¡qué familia de mierda!

Capítulo 14: ¡No! (3)

Para cuando Dolores volvió a la casa los chicos ya estaban listos, esperando en el comedor. Algo que la abuela descubrió luego de abrir la puerta del lugar por haberlos llamado y no recibir respuesta.

»¿No escucharon que los estaba llamando? —Dolores los miró a la cara uno por uno. Las más pequeñas tenían una mirada de incertidumbre, la de Kevin y Brenda era de tristeza y en cuanto a la de Mariana, la abuela solo pudo interpretarla como de decepción—. Pensé que ya se habían ido sin esperarme —agregó sonriente, pero ninguno le respondió—. ¡Ya sé! Les voy a dar para que se compren un heladito.

A las más pequeñas como era de esperarse se les iluminó la mirada y no tardaron los aplausos de su parte. Dolores les dedicó otra sonrisa y luego de levantar su mano indicando que debían esperarla, ella se dirigió a su cuarto para volver con dinero.

»Kevin... —llamó y una vez que el nieto estuvo frente a ella le entregó el dinero—. Contá que esté bien, por favor.

Él asintió: —Hasta sobra, abu.

—Perfecto —declaró Dolores al tiempo que volvía a sonreír y acarició el rostro de Kevin—. Ahora vayan, chicos. Directo a la plaza y por la vereda —dijo para hacerse a un lado de la puerta y darles paso.

Las más pequeñas salieron dando saltitos alegres, Kevin y Brenda sonriendo ante la actitud de sus hermanas y Mariana parecía no dispuesta a salir. Ella se quedó un momento parada de espalda a las sillas y con la mirada baja.

—Mariana, dale, mi amor. Tus hermanos ya se van.

La mayor, a su manera, accedió e intentó salir del comedor, pero al atravesar el umbral Dolores le acarició el brazo y le agarró la mano para detenerla.

»Estás enojada conmigo y no me vas a hablar, mi amor, yo lo sé, pero si te queda un poquito de confianza en tu abuela escúchame bien. —Dolores apretó su boca intentando refrenar la angustia que le causaba saber que estaba lastimando a su nieta—. Nunca, pero nunca y por ningún motivo te vayas enojada con alguien.

Mariana no respondió, ni siquiera miró a su abuela. En su lugar, ella liberó su mano de un tirón y salió de la casa azotando la puerta principal. Una acción que en cualquier otro momento le hubiera hecho ganarse algún objeto volando hacia su cabeza de parte de la abuela, pero no esa vez. Con esa acción cargada de desprecio y enojo por parte de la mayor, Dolores solo se sintió peor consigo misma, al punto de comenzar a cuestionarse sus propias acciones otra vez.

«Ya sé que no estoy manejando esto de la mejor manera, más claro imposible, pero, ¿qué más puedo hacer?» Pensó.

No pasó mucho para que la abuela volviera a situarse en el presente sucediendo; afuera podía escuchar como Federico elevaba el tono de su voz tratando de interrogar a los chicos, pero la abuela no escuchó ni una palabra de vuelta por parte de ellos. Sobraba algo más para darse cuenta de lo mal que ellos se encontraban.

—¡Mamá! —llamó Federico cuando cruzó la puerta principal seguido por su esposa, justo antes de ver a su madre apoyada en el umbral del comedor, de espalda a ellos dos—. ¿Qué haces ahí, mamá? —insistió él.

—Nada, mi amor... —respondió Dolores mientras cerraba la puerta del comedor y luego giraba en dirección a ellos—. Kevin me dijo que ustedes iban a venir así que estaba viendo que todo estuviera organizado. Qué van a decir si se encuentran la casa sucia... No, primero muerta.

Federico sonrió con cierta pena reflejada en la expresión tensa de su rostro que él intentaba romper y en esa mirada un tanto compasiva. Quién sabe qué pensó él, pero no parecía ser nada bueno.

—¿Y los chicos dónde iban?

—A la plaza —respondió ella cuando juntaba sus manos a la altura de su abdomen y empezaba a caminar rumbo a la cocina—. Vengan, voy a poner la pava.

Los tres entraron a la cocina y mientras Federico y Zara se sentaron lado a lado, de espaldas a la puerta cerrada, Dolores, como lo había dicho, puso la pava al fuego y luego se sentó frente a ellos, de espaldas a la ventana. En ese momento Federico y Zara compartieron su primera mirada desde que habían llegado.

»Si vienen a hablar de lo que yo creo, lo mejor era que ellos no escuchen nada. —Dolores pasó su mano derecha por sobre la mesa de madera con rayas que se podían atribuir a su antiguedad—. Esta mesa es vieja, bastante vieja, tanto qué ya ni me acuerdo de dónde salió. Mirá cómo está, toda rayada. Sí, yo creo que tu padre ya la tenía cuando me trajo para acá. Imagínate que si no yo me acordaría cómo la conseguimos. Pero eso qué mierda importa. Sabes que antes no estaba tan maltratada, chiquito. Me acuerdo cuando llegaron los chicos yo andaba atrás de ellos como sargento. No toquen eso, no vayan a rayar aquello, no corran en el pasillo y después me fui calmando. No sé si me ganaron por cansancio o me ganaron por el corazón, pero a la final me terminaron ganando.

Dolores sonrió con añoranza cuando además centró una mirada por demás cariñosa sobre Federico.

»¿Te acordás cómo era con ustedes cuando eran chicos?

—Claro, mamá. Nos ponías en vereda en un segundo.

—¿Y te acordás lo que pasaba cuando yo les decía que ya me tenían cansada y los dejaba hacer lo que quisieran?

—Era quilombo seguro con papá. —Federico miró a su mujer—. A él le molestaba el ruido y todo lo que tuviera que ver con niños. No nos tenía paciencia; directamente nos daba una paliza a Julián y a mí y después discutía con ella. A veces hasta ella cobraba porque era bastante salvaje mi viejo y mamá se metía cuando le parecía que él ya se había pasado con nosotros.

Dolores asintió y volvió a sonreír, esta vez para Zara que la mirada con el temor anidado en los ojos.

—Siempre supe que no tenías nada que ver con gente como nosotros, chiquita. Ustedes son de otra clase, pero te metiste, te plantaste y acá estás —declaró Dolores sin quitar la mirada de su nuera—. Respeto eso.

Zara asintió permaneciendo muda.

»¿Sabés qué pasa, nena? —Dolores desvió la mirada a su izquierda, el agua ya hervía por lo que intentó levantarse a apagar la cocina, pero Federico se le adelantó—. No quiero ser cruel ni que pienses que lo digo para lastimarte porque a vos todavía no te tocó, pero por ahí te sirva mi experiencia —declaró cuando volvía a mirarla—. Una como madre claro que quiere educar bien a los hijos, pero llega un momento en que los amas más que a vos misma, más que a cualquier cosa y por eso no querés que les pase nada. A mí me encantaba escucharlos reírse hasta que se quedaban sin aire y se les ponía roja la cara, verlos jugar...  ser niños, pero los tenía que tener cortitos porque yo sabía bien la que se venía si lo molestaban a ese viejo de mierda. Duele, chiquita, duele mucho cortarle las alas, la felicidad, la niñez a los chicos para que no les pase nada. Pero bueno, vos elegiste bien, yo ni siquiera pude elegir.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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