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Federico finalmente estuvo más presente de sí mismo y se quitó la ropa interior de Zara de la cabeza y se sentó a una orilla de la cama.
—No se preocupe, María, yo no le voy a decir nada a mí madre. Pero cuénteme bien lo que pasó, por favor.
—Es que no sé... —María se mordió el labio inferior, más que nerviosa—. La verdad no sé por qué su mamá hizo eso si yo siempre le doy fiado cuando necesita algo, ella sabe que manda alguno de los chicos de su parte y listo. Nunca le hago problema por eso.
—Ah... —Federico asintió—. Miré, señora, yo mañana voy a darle una vuelta a mi madre para ver cómo están todos, dígame cuánto le está debiendo y se lo arreglo mañana mismo.
—No, no... Ella me pagó todo hace poco, no es casi nada lo que debe ahora, yo lo llamaba por otra cosa.
María dejó su lugar tras el mostrador y después de agarrar las llaves cerró la puerta así como también apagó las luces de afuera. Señal que los vecinos sabrían interpretar: ya no estaba atendiendo.
En vista de que Federico decidió ser prudente, tal vez tratando de encontrar una razón para esa llamada, María continuó.
»Usted debe saber que en personas tan mayores como su mami es normal que tomen algo porque tienen dolores de cuerpo, justamente... —María rio nerviosa, pero sin conseguir un acompañamiento que pudiera descomprimir un poco aquella situación, prosiguió—, bueno, ella siempre me compra una tira de analgésicos los domingos. Yo pienso que se debe tomar uno o dos por día según cuánto le duela porque las tiras traen diez cada una, pero este domingo compró la de siempre y al otro día vino a buscar dos más, ¿me entiende?
—Pero ella no me dijo que se estuviera sintiendo mal... —Federico guardó silencio recordando, los desplantes de Dolores cobraban más sentido.
—Quizás ella no quiere decir nada para no preocupar a nadie, pero yo pienso que le podría estar pasando algo. Y me va a disculpar que me meta así, pero creo que usted tendría que hablar con ella.
—Sí, sí, María... Gracias por avisarme y no se preocupe que le voy a preguntar...
—¡Pero no le vaya a decir que yo le conté esto! —interrumpió María para que sus palabras salieran con gran velocidad y énfasis.
—Más bien, no le voy a decir nada. —Federico miró el celular y sin pensarlo dos veces cortó la llamada.
Al otro lado de la línea María se sorprendió por lo abrupto del final en la comunicación, ella no sabía que pensar: ¿Había hecho mal o a él le había molestado ser informado?
María sacudió su mano en el aire, soltando algo invisible: ‘Masi’.
Mientras tanto en la cocina, Zara se paró frente a la mesada y los ventanales más allá. Ella suspiró mirando la oscuridad exterior cuando también percibía el silencio, uno tan extendido, un silencio casi paralizante sin ser roto ni siquiera por un ladrido lejano de algún perro.
«¿Vivimos en una tumba adelantada», pensó Zara.
En ocasiones tanta tranquilidad podía llegar a la ironía de todo lo contrario.
Sacudiendo levemente su cabeza, buscando desprenderse de esos pensamientos tan negativos, Zara empezó a hacer memoria. Desde que había vuelto a casa no había revisado su celular por lo que lo agarró desde dentro de su bolso, encima de la mesa. Allí se encontró con demasiados mensajes de su madre, tal vez más de los necesarios para dejar muy claro cuánto gusto le había dado la visita de los chicos y sus ganas de volver a verlos. Zara no tuvo lugar a dudas: había abierto una puerta que no le permitirían cerrar.
“Sí, mamá. Apenas pueda vamos a verte de nuevo y te llevo a los chicos”, respondió y sonriendo volvió a dejar su celular dentro de la carrera. Algo le decía que pronto iba a tener lugar una catarata de mensajes sobre el tema. Mejor sería responder a eso en la mañana.
En la habitación Federico se quedó con el teléfono colgando de su mano, a centímetros de tocar la cama cuando su mirada se perdió por la ventana sin ver realmente nada. La dificultad de asimilar lo comunicado lo envolvía. Dolores estaba enferma, por qué no le había dicho nada. Federico no podía dejar de pensar en eso. Para él era sabido que su madre era una de las mujeres más fuertes y a su vez, de las más complicadas que él había conocido.
Finalmente el aparato cayó de su mano para quedar sobre las sábanas y él abandonó el cuarto para bajar las escaleras y llegar hasta la cocina. Zara se quedó atenta al umbral cuando los pies de su marido arrastrados por el piso de mármol le dejó saber que Federico estaba en camino. Al llegar, con su cabeza baja y sin decir palabra, él se quedó estático bajo el umbral. Desde luego, viendo esto Zara se preocupó inmediatamente por lo que fue junto a él y luego de tomar la cara de Federico entre sus manos, la elevó buscando su mirada.
—¿Qué pasó? —consultó Zara con un tono de voz y una expresión más que preocupada— Fede, ¿qué pasó?
—No sé —respondió él.
—Pero, ¿por qué estás así, qué te dijeron? —insistió Zara.
—Mi mamá, está tomando muchos calmantes. —Federico tragó saliva antes de mirar a su mujer a los ojos—. ¿Y si ella no me dijo nada porque es algo grave?
—Mi amor... —Zara se abrazó a él y le frotó la espalda mientras apretaba su boca pensando en qué podría decirle. Zara abrió sus ojos al tiempo que una posibilidad llegaba a su mente y trás separarse de él se lo hizo saber—. ¿Y si solo se golpeó y no te dijo nada porque no quiere ir al médico? Vos sabés cómo es tu mamá. Debe pensar que no es nada así que para qué decirte.
De vuelta en casa de los Tobares, Kevin y Brenda seguían escuchando tras la puerta cuando escucharon a Mariana preguntar con angustia, misma angustia que le iba a contagiar a su hermana.
—¿Y si le decimos solo al tío? Que él te lleve al médico y no le decimos nada a los otros.
—No, mi amor. Creo que ya es muy tarde para eso.
Mariana lanzó un quejido ahogado y encorvando su espalda hacia adelante comenzó a llorar tratando de que fuera en silencio. Dolores intentó agarrar su mentón para levantar y ver el rostro de su nieta, pero al no poder solo se limitó a besarla repetidas veces en la cabeza.