Me arreglé sin mucho entusiasmo para la cena. Opté por unos jeans cómodos y una blusa sencilla, no tenía ganas de impresionar a nadie. Bajé las escaleras y escuché voces en la sala. La señora Martínez, nuestra vecina, ya había llegado con su misterioso nieto.
Al entrar, sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Allí, sentado cómodamente en nuestro sofá, estaba Enzo. No puede ser, Su mirada se cruzó con la mía y pude ver la sorpresa reflejada en sus ojos.
-Lara, cariño, ven a conocer a Enzo. dijo mi abuela, ajena a mi conmoción. -Es el nieto de Carmen.
Tragué saliva y me acerqué, tratando de mantener la compostura. -Ya nos conocemos, Abu. dije con una sonrisa forzada. -Estamos en la misma clase de pintura. Mi abuela me dedico una sonrisa y salude a la señora Martínez.
La cena transcurrió en una mezcla de conversación ligera y tensión subyacente. Enzo se comportaba como un caballero, ayudando a servir y haciendo cumplidos a la cocina de mi abuela. Yo, por mi parte, apenas podía concentrarme en mi plato.
Después de la cena, mi abuela insistió en que le mostrara a Enzo nuestro pequeño jardín trasero. A regañadientes, accedí.
-Así que... eres el nieto de la señora Martínez. -dije, rompiendo el incómodo silencio.
Enzo movió su cabeza afirmando mis palabras. -Y tú eres la nieta de la señora García. El mundo es un pañuelo, ¿no?
-Demasiado pequeño, diría yo.
Mientras le enseñaba el pequeño jardín, Enzo, de repente me detuvo. -Sé que empezamos con el pie izquierdo, pero me gustaría que pudiéramos ser amigos. O al menos, llevarnos bien.
Lo miré, tratando de descifrar si era sincero. Sus ojos, esos ojos que me habían cautivado desde el primer momento, parecían genuinos.
-Está bien. -dije finalmente. -Podemos intentarlo.
Mientras volvíamos a entrar, sentí una mezcla de emociones. Por un lado, la cercanía de Enzo me ponía nerviosa. Por otro, había algo en él que me intrigaba. ¿Sería posible que detrás de esa fachada de chico problemático hubiera alguien especial? No sé tal vez debía averiguarlo o era mejor mantenerme alejada de él.
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Los siguientes días fueron un torbellino. Entre las clases de pintura, donde Enzo y yo manteníamos una tregua cordial, y mis intentos de encontrar trabajo, apenas tenía tiempo para respirar.
Una tarde, mientras trabajaba en el retrato para Aslan, recibí una llamada inesperada. Era de una pequeña galería local que buscaba un asistente de medio tiempo. Sin pensarlo dos veces, acepté la entrevista.
El día de la entrevista llegó y los nervios me consumían. Me vestí con cuidado, eligiendo un conjunto que me hiciera parecer profesional pero artístico. Cuando llegué a la galería, me sorprendí al ver a Enzo saliendo del lugar.
-¿Qué haces aquí?. -Preguntó, confundida.
Enzo se detiene y me observa, me regala una sonrisa, esa sonrisa que hacía que mi corazón diera un vuelco. -Trabajo aquí los fines de semana. ¿Vienes por la entrevista?
Asentí, sintiendo que mis posibilidades se desvanecerían. ¿Cómo iba a conseguir el trabajo si Enzo ya trabajaba allí? Él era mucho más talentoso que yo, ví su trabajo por casualidad y quede asombrada.
-Suerte. -dijo, guiñándome un ojo antes de irse.
La entrevista fue mejor de lo que esperaba. La dueña de la galería, una mujer llamada Sofía, parecía impresionada con mi portafolio y mi entusiasmo. Cuando salí, me sentí optimista. Pensé que serían más estrictos, pero siento que le caí bien, fue un trato muy cálido y amable.
Esa noche, mientras cenaba con mi abuela, recibí un mensaje. Había conseguido el trabajo. La alegría me embargó, pero también la ansiedad. Trabajar con Enzo sería un desafío, pero necesitaba el dinero y la experiencia.
- ¿Buenas noticias? -preguntó mi abuela, notando mi expresión.
Le conté sobre el trabajo y ella me abrazó, emocionada. -Estoy tan orgullosa de ti, Lara. Tu madre también lo estaría.
Sus palabras me llenaron de una mezcla de felicidad y tristeza. Cuánto deseaba que mi madre estuviera aquí para compartir este momento. Pero no sé por qué razón Enzo vino a mi mente en ese instante, como si quisiera contarle la noticia o que estuviera aquí.