En la escuela todo fue de mal en peor. Estaba aturdida, apenas lograba atender en clase ¿Cómo concéntrame sabiendo el destino que me aguardaba el sábado? Tuvo que pasar un par de horas para que, recién al mediodía y faltando una hora para irnos a casa, me pusiera a pensar que a lo mejor mi mamá tenía razón. Tal vez no era tan malo ir al cumpleaños. Algunas veces yo soy un poco exagerada, sólo un poco. Pero, casi por casualidad u obra del destino, cuando estaba mentalizándome en ser más positiva, la realidad me regaló un ticket en primera fila para verla. Al salir del aula vi a una niña corpulenta, de pelo castaño claro amarrado mediante dos trenzas que descendían firmemente por delante de cada hombro. Caminaba como si fuera la dueña del pasillo, llevándose por delante a toda alma que se le cruzara en frente. Una de mis compañeras, la de escaso autocontrol, intentó ponerle un freno.
― Ruby ¿Te podes fijar por dónde vas? Acabas de pisarme. No entiendo, con la plata que tiene tu papá tranquilamente te puede comprar anteojos― dijo la niña dejando escapar una leve sonrisa.
― No es mi problema que tu pie termine debajo del mío, la que calza 40 sos vos. Contame ¿Tu papá tiene plata para comprarte zapatillas tan grandes? Digo, ya que hablamos de cosas que no nos importan― respondió Ruby con un tono seco.
La temeraria chica no supo que decir, sólo le mostro una mirada de desprecio y siguió caminando con su grupo de amigos.
Yo quedé en shock, creo que ni en una pelea de titanes sentiría tanta adrenalina. Después de esa incomoda escena, Ruby, que más bien parecía Chucky, se dio vuelta y empezó a caminar hacia donde yo me encontraba. Fingí que no había visto nada y, recordando lo que aprendí en películas sobre dinosaurios, traté de no tener contacto visual con esos ojos negros. Haciéndome la tonta me dirigí hacia el baño, mi único posible escondite. No funcionó. Como toda bestia salvaje, pudo oler mi miedo y, agarrándome del hombro, me frenó antes de que pudiera escapar.
― Ya sé que mi mamá te invitó a mi casa. No necesito tu lástima. No sos mi amiga y no te quiero en mi cumpleaños―dijo Ruby con un tono de voz sorpresivamente calmado.
Cortito y al pie. Tenía poder de síntesis la muchacha, de eso no había duda, pero se había equivocado en algo. Yo no le tenía lástima, le tenía miedo. Obviamente no se lo aclaré. Sólo alcancé a decirle que hubo un malentendido, que yo no iba a ir a su casa si ella no quería que yo fuera. Al parecer fue una respuesta satisfactoria, porque me dejó ir sin problemas.
De esa forma entendí que yo tenía razón y que no debía dudar de mi instinto de supervivencia. Ir a ese cumpleaños no era opción.
A la salida del colegio me paso a buscar mi papá. Para ese momento, yo había formulado un plan. Iba a decirle que no quería ir al cumpleaños, que mamá había enloquecido y que tenía que apoyarme en la lucha contra el matriarcado. Aunque, yo tenía bien en claro que no era no era lo mejor que se me pudo haber ocurrido.
Mi papá no sobresale por ser el aliado más fuerte, contrariamente a la perfección de mi madre, él era humano y tenía defectos. Una persona simple, de aspecto promedio. Ojos marrones, pelo marrón, cuerpo no tonificado y, aunque era delgado, no podía borrar una leve pansa que sobresalía naturalmente. No había rasgos característicos notables que lo hagan parecer, por lo menos, una belleza exótica. Era indudable al verlo, físicamente yo salí a él, de la genética de mi madre no pude obtener nada. Aunque tampoco era algo que me acomplejara, mi meta nunca fue destacar por mi belleza, me interesaba más mantener un perfil bajo y ser millonaria, como Batman.
Una actitud que siempre caracterizó a Enrique es que era, cómo decirlo... piadoso en exceso. Con su cara de profesor de yoga, su actitud pacifista y políticamente correcta, su voz suave y serena, y sus intenciones de que todos seamos veganos para que los animales del mundo no sufran, claramente no estaba en condiciones de oponerse a mi opresora madre que había decidido cantarle el feliz cumpleaños al diablo. Si mi mamá le decía que era la fiesta de una pobre niña tímida y sin amigos, lo más probable era que él insistiría con que yo fuera a hacerle compañía a Ruby. No me iba a obligar, pero seguramente jugaría con la carta de la conciencia. Por eso, si el plan no funcionaba, no me quedaba otra opción más que irme del país con Luka. No se me había ocurrido nada mejor; en situaciones desesperantes, medidas desesperadas. Pero, cuando estaba a punto de quejarme, noté a mi papá pensativo, con una expresión triste en su rostro. Traté de atar cabos y me di cuenta que apenas me miró al saludarme, como si se sintiera culpable por algo « ¿Por qué estaría tan preocupado? Seguro que se enteró del cumpleaños », pensé.
―No te preocupes, voy a estar bien, tenemos obra social― dije mientras palpaba su hombro.
Mi papá, desconcertado preguntó: ― ¿A qué te referís?
―Es cumpleaños de Ruby, es arriesgado así que no voy a ir, más tarde podemos convencer a mamá.
― No sabía lo del cumpleaños. Es lindo que tu amiga te haya invitado― respondió suavemente.
« Pobre mi papá, del susto empezó a negar la realidad y se convenció de que Ruby es mi amiga», pensé.
Cuando llegamos a casa quise ir a ver a Luka, para saludarlo y analizar seriamente la posible fuga del país, sólo en caso de que las cosas se compliquen. Mientras veníamos caminando, tenía en mi mente algunos destinos que nos serian cómodos, pero quería tomar la decisión junto con él. Fuí al parque y empecé a llamarlo, pero no hubo caso, no había rastro de él. Cuando entré a mi casa, meditando en dónde podría estar Luka, observé a mi papá angustiado en un rincón de la cocina mientras preparaba té. Me miraba de reojo, como si quisiera decirme algo, pero no lo hacía. Era estresante. Yo adoro a Enrique, pero es el tipo de persona que prefiere dar vueltas antes que decir lo que verdaderamente piensa. Creo que lo hace para no lastimar, pero también da a entender que hay cosas que el otro no va a poder afrontar si se las dice. Esa falta de confianza a veces me enoja.