque la mayor no lo dijo, no pudo evitar aquella cruel corazonada: todo aquello tenía demasiado aroma a despedida.
»Yo sé muy bien que todos ellos son chicos y no tendrían que pasar por cosas como estás, pero esto es la vida, mi amor. Un día parece que todo está bien y al siguiente se te cae toda la estantería...
—¡No! —Mariana negó—. ¡No es justo, Dolores! Cómo puede ser que por capricho tuyo no quieras ir al médico. Ni siquiera sabes lo que tenés.
—¿Dolores? —La abuela se quedó pensativa un momento—. Nunca me habías dicho por mi nombre, chiquita.
—Si tan poco te importamos nosotros como para no hacerte ver porque como siempre la última palabra la tenés vos, no te mereces que te diga abuela. Una abuela no hace estas cosas, no castiga a sus seres queridos así cuando puede hacer algo más. ¿No te das cuenta que tenés opciones?
—Mi amor... —Dolores sintió que su corazón se rompía y solo fue capaz de seguir su instinto. Sin dudarlo la abuela envolvió a la mayor en un abrazo—. Perdóname, chiquita, pero yo no me puedo ir tan tranquila. ¿Qué va a pasar con ustedes si resulta que me tengo que quedar internada? —Dolores apretó su abrazo al tiempo que le acarició la cabeza tratando de contener el llanto de la mayor.
Mariana se separó de su abuela y mirándola con ojos llenos de lágrimas intentó convencerla de una solución.
—Pero podemos quedarnos con los tíos, que ellos vengan acá mientras vos te recuperas.
—No, Mariana. —Dolores miró al techo intentando no llorar—. ¿Vos la ves a tu tía Zara viviendo acá, en esta casa y este barrio?
—Ella no, pero puede venir el tío Federico, le armamos la habitación que era de mi papá —insistió Mariana.
—No, ellos no están muy bien que digamos, ya viste el drama que armaron hace poco. ¿Por qué te pensas que ellos se pelean? Por nosotros, mi amor. Somos un problema para los demás, ¿entendés? Si le pedimos eso va a ser para terminar de arruinarle el matrimonio a tu tío y eso no es justo. Ustedes eran responsabilidad de sus padres y como ellos ya no están yo me hice cargo, pero porque yo lo elegí, mi amor. Ustedes son mi responsabilidad y no quiero que le digas nada a nadie de esta conversación, ¿estamos? Date cuenta que si te pedí hablar en privado es porque no quiero a nadie hablando de esto. Es una cuestión de nuestra familia.
—¿Y ellos no son parte de esta familia?
—Es distinto, cielo. Ellos son familia, pero tienen sus cosas, sus propios planes y obligaciones. ¿Entendés que no está bien cargarle a los demás la responsabilidad ajena? Si ellos se ofrecieran sería otra cosa, pero para eso no tienen que saber nada.
Entre tanto, en la cocina Brenda perdió su atención hacia la televisión, aunque siempre prudente ella se mantuvo callada, lo cierto era que desde que su hermana abandonó la sala su cabeza empezó a trabajar y ahora manifestaba aquella duda mirando la puerta del lugar. Todos estaban tan entretenidos como observó al devolver su mirada por un momento, tanto que si se levantaba de su asiento en la fila de tres sillas de atrás nadie se daría cuenta.
No había dudas, Brenda quería saber qué estaba pasando, por qué tanto misterio, pero igual no podía quitarle valor a la culpa que le provocaba pensar en escuchar tras la puerta de la cocina. De todos modos, Brenda se excusó diciendo que ya volvía, según comentó sin obtener ninguna clase de respuesta, le urgía usar el sanitario.
Brenda salió de la sala y apoyó su espalda en la puerta que cerró detrás de ella. Un leve temblor le recorría el cuerpo como señal del miedo y la adrelina que la tenían prisionera.
Si Dolores o Mariana notaban que ella estaba ahí, escuchando lo que no era para ella, las consecuencias serían inciertas. Sin embargo, Brenda también sentía que ya había dado el paso más largo y difícil. La jovencita se armó de valor y con pasos torpes con la mirada fija en el piso en busca de neutralizar cualquier posible ruido, llegó a la puerta de la cocina. Todo para ella se percibía tan intenso y el temblor empeoró. Su mano izquierda agitándose en el aire resistiendo el control que Brenda intentaba tener sobre el temblor en la misma, se apoyó en la puerta y después de un suspiró más que contenido, la oreja derecha de la joven siguió el camino ya trazado.
Dentro acontecía un cúmulo de palabras obligadas al filo del murmullo y alguien sollozando o eso parecía.
«¿Pero por qué llora?», pensó Brenda frunciendo el ceño.
No pasó mucho hasta que el corazón de Brenda casi abandonó su pecho. Un fugaz temblor la separó de la puerta y le siguió un impulso ordenando disimular, pero ya era tarde. Kevin había salido del comedor que no le dio tiempo de improvisar engaño alguno. Quizás, la picardía del hermano había reconocido en ella técnicas en las que él ya tenía maestría y a su vez su carácter bromista le propuso jugarle una.
Kevin no le habló con palabras, enseñando los dientes y juntando sus dedos movió su mano arriba y abajo: ‘¿Qué hacés?’
Brenda no respondió, ella solo se le quedó viendo y él volvió a preguntar, otra vez sin palabras.
Kevin giró su cuerpo y trás apoyar su mano en la puerta de la sala hizo lo mismo con su oreja sin dejar de mirar a su hermana. Después, él se separó del lugar y la señaló para después señalar la puerta de la cocina: ‘¿Estabas escuchando su conversación?’